Come, reza, ama

Sonreír desde el hígado

Intentar contar una historia centrada en la búsqueda de una cierta espiritualidad debería sopesar algunas cuestiones previas con un mínimo de rigor y algo de sentido común. A dicho objetivo intenta entregarse la famosa escritora Liz Gilbert (Julia Roberts) con el fin de mejorar como persona y encontrar ese lugar en el mundo que la permita acercarse a un estadio próximo al de la armonía y la felicidad. No son metas fáciles de alcanzar. En más de una ocasión, todos nos hemos visto obligados a reflexionar sobre nuestra posición no ya en el mundo, sino en nuestra parcela (laboral, familiar, sentimental, laboral) más inmediata. Y las conclusiones, al respecto, no suelen ser demasiado alentadoras. Por suerte (o por desgracia, nunca se sabe), los deseos de abandonarlo todo para plantarse en otro lugar son reemplazados de inmediato por vicisitudes asociadas a la supervivencia social, el qué dirán y otras ataduras cotidianas de índole diversa.

Liz viaja de Nueva York a Bali por motivos profesionales. Pasados unos meses, decide divorciarse de su marido, enrollarse con un joven actor de teatro aficionado al budismo (James Franco) y abandonarle un tiempo después para dejar Nueva York y tomarse así un año sabático instalándose, de manera consecutiva, en Italia (Roma), India (Bombay) e Indonesia (de nuevo, Bali). En dichos países experimentará el placer de la comida, el dolce far niente, la paz espiritual y, finalmente, el amor (Javier Bardem). Enunciado así, las aventuras culinarias/místicas/pasionales de Liz/Roberts parecen de guasa. Y efectivamente, lo son.

Por desconocimiento del libro en el que se basa Come, reza, ama —la película—, nos quedamos con las ganas de analizar las vivencias que la periodista Elizabeth Gilbert plasmó en su relato autobiográfico Eat, Pray, Love: One Woman’s Search for Everything Across Italy, India and Indonesia (2006). En cambio, sí resulta reseñable que el creador de series de televisión tan aplaudidas como Nip/Tuck (2003-2010) y Glee (2009-¿?) especule de nuevo con la vida de los autores adaptados en sus trabajos para el cine. En Recortes de mi vida (Running with Scissors, 2006) —reconversión a la pantalla grande de la novela autobiográfica del escritor Augusten Burroughs—, Murphy conseguía agotar la paciencia con una comedia de pose excéntrica y alma histérica a costa de una familia digna de residir en un frenopático. Y en el título que nos ocupa, logra asimismo algo muy parecido.

Uno de los motivos que invitan al descreimiento tiene relación directa con el tono elegido para contar semejante ficción. Irrita, por encima de cualquier otro aspecto más o menos banal, la estomagante ampulosidad que el director Ryan Murphy exhibe a la hora de poner en imágenes los avatares ascéticos de Liz por medio mundo. Come, reza, ama enerva por su condición de plomiza fantasía turística habilitada para desacralizar doctrinas religiosas y exóticas deidades casi sin proponérselo. Pero también por ser un inocuo espejismo colmado de bellísimas postales y aparentes tópicos acerca de las costumbres locales de los países desarrollados y subdesarrollados que recorre su protagonista. Y todo ello convenientemente higienizado y esterilizado, no se vaya a perturbar la placidez con la cual se quiere confortar al espectador —aquí no es necesario remover su conciencia, sólo apaciguarla durante ciento treinta y pico minutos—. Resumiendo: moscas, las justas.

httpv://www.youtube.com/watch?v=qPowFnkWEvU

En realidad, uno hubiera deseado que Come, reza, ama se pareciese al espléndido 14e arrondissement (ver vídeo superior), el último fragmento de la película colectiva Paris, je t’aime (íd. 2006) firmado por Alexander Payne. En él, una turista norteamericana decide vivir una aventura en un país extranjero, y como Liz, expresa con su voz en off aquellos sentimientos que mejor la definen. Liz es guapa. La protagonista de 14e arrondissement, no. Julia Roberts nos enseña, sonrisa y carcajada mediante, su sana e inmaculada dentadura. La actriz Margo Martindale defiende su pequeño gran personaje con sutiles gestos y un francés macarrónico. El cortometraje de Payne dura sólo siete minutos. Recogimiento vs. exhibicionismo.