Están vivos
Ya sabemos lo que está pasando últimamente en el Mundo y en Europa, que es nuestro pueblo para ir los fines de semanas y puentes. Los malos van ganando, los periodistas son los bancos, la injusticia es la norma, lo social perjudica a lo contable, Candido Méndez tiene un rolex, los reyes son los padres y los padres (de la patria) matan elefantes. Los paisajes van siempre con niebla en el alma y los policías igual matan a un chaval de Bilbao que celebraba una victoria deportiva que al mismísimo Angelopoulos cuando localizaba exteriores para mostrarnos otra derrota colectiva e interna. Descansen en paz ambos y quedémosnos para este particular que nos ocupa con los que están vivos: Lanthimos, Europa, los zombies, los recuerdos y los vampiros.
Alps es la cuarta película de Lanthimos, un joven griego como viejo y raro que nos vuelve a plantear cuestiones oscuras del alma y el cuerpo. Una parábola sobre nuestras funciones vitales, la soledad del alma, la muerte en vida y el más allá más cercano y extraterrestre. Una detallada disección de pulsiones íntimas y expulsiones grupales, de sueños que se imponen a la vigilia y de pesadillas que nos mantienen despiertos, de la autorealización como agujero negro có(s)mico que dictamina y propone preguntas inútiles para problemas idiotas, de un safari interior donde los disparos van contra quien lleva la escopeta y donde se avanza solo de arriba a abajo saltando de una mentira a otra, mientras los actores secundarios son los únicos que se aprenden el guión.
Si en Canino, Lanthimos conseguía sublimar un paradójico discurso semiótico sobre su propia semiótica para construir una divertida comedia amarga, posibilista y atroz, que hacía del simulacro un absurdo pero efectivo método de supervivencia, en Alps esa impostura, ese espejismo vital, consciente y pactado, es el método que en lugar de crear una resistencia lo que hace es inventar, modelar un mundo paralelo convergente donde resucitar es la forma más rápida para malvivir. Los mercados, la Merkel, el euro, su puta madre. Europa.
Una Europa que es un pabellón vacío donde una gimnasta llora porque solo quiere bailar la canción que a ella le gusta. Esa Europa que como el cine de Lanthimos ha pasado de ser tomada de manera grandilocuente y solemne, casi como un imperio que cae sobre su propia sombra, al estilo de Von Trier o Haneke, a ser tomada casi a chufla, con humor negro y surrealismo aspero y provinciona más cercano a Seidl, Roy Andersson u Östlund. En ese trayecto Lanthimos ha pasado de ser un autor de manual a sacarle un corte de mangas a la ortodoxia más previsible, al lugar común más vulgar, a lo que se espera de su discurso y su caligrafía.
Su estilo es limpio pero enfermizo, asimétrico, feista, anguloso, siniestro. No se recrea en sus soluciones, pero tenemos todo el rato la sensación de que no responde bien a las preguntas. Como el peor de la clase o el mejor. Personal pero sin ensimismamientos, Lanthimos disfruta como gorrino en charco, en las escenas de amor sin verdad, en la torpeza de unos cuerpos que no nacieron para salir en una película, en la salida del hotel con cámara lenta casi a contra natura o en la estridente escena de baile en salón de celebraciones (un lugar que viene marcado a convertirse en uno de los iconos del mejor cine europeo tras sus sensacionales apariciones aquí, en 4 meses, 3 semanas, 2 dias o Lourdes). De la comedia al drama en sencillos y descompasados movimientos.
Y al final parece pasarse a un cine de terror sin miedo, de monstruos sin peligro, de más falta que exceso de visceras. Zombies y vampiros transitando por calles grises, hospitales vacíos y tiendas de lámparas apagadas. Como en Les revenants de Robin Campillo, los muertos que vuelven a la vida son más peligrosos para la oficina del paro, el ministerio de sanidad o las viviendas desocupadas que para los que intentamos todavía no morirnos de pena o de viejos. Los muertos están vivos y ya casi nadie los recuerda.