Margaret

El lobito bueno

El pasado miércoles 11 de julio de 2012, Andrea Fabra gritaba “Que se jodan” en el Congreso de los Diputados, mientras el presidente Rajoy anunciaba los recortes a la prestación por desempleo. Una semana después, lo único que desde su partido se ha declarado llega en forma de excusas: la primera, dirigiendo la culpa al partido de la oposición al asegurar que han manipulado un comentario sacándolo de contexto; la segunda, a la incorrecta interpretación del interlocutor al que se dirigía la exclamación (hacia los socialistas, según la propia Fabra, y no a los parados…); la tercera, las declaraciones de papá Fabra describiendo a su hija como una persona de gran ética y responsabilidad social: palmaditas a la niña por insultar… En resumidas cuentas, tirar balones fuera es el deporte favorito de los di-puta-dos ¿veces?

Margaret no es Lisa Cohen, tampoco es Anna Paquin, aunque en realidad sí lo sea a nivel metafórico; pero tampoco este texto es una reflexión política ni una crítica para recomendar o no una película. Margaret es el personaje de un poema, este texto es una (otra) forma de ordenar ideas y reflexionar sobre una película, y Fabra es diputada, diputada. Dos veces, sí. Margaret, la película, habla de la evasión de responsabilidades, de cómo buscamos la exorcización de nuestros pecados (los que recaen en la conciencia como losas de mármol) demandando explicaciones al que tiene la paja en el ojo. La viga nadie la ve en el propio; tampoco la de la construcción. Pelillos a la mar. Aeropuertos sin aviones.

Margaret está construida a base de síncopes, de isletas de trama con personajes independientes que solo tienen como nexo de unión a Lisa, la protagonista. Estos vasos no comunicantes dificultan la interpretación del global, entorpecen la linealidad y nos llevan a la constante pregunta de cómo debía ser el proyecto sobre papel y cuánto tijeretazo ha sufrido. Sin duda, quizás no entendamos qué pinta Matt Damon y su personaje en la película, o por qué la trama de la madre y Jean Reno tiene tanta presencia en la película, o siquiera qué tiene que ver Kieran Culkin con todo el embrollo de Mark Ruffalo. En resumidas cuentas, nos podemos quejar de no acabar de entender cómo han sucedido las cosas y por qué alguien (y quién, en definitiva) ha considerado importantes esos fragmentos, esos personajes y ese orden.

Abrir un periódico y creer a pies juntillas lo que de él extraemos es un acto de fe. Leer varios periódicos y tratar de hacerse una idea de lo que sucede es un acto de desconfianza pero también de inteligencia. O eso creo… Sin embargo, leer varios periódicos también acaba por llevarnos a sentir que la realidad se construye, como Margaret, a golpe de síncope, de isletas con tramas y personajes aislados que no acabamos de hilar los unos con los otros pero que sabemos que están unidos. De algún modo. Que por qué Millet está como está y por qué Garzón está como está; que por qué ayer nomásiva sí y ahora nomásiva no, que cómo se reniega de la “cosa” pública cuando se lleva décadas sustentando una vida basada en sueldos del Estado… De por qué se coordina en una revista y se escribe en otra.

Contradicciones, desorden (público y personal) y supervivencia ética. Todo eso está y no está en Margaret, en su entramado de tramas y en su montaje mal montado, en sus actores reconocidos con sus apariciones casi cameos, en un mundo de vaivenes que parece que muestra una realidad al revés en la que el príncipe malo cobra un sueldazo y en el que el pirata honrado queda invalidado. Al final, sin embargo, lo ilógico está en el orden de las películas, en sus historias de superación y de aprendizaje, de luces de colores y caminos de baldosas amarillas. No, “no hay nada como el hogar”. Y mejor que no lo haya. Margaret es eso y mucho más; es la incapacidad de aceptar los actos y sus desafortunadas consecuencias, la frustración que genera enfrentarnos desde la inmadurez a problemas que requieren madurez. Es la contradicción de quien se cuida a sí mismo, a lo propio, mediante acabar con los otros; todo con el añadido de venderlo como si se tratase de responder a un bien ético o común, al BIEN, en mayúsculas y en resumidas cuentas. ¿Hemos vuelto al mundo al revés, en el que los corderos maltrataban al lobito bueno?

En eso consiste la actualidad de este país, en el que la clase política se cuida de lo suyo y en su tiempo libre se dedica a reducir a los de más allá (a nosotros). Margaret ha sufrido la misma tijera que la cultura en España, pero más irónico resulta que para su versión en Bluray hayan editado otro montaje, exactamente lo que hizo el PP con su programa electoral tras llegar al poder: borrón y cuenta nueva; donde dije digo, digo Diego. Ambos han ignorado, en algún momento, a una de las parte s contratantes…, y por todo esto, tenga quien esto firma más o menos idea de política, de cine o de di(s)puta(da)s, este texto está escrito para quienes quieren reducirnos a pedazos. Va por todos ustedes, hijos de Fabra, Fabra.