Fiesta sangrienta
El cine chileno, que no suele cruzar a nuestras fronteras con frecuencia (el año pasado solo se estrenó La nana en nuestro país), cultiva poco el género del terror. Probablemente la falta de recursos sea una de las principales excusas, pero si se tiene una buena idea y algo de pericia tras la cámara siempre puede sortearse este obstáculo. Eso sí, quedándonos en el muy digno terreno de la serie B. Pero en 2011, sin embargo, una producción con cierto presupuesto y una temática aledaña a terrores cercanos como Á l’intérieur (Alexandre Bustillo & Julien Maury, 2007) se destaca por encima de muchas otras creaciones dentro del género, y ahora no me estoy refiriendo únicamente a Chile.
Cinco mujeres y un jardinero en una casa de campo siempre han sido un buen argumento a priori, pero la historia suele perder fuelle a medida que los protagonistas se van quitando la ropa, quedando todo el disfrute relegado al apartado artístico. Aquí no es tan diferente, aunque el disfrute artístico no va tan relacionado con la exhibición cárnica sino con la sangre grumosa y abundante, y el guión, sin ser excesivamente complejo, y a pesar de abundar en tópicos, es eficaz para lo que se nos quiere contar. Una reunión de amigas, concretamente un baby shower (una celebración, comúnmente de mujeres, colegas y familiares de una futura madre junto con esta, previa al nacimiento de su bebé) es el punto de partida. Sería perfecto para una película de Chabrol, pero el director Pablo Illanes también es capaz de sacarle mucho jugo al asunto. Cómo algo así se puede tornar en una auténtica escabechina es lo de menos, ni siquiera hacen falta monstruos como el que atormentaba a las pobrecitas de The Descent (Neil Marshall, 2005). En cualquier caso, esa especie de sanadora sectaria que hace las veces de ginecóloga en una casa tan apartada de la civilización no parece un buen augurio.
Las virtudes de Baby Shower no son pocas. Teniendo en cuenta una tendencia habitual en el cine de terror consistente no ya en “sugerir en lugar de mostrar”, algo apropiado quizá para ciertas obras de terror psicológico, sino en mostrar el resultado de (incluyendo el sonido que produce) una amputación, un hachazo, una extirpación o una cuchillada, pero no enseñarnos el acto en sí, dejándonos a medias, uno disfruta mucho más de cosas como Baby Shower cuando ve un cuchillo clavarse en una garganta llegando a la pared posterior tal y como lo hacía Fulci, la brutal amputación de un pie con una enorme pala o cómo nos muestra de cerca los peligros de la cocaína si mientras se esnifa con un turulo de cristal le aplastan a uno la cabeza contra la superficie de la mesa. Illanes no se corta un pelo a la hora de rodar la violencia, y estos son solo algunos ejemplos.
El comienzo, pese a recordarnos tantos otros comienzos similares —Alta tensión (Haute tension, Alexandre Aja, 2003) y Frontier(s) (Xavier Gens, 2007) entre los recientes—, donde vemos a una víctima huyendo pero no se sabe muy bien de qué o quién, sin embargo ya muestra algún detalle original, como el hecho de ir contando la secuencia de los hechos hacia atrás, comenzando con un plano general y unos disparos en off, para ir acercándose al lugar de los hechos y sucesivamente hacia atrás en el tiempo. Con una pequeña fruslería como esta ya nos ponemos contentos, cuando empiezan los cuchicheos y los ataques verbales nos divertimos, pero cuando llegan los primeros vómitos sangrientos y la primera cuchillada en el estómago en un primer plano que se regodea lo suyo, entonces es cuando Baby Shower nos ha conquistado, y ya no nos dejará hasta esos muy majos créditos finales.