Solo es el principio

Liberté, Egalité, Fraternité

«¿Es lógico, cuando nos preocupamos tanto por el uso que se hace de los créditos concedidos por el Estado, que se pida cinco años de carrera a personas cuya función será supervisar la siesta y cambiar pañales a unos niños? Me lo pregunto» sentencia el Ministro de Educación en Francia, Xavier Darcos. Bajo esta frase se esconde todo una ideología perversa que los poderes fácticos quieren transmitir a la sociedad y es que la Europa del bienestar ya no es rentable, ya no es posible, es un lujo del que hay que desprenderse. Pero, sin los derechos que pertenecían a nuestra sociedad va a ser imposible llamar a la Unión Europea civilización. Y ésta, desde la Grecia Antigua, se ha basado en el pilar de la educación, cuna desde la que emergen valores como la libertad, la justicia y la igualdad.

Este documental comienza, así, presentándonos sus intenciones, dado el peligro que afronta el sistema educativo en nuestros días. Son muchas las películas didácticas que han logrado confluir estos dos temas: cine y educación. Desde las películas en las que un profesor inexperto se tiene que hacer con el control de unos adolescentes hiper-hormonados y problemáticos, como Rebelión en las aulas, Mentes peligrosas o La clase, hasta las que abordan la enseñanza desde los inicios, donde es más fácil prevenir ciertos problemas posteriores, como Hoy empieza todo o Ser y Tener. Ésta última quizás sea la que más se parece a esta cinta, por su contenido y forma, pero mientras la película de Nicholas Philibert presenta unas propósitos más austeros de divulgación de la enseñanza tradicional a través de una puesta en escena parca, Solo es el principio postula unas intenciones más ambiciosas, como es la necesidad de una enseñanza integral del individuo a través de un proyecto de filosofía para niños.

Y Jean-Pierre Pozzi y Pierre Barougier deciden que sean unos niños los cobayas del experimento, porque es en la infancia donde todo se puede educar, ya que un niño que comienza cuanto antes a pensar por sí mismo es muy probable que se convierta en un ciudadano inteligente, reflexivo, analítico. Porque, para ser un ciudadano independiente hay que ejercitar la más pura función adyacente de nuestra libertad, esto es, el pensamiento crítico, poner en duda la realidad. Pero, ¿cuestionar la realidad no es dejar de ser niño en cierto modo, ya que al criticar la realidad se pierde inocencia? Pues bien, la educadora de una guardería decide iniciar, así, un método innovador en el que varios niños entre tres y cuatro años comiencen a filosofar. No hay un guión inmutable en este plan educativo para niños y para el espectador, en todo caso solo están preparadas las preguntas, porque el ritmo, la intensidad y el tiempo de las sesiones lo van a decidir los niños. Se les interroga sobre los grandes temas universales que preocupan a todo ser humano: el amor, la muerte o la inteligencia. Pero, lo importante, en la iniciación, es captar el interés, y ella de sobra los ha cautivado haciéndoles ver lo importante de la reflexión conjunta. Como ya hacía Platón, la dialéctica sirve para ayudar a descubrir la verdad (la Aletheia) para, ayudados por el maestro y su imprescindible vocación, inspirar al alumno la pasión por aprender. Sin demagogia, con total libertad de pensamiento y de habla, la educadora les encamina, así, hacia sus propios pensamientos, les deja a ellos que debatan y que entre todos encuentren su verdad, sin imposiciones, ni manipulaciones externas. Aunque sea el trabajo de montaje posterior el que ponga orden a la explosión mental de tantos razonamientos dispares pero que, por otro lado, sobrecarge la imagen poblándola siempre de expresivas caras infantiles y de un continuo e incesante diálogo común. Unos veinte niños ocupan la pantalla, donde la cámara cambia de forma constante para mostrar primeros y primerísimos planos de los niños: rebosa caras que expresan ingenuidad, espontaneidad, porque no están adulterados por imposiciones y cohibiciones de la sociedad. Y, de esta forma, el documental se vuelve fresco, espontáneo, dejando expresar los pensamientos de los niños. La primera pregunta que les hace es ¿qué es la filosofía?, esa disciplina motor de todas las demás, la que trasmite la pasión por la sabiduría. Después viene la inteligencia (que, usando la metáfora de la Nutella, se descubre así que consiste en buscar soluciones y, en este caso, una solución para ¡que no se derrita!), el miedo, el amor o la muerte. Surge de forma espontánea el tema de la igualdad al tratar el especismo, el racismo y el sexismo, con total naturalidad, ya que los niños crecen con prejuicios sobre los animales, los sexos y las diferentes razas, y con complejos, desigualdades, jerarquías y clichés sociales que, solo si los analizan en profundidad, podrán desembarazarse de ellos. Y al final, presenciamos la pregunta clave, con la que vislumbra la victoria de su proyecto, que no era otro que contagiarles la pasión por reflexionar —en palabras de la educadora Pascaline —«reaccionar con inmediatez y saber si están o no de acuerdo y presentar argumentos».

Este filme se desmarca como crítica hacia la política de los recortes, ya que pretende lanzar una advertencia al espectador sobre el terrible problema de la educación actual, y la necesidad de divulgar su importancia para construir ciudadanos libres que exijan cambiar el mundo en un mañana, para solucionar el problema de raíz, desde los programas políticos, invirtiendo en educación, dando becas para estudiantes, formando con rigor y exigencia a los educadores, pues ellos son el instrumento de enseñanza de nuestros hijos, de nuestro futuro. Porque la enseñanza solo es el principio del cambio, porque todo cambio se produce en su origen desde las ideas, desde la formación, desde la educación. Y la filosofía solo es el principio.