La conciencia está de vacaciones
Hay en la última película de Godard dos críticas posibles, una para cada faceta de la obra: la del film y la del socialisme. Es decir, la de su forma y la de su fondo. O, lo que es lo mismo, la de su estética y la de su contenido, ambas inseparables e indisolubles. No lo olvidemos: estamos hablando de Godard.
Existe para este realizador una máxima deseable para cualquier creador: la de ser revolucionario y provocativo, levantar conciencias, dar puñetazos en la mesa de nuestra pasividad. Y es esta última cualidad la que Godard trata de combatir a través de ese estilo difícil, tan hermético que casi nos da por pensar que nadie que no esté en su cabeza pueda llegar a asimilar todo aquello que él nos quiere decir. Así que nos encontramos con un primer escollo en el camino, seguramente el más difícil, pues al sortearlo tendremos mucho del trabajo hecho: la exigencia que reclama Godard es una autorización para entrar en su círculo de confianza, segregando a los propensos a asentir de aquellos que pasaban por allí. Por eso, en mi opinión, la segunda faceta de la obra de este cineasta queda en entredicho, pues para una gran masa de espectadores —potenciales destinatarios de su discurso— la película queda vetada. Así, Film Socialisme es más film que socialisme. Es decir, que si lo que pretende es levantar conciencias mal camino está eligiendo.
Todo lo que Godard transmite a nivel ideológico me parece de lo más lúcido que hoy en día se puede escuchar, ver o leer. Su bisturí es de los más incisivos en este panorama de mediocridad, desinterés, resignación y sometimiento a esta sucia realidad. El drama de Palestina, por ejemplo, sirve como modelo para calibrar el desinterés por todo aquello que no afecta directamente, que queda cómodamente lejano de nuestro ámbito de prosperidad. Es esa hipocresía europea la que más parece encabronar a Godard, pues el viejo continente toma para sí los mejores valores posibles y deseables, quedando al final el poso de saber diferenciar lo que está bien de lo que está mal pero sin hacer prácticamente nada al respecto, como un sabio contemplativo que prefiere no ingerir para quedar bien con todo el mundo.
En su última película, el gran genio de este realizador propone una primera parte espectacular, situando en el plano de la gran alegoría un viaje en crucero por el Mediterráneo, ese espacio de encuentros y desencuentros, de vecinos que no quieren mirarse a pesar de estar sus ventanas unas enfrente de las otras. La conciencia, efectivamente, está de vacaciones, y en un contexto marcado por la hiperrealidad y la virtualidad —casinos, discotecas, restaurantes, centros comerciales…, una mini-ciudad flotando tranquilamente en aguas internacionales— Godard marca las líneas maestras de su juicio sobre esta sociedad imbuida en su segundo año de crisis económica. Porque la verdadera crisis, la de los valores, lleva tiempo acompañándonos, pues hace tiempo que todos nosotros perdimos la perspectiva de nuestra situación geopolítica: Europa en la encrucijada entre oriente y occidente, entre el norte y el sur, a pesar de que la moda —¿de los últimos mil años?— nos haya derivado hacia el noroeste. No es extraño, por lo tanto, que nuestros parlamentos estén dominados por el centro… ya sea éste centro-izquierda o centro-derecha.
Por eso hemos de decir que el megáfono de Godard está interesadamente instalado en el desierto. Él sabe que tiene ochenta años, y ese es un hándicap estupendo para poder decir lo que le venga en gana. Quizás el problema es que yo crea que este tótem sigue siendo sabiamente marxista, cuando en realidad es un cruel y maravilloso cínico que pasea su mirada de desprecio sobre los que no le quieren escuchar tanto como sobre los que esperamos sus palabras para seguir afirmando que este mundo cada vez da más asco. Y así parece él mismo certificarlo: sus críticas repletas de mala leche golpean en forma de poderosas olas contra el casco del coloso. Sólo unos pocos notan su empuje dentro de sus camarotes. El resto se entretiene en disfrutar sus efectos en forma de salpicaduras sobre la cubierta. Es la crónica de un fracaso anticipado.
«… para seguir afirmando que este mundo cada vez da más asco.»
Lo que da asco es tu vocabulario: «insuflar», «hándicap» (sic), «tótem». En fin, sacado del estercolero del que intenta hablar con corrección. ¿Hay algún crítico de cine que de verdad se parezca a un buen escritor?