También la lluvia

Thriller moral

Si una película en la que se mezclan la acción y el suspense se compone fundamentalmente de actos físicos, y solemos definirla como thriller, un filme que se construye esencialmente de actos morales podría calificarse como thriller moral y, entonces, También la lluvia sería una obra paradigmática de ese subgénero. El último filme de Icíar Bollaín explora en los lindes de la ética del artista, de la ética colonizadora de la civilización occidental (de España ante Hispanoamérica, singularmente) y, en fin, en los límites que toda acción humana debe poner frente a los principios con que construimos la convivencia.

También la lluvia cuenta la historia del rodaje de una película sobre la conquista de América, capitaneado por el productor (Costa/Luis Tosar) y el director (Sebastián/Gael García Bernal). El actor contratado para ejercer de líder de los indígenas (Daniel/Juan Carlos Aduviri) es también el cabecilla de una rebelión popular contra la decisión gubernamental de privatizar la gestión del agua. Ese conflicto social en la región de Cochabamba (Colombia Bolivia) enfrentará a Sebastián y Costa no sólo a gravísimas consecuencias sobre el rodaje sino, sobre todo, a conflictos morales de primer orden.

El centro semántico del filme de Bollaín es la correlación existente entre la conducta de los antiguos colonizadores que narra la película que se rueda y el comportamiento de los propios responsables del filme actual hacia los integrantes indígenas del rodaje. Una de las primeras imágenes de También la lluvia, donde vemos un helicóptero sobrevolando la selva con la enorme cruz que protagonizará el rodaje se convierte inmediatamente en doble símbolo: de la aculturación religiosa que tuvo lugar tras la llegada de los españoles a América y del dominio capitalista actual sobre la realidad boliviana. La idea se irá consolidando no sólo mediante la definición de los espacios (el hotel de lujo donde se aloja el equipo de rodaje frente a la pobreza de los cochabambinos), sino también a través de escenas clave donde el comportamiento de los protagonistas revela con exactitud el obvio sentimiento de superioridad (excelente la escena en la que Costa habla en inglés por teléfono con el productor anglosajón de la película, alardeando del mísero salario con el que contenta a los extras indígenas, creyendo equivocadamente que Daniel no le está entendiendo) de los españoles respecto a los bolivianos.

No es necesario decir que en el nuevo mundo en que vivimos resulta absolutamente pertinente la permanencia de este discurso, que se convierte en una posición de resistencia ante el derrumbe del Estado del Bienestar a que nos conduce la defensa a ultranza de una globalización que nadie ha planificado, que nadie ha exigido, cuyas consecuencias no se han previsto pero, paradójicamente, cuya vigencia nadie parece discutir. Lo que viene a recordar También la lluvia es que quizá se estén reproduciendo en nuestra contemporaneidad conflictos y problemas de hace siglos, sin que apenas nos demos cuenta, brotando como brotan de nuestro imaginario capitalista y de nuestro inconsciente colonizador.

Existe entre los fotogramas de esta notable película española otro tema de enorme calado que resulta tan o más interesante: los límites morales de la creación artística. ¿En qué momento una desgracia personal de un integrante del rodaje deja de tener importancia ante la necesidad de terminar la película? ¿Cómo evaluar la relación entre el cine y la vida si no somos capaces de comprender que el cine es siempre, necesariamente, algo secundario? ¿Cómo asumir que construir un relato sobre una realidad puede ser más relevante, ni lejanamente, que intervenir en esa misma realidad para tratar de transformarla? A estos interrogantes, y otros muchos, podría dárseles la vuelta y ofrecernos dilemas del mismo cariz.

Hay otra veta de este filme —de extraordinario guión, que contiene multitud de meandros y matices— que me interesa especialmente, y que lleva camino de convertirse en uno de los grandes temas del cine contemporáneo, especialmente europeo y muy singularmente español: el liderazgo. Es probable que la ausencia de grandes líderes morales, sociales y políticos esté desembocando en un soterrado pero enorme interés por este tema en el universo audiovisual. En También la lluvia entran en juego varios liderazgos que podrían utilizarse para realizar un breve y superficial tratado sobre el tema: el de Costa, aparentemente autoritario pero frágil y finalmente moral antes que pragmático; el de Sebastián, meramente nominal, casi inexistente; el de Antón (Karra Elejalde), miembro del rodaje que pretende ejercer un liderazgo ideológico cuya actitud le impide reforzar; y el de Daniel, un verdadero liderazgo moral y social, basado en la coherencia, la honestidad y la fortaleza de los principios.

No sé si También la lluvia es la mejor película española del año (Todo lo que tú quieras y Biutiful compiten abiertamente por esta categoría), pero sí estoy convencido de que si no fuera española estaría arrasando en los cuadros críticos, en las taquillas y en los mercados internacionales. Por todo lo dicho, por la vibrante y ajustada banda sonora de Alberto Iglesias, por el extraordinario montaje o por la compleja y eficaz puesta en escena de Icíar Bollaín. Entre otras muchas razones.