¡Hamburgo, I love you!
Para el hilarante cocinero del restaurante Soul kitchen, Shayn Weiss (al que interpreta, con su particular excentricidad, Birol Ünel, uno de los actores más notables del nuevo cine europeo), la cocina es por encima de todo una forma de vida. Cuando lo vemos preparando el menú de un comensal, nos encontramos frente a un artista que está desnudándose para nosotros. Y la emotiva intimidad que se crea entre el cocinero y el comensal sólo es comparable a la que puede llegar a establecerse entre un poeta y su lector. Por eso, cuando por primera vez pisa el Soul kitchen, después de haber sido despedido de otro de tantos locales que no han sabido comprender su genialidad, no duda en afirmar, delante de Zinos, su futuro jefe, una vez leído el menú que se sirve, que es un cocinero, no una puta, y por tanto no cocinará basura. Esta notable declaración de intenciones humanas y artísticas, es perfectamente definitoria del verdadero jefe del restaurante, el cineasta Fatih Akin.
A lo largo de una filmografía que engloba entre largometrajes y cortos catorce títulos, el autor de Al otro lado (Auf de anderen seite, 2007) ha intentado construir una obra sincera en la que se refleje sus preocupaciones sociales, el espíritu étnico de la nueva Europa, o el fenómeno de la inmigración. Akin es sin duda dentro de la generación de autores inmigrantes que trabajan en Europa, uno de los más lúcidos a la hora de hablar de sus semejantes. A estos niveles, Soul kitchen, es un estupendo retrato de un grupo de individuos de diferentes etnias que conviven, mientras tratan de sobrevivir, en el Hamburgo contemporáneo, que tan bien sabe retratar el director. Entre las paredes del local encontramos a una pareja de hermanos griegos intentando dirigir la función en la que participan alemanes, húngaros o turcos, que constituyen un emocionante mapa de la nueva Europa. Pero por encima de todo, el filme es la divertidísima traslación al cine de las experiencias vitales del cineasta y el actor Adam Bousdoukos.
Los dos amigos, íntimos desde la adolescencia, (el intérprete es uno de los rostros habituales de la obra de Akin), decidieron en 2005, hacer una película que recogiera, en tono de comedia, las anécdotas compartidas en el restaurante que poseía Bousdoukos. El éxito internacional de Contra la pared (Geden die wand, 2004), retraso el proyecto, que finalmente se retomó casi cuatro años después, como una cinta de bajo presupuesto. No obstante, la producción se disparó vertiginosamente, convirtiéndose en la más costosa de la carrera del cineasta.
Lejos de los grandes dramas desgarrados que se narran en Contra la pared o Al otro lado, Soul kitchen es una fresca comedia que se desarrolla, a lo largo de cien minutos, a una velocidad vertiginosa. La película se asemeja a un disco de soul de los años setenta. Es rápida, mordaz y atrapa desde la primera nota. No importan demasiado los subrayados o lo farragosa que en ocasiones pueda resultar, es imposible negarse a participar en la fiesta que proponen los hermanos Kazantsakis. El travelling inicial, que sigue a Zinos hasta la entrada del restaurante, funciona como la perfecta pieza con que se abre una velada inolvidable. Una vez entremos con el protagonista en su local, ya no podremos desconectar de este canto al buen rollo y la amistad. No podremos borrar la sonrisa y dejar de bailar al son de la estupenda banda sonora con que nos deleitan la pareja Akin-Bousdoukos, aunque percibamos algunos fallos en la construcción del relato o determinadas soluciones apresuradas o poco creíbles (sin ir más lejos, el desafortunado desenlace de la subasta con el sibilino Herr Jung, a quien encarna el siempre inquietante Udo Kier, tragándose un botón que le impide seguir pujando). Y es que, por encima de errores o aciertos fílmicos, la película consigue crear un grupo de estupendos personajes que, bajo la atenta mirada del autor, transmiten humanidad y frescura a lo largo de un conjunto caótico, desprejuiciado y espontáneo.
Sin lugar a dudas, esta realización, estrenada con cierto retraso entre nosotros, hace una década, no hubiera conseguido colarse en las inevitables listas de los mejores trabajos. En un año cargado de Blockbuster fracasados, y en el que incluso los mejores artistas han pinchado (Kiarostami o Godard) en mayor o menor medida, Soul kitchen destaca por su vitalidad y descaro. Y vuelve a demostrar como tantas otras cintas similares que sigue siendo maravilloso que un filme te haga sonreír de principio a fin.