Manual de sexualidad
Digámoslo desde el principio, Las sesiones, por encima del retrato de un tetrapléjico, es una esclarecedora película en materia sexual. Hay que entender la empatía inicial del director Ben Lewin hacia el texto de Mark O’Brien que dio origen a Las sesiones. Su origen está en un artículo escrito por Mark en 1990, con el título de “On Seeing a Sex Surrogate”, y que publicó en la revista literaria The Sun. El periodista y poeta O’Brien vivió hasta su muerte en 1999, a los 48 años de edad, encapsulado en un pulmón de acero debido a una poliomielitis contraída en su infancia; el director Ben Lewin padeció la misma enfermedad y pasó encapsulado en un pulmón de acero un breve tiempo, pudiendo finalmente recuperar la movilidad de cintura para arriba y parcialmente de sus miembros inferiores. Más allá de ello afronta la dificultad de llevar a imágenes lo que Mark O’Brien relató en su texto, que es la necesidad de tener relaciones sexuales como forma de realizarse como un ser humano pleno, pese a los condicionantes sociales y a los condicionantes personales del mismo Mark, especialmente su confesión católica.
Sobre la vida profesional, individual y espiritual de Mark O’Brien ya hay un antecedente en imágenes. Me refiero al documental de Jessica Yu Breathing Lessons: The Life and Work of Mark O’Brien (1996), que relata, en primera persona, las dificultades del poeta de salir adelante, el agradecimiento a sus padres; sus opiniones sobre la eutanasia, la sexualidad, la religión, el arte; su trabajo como periodista, dictando sus textos al principio y luego tecleándolos con un palo en la boca. Nada de eso está en Las sesiones, ya que ésta se centra en un episodio capital de la vida de Mark O’Brien, su deseo de perder la virginidad y de disfrutar del sexo. Por eso Las sesiones no es una película conmovedora sobre la superación de un discapacitado que ofrezca, a la salida del cine, dosis de buena conciencia a cada espectador. ¡Menos mal!
Lo que se agradece de esta película es que el relato en primera persona que ofrecen tanto el texto original como el documental citados aparecen en esta película subordinados a la presencia de un sacerdote como confesor, personaje creado ex profeso para la película y que conlleva una circunstancia singular y efectiva. El sacerdote resulta el catalizador, el que escucha y con sinceridad acepta esa necesidad sexual de Mark y los consiguientes episodios, las sesiones del título, que conforman la película. Cinematográficamente esas confesiones resultan ser flashbacks en donde se nos relatan las consultas que tuvo Mark con Cheryl, una asistenta sexual, quien poco a poco le fue haciendo partícipe y conocedor de su propio cuerpo, eliminando sus prejuicios y sus límites, y consiguiendo que su rostro y su pene fueran capaces de producir y dar placer.
El efecto de esa particular odisea en el espectador no reside, por tanto, en su personaje principal. Hemos visto a muchos discapacitados capacitados para muchas cosas. Lo más interesante de la película son dos hechos: en primer lugar, los dos personajes que acompañan a Mark, el sacerdote y la asistenta sexual. El primero, excelente como siempre William H. Macy, que escucha y nunca impone, comprende y hace valer esa comprensión, disfruta con humor del relato y por qué no, podría imaginar lo que en realidad vemos. La segunda, excelente como nunca la he recordado, Helen Hunt, una asistenta sexual para discapacitados que se diferencia de una prostituta porque «una prostituta quiere que vuelvas, yo no». Pero dejando aparte esa diferencia resulta esclarecedor que el oficio más viejo del mundo también tiene su virtud social que pocos han querido ver y que señala una película tan reciente como Hasta la vista (Geoffrey Enthoven, 2011), pues es universal la necesidad de todas las personas de descubrir y disfrutar de la sexualidad.
En segundo lugar resulta refrescante la forma de abordar el sexo con bastante claridad, como si fuera un manual para todos aquellos que quieran disfrutar del mismo. La objetividad de las notas que graba en su magnetófono Cheryl y los precisos pasos que da resultan ser un proceso de iniciación sexual nada engominado y meridianamente claro, dejando en evidencia que se puede hablar de sexo sin tapujos, separando sin ambages sexo y amor, así como matrimonio y procreación.
Por ello, el director Ben Lewin hace un alarde equilibrista para conjugar escenas de sexo singulares, narradas a un sacerdote católico y con la sensación de no molestar a nadie. ¿Será por la presencia incómoda de un parapléjico que nos hace pensar que todo es posible y nos parece tan lejano como un cuento de hadas? Hace años vimos a Christy Brown, el pintor protagonista de Mi pie izquierdo (My Left Foot: The Story of Christy Brown, Jim Sheridan,1989), que aullaba por sus necesidades sexuales. Ahora, con Mark O’Brien estamos obligados a mirar de frente esa necesidad, ese disfrute de la sexualidad de aquellos con dificultad para moverse de forma autónoma. Pero quizá el paso decisivo, poco probable en tiempos tan mojigatos, sería ver una película protagonizada por un hombre sin discapacidad evidente y una trabajadora sexual y, mucho menos, por una mujer y un prostituto.