Nada que lamentar
Hasta hace unas semanas, en mi itinerario sentimental particular, el título Centurión me remitía a un videojuego de estrategia para PC del año 90, uno de los primeros juegos que tuve en aquél 386 que me trajeron los Reyes las Navidades del 92. Uno de los territorios a conquistar era la isla de Gran Bretaña, aunque no recuerdo si se mencionaba a los pictos, la indomable tribu guerrera que, al principio de esta película, lleva ya veinte años perturbando las horas de sueño del alto mando romano, incapaz de hacerse con el control de la región ocupada por los bárbaros.
Afortunadamente, el Centurión de Neil Marshall tiene bien poco de ese cine de acción videojueguil cada vez más en boga, y, aunque la adscripción al subgénero histórico pueda despistar, el filme es muy coherente con las anteriores entregas del director inglés. Marshall, de hecho, regresa a los bosques escoceses, escenario de su primera película, Dog soldiers (2002), para narrar, de nuevo, una crónica de supervivencia protagonizada por una serie de personajes condenados a entenderse ante una adversidad mayor. El mismo leitmotiv de muchas de las películas de John Carpenter, o de La presa (Southern comfort, Walter Hill, 1981), a las que, a través de su cine, el inglés viene rindiendo pleitesía explícita: en su MySpace tiene colgadas fotografías de los títulos de crédito de un buen puñado de clásicos de acción, aventura y terror de los 60, 70 y 80; el tipo de películas que quiere hacer desde que empezó a dirigir.
Acción, aventura y terror. Ese es el cóctel favorito de Neil Marshall y aquí juegan a su favor los hermosos parajes en los que se desarrolla la acción y, casi a modo de contrapartida paisajística, un generoso chorreo de sangre y miembros cercenados. Pequeña, más íntima que épica, y con el habitual sentido del ritmo que el director imprime a sus películas, lo que flaquea en Centurión es lo mismo que flaqueaba en Doomsday. El día de juicio final (2008) y que en Dog soldiers (2002): los personajes. Y es una flaqueza a tener en cuenta, puesto que, en mayor o menor medida, todas las películas de Marshall son de personajes. El cineasta inglés sabe exactamente la clase de antihéroes carismáticos que quiere que deambulen por sus películas, pero hasta la fecha aún no ha encontrado a su Snake Plissken. Cierto es también, en el caso de Doomsday, que Rhona Mitra no es Kurt Russell ni parece una actriz adecuada para dotar de muchos matices a su interpretación. El filme más redondo de Marshall hasta el momento es The Descent (2005), que también es el más logrado en cuanto a personajes, no precisamente por su carisma intrínseco o su capacidad de conectar con el espectador sino por todo lo contrario. Allí el director colocaba a un puñado de zorras infernales y resentidas en el interior de un auténtico infierno. Y que se apañen. En Centurión es apreciable cómo Marshall huye de la pomposidad y el verbo afectado que a menudo caracteriza al género histórico, e incluso se permite alguna broma al respecto, y logra que la jerga en la que hablan sus legionarios esté más cercana a la de las películas de acción de los 80 y 90 que a otra cosa. Pero no hay ningún cínico inolvidable, no hay tampoco drama ni historia de amor frustrada, no hay nada que lamentar, como no sea que la chica guapa de la película es una sociópata peligrosa con trauma infantil incorporado y lo único que le interesa en esta vida y en la otra es rebanar pescuezos. Una afición encomiable, todo hay que decirlo.
Seguro que Neil Marshall va a seguir tratando de tocar la tecla adecuada y dar con las notas que le conduzcan a firmar películas tan memorables en su justa medida como, por poner un ejemplo subjetivo, Robocop 3 (Fred Dekker, 1993). Películas que pueden no ser aptas para entrar en la Historia del Cine, la escrita por los historiadores, pero sí en esa otra historia secreta que lleva a los espectadores a descubrir cosas raras. Como mi amigo Ausias, que, la última vez que interceptamos Robocop 3 en la televisión, se dio cuenta de que, por algún motivo, se sabía de memoria los diálogos de una película que sólo había visto anteriormente una vez. Aún es pronto para saberse de memoria los diálogos de las películas de Neil Marshall, y aún hay tiempo para que éste encuentre a su Snake Plissken. Mientras tanto, nada que lamentar, y bienvenida sea siempre la serie B con alma.
Creo que hemos visto películas diferentes. Yo veo pomposidad y verbo afectado por todas partes, el padre bárbaro que persigue a los soldados porque han matado a su hijo y el centurión romano que se enamora de la paria de los bárbaros, marcada en la cara, como señal de su aislamiento. Terrible.
Y el último plano con los dos abrazaditos con el árbol al lado. Ridículo. ¡Si el propio Marshall se reía de esas cosas cuando hizo el falso final de The Descent! Un director, muy muy muy a la baja. Encima sin personalidad, porque es un remedo de 300 (jefe de escuadrón barbudo que habla a gritos), Gladiator, Braveheart y esos planos aéreos de los protagonistas corriendo por las montañas británicas que parece sacado del montaje sobrante de El señor de los anillos.
En fin, que en cuanto le han dado dinero, este director ha olvidado la imaginación visual para convertirse en el enésimo cineasta del reciclaje posmoderno (esos soldados romanos gritando «fuckin bitch»). Muy mal.