Contagio

Cuando la forma es el contenido

Una de las características más interesantes de la puesta en escena de Steven Soderbergh —la imbricación de los personajes en espacios cinematográficos siempre semánticamente significativos— nos vuelve a dar en su último filme la pista definitiva: no estamos ante el relato de la expansión de un virus, sino ante la historia de la relación del ser humano con su entorno. Soderbergh lega aquí una película fuertemente anclada al tiempo en que vivimos, en cuanto que su tema principal es que nuestra especie, quizá por primera vez en la Historia, ha creado unas condiciones de vida —que podemos llamar «globalización»— por las que se ha visto superado. Contagio está repleta de viajes que cubren miles de kilómetros en cuestión de horas, de comunicaciones instantáneas por diferentes vías (dispositivos móviles, Internet…), de instituciones públicas de diferentes partes del Mundo permanentemente conectadas, etc., etc.: un complejo universo de interacciones globales que, por diversas circunstancias todavía no refinadas (burocracia, individualismo, antropocentrismo…) no es lo suficientemente sofisticado para detener la propagación de un virus creado, precisamente, por la alteración que el ser humano ejerce sobre el medio en el que desarrolla su existencia.

Uno de los grandes méritos de Soderbergh, como ocurre casi siempre en su cine, es acercarse al meollo del relato más por la vía intelectual de la reflexión que por la vía emocional de la acción; por eso, contra lo que cabría esperar de un filme estadounidense «convencional», los efectos especiales dejan su lugar aquí a los primeros planos y a la precisión de los encuadres, estructurando en un contexto esencialmente naturalista un relato más de ciencia que de ficción. De hecho, es probable que otra de las pistas importantes de lo que quiere narrar este hábil cineasta se encuentre en el mismo título: no nos habla del objeto (el virus) sino del proceso (el contagio), porque eso es lo que en realidad importa: no se contagian sólo las enfermedades, sino también las emociones como la ira, el miedo o la desconfianza. Es curioso, de hecho, cómo este mismo título podría utilizarse igualmente para cualquiera de las películas que se están haciendo en este momento sobre el origen y desarrollo de la crisis financiera mundial. El contagio en un mundo tan globalizado es, sin duda, una cuestión mayor. Y Soderbergh nos tiene acostumbrados a tratar cuestiones mayores, sin alharacas ni frivolidades.

Podríamos decir, en cierto sentido, que en el cine de Soderbergh —y Contagio no es una excepción— el enmarcado es tan o más importante que el relato, en cuanto que apunta más directamente al núcleo de lo que en verdad interesa al cineasta. Exactamente eso ocurre en este filme, donde la propagación de un virus agresivamente mortal cumple casi todas las características del concepto hitchcockiano del macguffin, y acaba por ceder todo el protagonismo al encuadre (la inmersión del ser humano en entornos urbanos y fríos), la composición (la soledad del hombre frente a su hábitat), la gradación de las tomas (los primeros planos de los procesos inconscientes a través de los que se propaga el virus), los objetos (las múltiples pantallas que permanentemente interconectan a los seres que pueblan el planeta) o la definición externa de los personajes (incidiendo singularmente en su pertenencia a una u otra clase social). Todos estos elementos —como se verá, eminentemente formales— acaban por definir con precisión ese desequilibrado universo global creado por el hombre del que, paradójicamente, el hombre es la víctima final.

Es posible que ese vaciamiento del relato en función de las formas ofrezca a algunos espectadores la sensación de que se encuentran ante una película endeble, de escasa densidad y, podría incluso decirse, relativamente superficial. Sin embargo, el éxito de Soderbergh, poco común en el cine contemporáneo (menos habitual aún en el cine estadounidense comercial contemporáneo) no es en absoluto despreciable: comunicar al espectador, mediante un amplio abanico de rigurosas decisiones técnicas, exactamente lo que quiere.