El cine bajo la piel
Uf, qué mal rollo que da este hombre. Después de cargarse al Sr. Howard, es decir a su amigo Jesse James (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, A. Dominik, 2007) y de retratar a su colega Joaquin Phoenix aparentemente colgado no en el hip hop sino en las consecuencias de diversas drogas (I’m Still Here, 2010), aparece ahora como un ángel exterminador en este noir de Michael Winterbottom, versión actualizada pero adecuadamente recreada de la obra de Jim Thompson. Sea cual sea la facilidad del personaje en cuestión, Casey Affleck, su tendencia a personajes o situaciones morbosas le va como anillo al dedo para encarnar este psicópata agente de la ley, hombre macho y caballero elegante, melómano amante de Mahler que sigue los pasos del televisivo Dexter aunque no siga precisamente sus intenciones.
No es habitual en mi caso, iniciar un artículo hablando del actor protagonista. Sin embargo, en esta ocasión bien merece destacarse a Affleck, tanto por su impecable, inquietante, composición de un serial killer que se disculpa educadamente mientras asesina a sus víctimas o que escoge vestuario antes de una matanza, como por el hecho de que la película entera pivota en torno a él. Michael Winterbottom consigue así trasladar a la pantalla el mundo interior de un complejo personaje que en el papel transmitía sus sensaciones y sus acciones mediante una narración en primera persona. Y consigue demostrar, una vez más, sus virtudes y sus defectos, los de un autor que en sus mejores obras sabe dotar de densidad a los personajes y recrear ambientes y situaciones y que, en las peores, desvirtúa la narración en un relato que se pierde en sí mismo. El demonio bajo la piel tiene, pues, características de los dos niveles. Despega con sutileza, desplegando una impecable construcción de una trama deudora de la tragedia clásica, sugiriendo la insana condición de Lou Ford, para confirmarlo en la secuencia de los asesinatos iniciales, explícita, extremadamente violenta, desasosegadora. Incluso gana vuelo con el desplazamiento posterior a la capital dónde la maldad de Lou, su malsana actitud, se hace evidente para todo el mundo, incluso para el anciano sheriff. Lamentablemente Winterbottom, al centrarse en el hipnótico personaje parece dudar de la historia que quiere contar Lou Ford es un monstruo que devora, asesina, a su propio creador y el personaje transita, con paso tan siniestro como firme, por una cinta que se limita a girar en torno a él, diluida en todo lo demás, en su tercio central. Aunque ahora con mejores resultados, El demonio bajo la piel adolece de un defecto parecido al que se diera en El perdón (The Claim, 2000) dónde el ambiente del western no estaba actualizado sino desorientado. Para un buen noir no basta tener una historia criminal, una ambientación de época (que aquí es impecable pero insuficiente) y un asesino; para conseguir el carácter adecuado al género es precisa una muy determinada puesta en escena que resalte la turbiedad moral. Al contrario de la irregular pero también muy interesante Génova (Genova, 2008), dónde la falta de historia era compensada por una sensualidad ambiental, por la traslación de sentimientos y sensaciones, de deseos y dolor a la pantalla, El demonio bajo la piel despliega una historia compleja con pocos cabos sueltos pero carece de la densidad necesaria para conseguir el ambiente malsano que le sería necesario. Los flash back que tratan de explicar los motivos originales de Lou Ford resultan innecesarios y repetidos, y, sin embargo, se echa en falta mayor atención a determinados personajes o pasajes. Del maquiavélico sindicalista (otra excelente caracterización del infravalorado Elias Koteas) que refleja con sus insinuaciones nada veladas el malestar y los temores más ocultos del asesino al anciano sheriff Bob Maples, desbordado por una maldad que no entiende, que no quiere aceptar en su entorno inmediato, como era el caso del sheriff Bell de No es país para viejos (No Country for Old Men, E. y J. Coen, 2007). Es por ello que, después de contemplar cómo se ocultan las más bajas pasiones tras los rostros más amables y los saludos más educados, al pertinente ritmo de unas inefables melodías country la inevitable inmolación final se antoja precipitada, No basta que el diablo consuma su furia y a sus enemigos en las llamas del infierno. Winterbottom también se chamusca un poco.
Aun así, aun siendo parcialmente insatisfactorio, tras un coqueteo con la experimentación y un vagabundeo entre el documental y la ficción en los últimos 5 años, el regreso a la ficción del director inglés permite atisbar nuevas oportunidades. Winterbottom luce una trayectoria tan heterogénea como interesante y atrevida y tiene el cine bajo la piel Como dice al principio Lou Ford, «en un lugar tan pequeño, todos creen saber cómo eres». No dudo que Michael Winterbottom nos puede deparar todavía muchas buenas sorpresas.