El declive del imperio americano
Me siento algo desubicado ante la película de Sofia Coppola. Posiblemente yo sea un snob pero carezco de aficiones por el lujo, el famoseo o el pijerío. Valorar desde mi punto de vista una obra que contempla (con cierto distanciamiento pero con aparente conocimiento de causa y más que probable proximidad) los itinerarios de un conjunto de jóvenes que asaltan domicilios ajenos para robar productos de marca me sitúa en terreno enemigo, por así decirlo. Tal vez, para ayudarme a mí mismo, debamos empezar por el principio.
En 1989 Francis Coppola dirige La vida sin Zoe, un episodio de Historias de Nueva York (New York Stories, M. Scorsese, F. Coppola, W. Allen). Dicho episodio narra, con autoironía, como el lujo puede malcriar a la hija de un millonario y cómo es preciso para padres e hijos tener la cabeza sobre los hombros para salir adelante. La anécdota nos contaba el (breve) enfrentamiento entre una niña rica y presuntuosa y un padre demasiado ausente y se situaba, fastuosa en decoración, en las suites de un hotel de lujo. Estaba coescrita por Francis y Sofia, padre e hija, millonarios hipotecados pero millonarios al fin y al cabo. Unos años más tarde, ya en su faceta de directora, Sofia enfrentaba en la celebrada Lost in Translation (2003) dos personajes aparentemente solitarios, extraviados. Aunque, posiblemente, Bob Harris (Bill Murray) estaba mucho más perdido que Charlotte, una diletante ninfa que podía permitirse estar perdida por que, al fin y al cabo, siempre habría alguien que la rescataría. Una Charlotte cuyo precedente trágico estaría en la protagonista de Maria Antonieta (Marie Antoinette, 2006), la reina naif que disponía de todo y a la que no le faltaba nada, excepto un sentido más acertado de la realidad, motivo que la llevaría a (literalmente) perder la cabeza. Personajes femeninos que tienen cierta contrapartida en el Johnny Marco de Somewhere (2010), de nuevo otro “pobre niño rico” perdido en sus fiestas de sexo y drogas y dudosamente redimido por su amor hacia su hija.
Nada nuevo pues en esta revisión de una adolescencia tan desperdiciada como inmoral, en su opulencia o en su riqueza. O tal vez sí, puesto que en esta ocasión los protagonistas no son los nuevos príncipes millonarios sino el pueblo que quiere imitarlos. No hay posibilidad de cambio, no hay deseo de revolución. Los niños ricos son el modelo a seguir y no hay redención posible. Por supuesto que Sofia Coppola ha planteado su obra como una crítica de estas actitudes, considerando que la tendencia de la juventud americana en su adoración de la moda y el lujo es abiertamente decepcionante. Sin embargo es su postura la que da lugar a dudas. Tanto si consideramos que ella misma ha trabajado para Versace y que tiene una marca de ropa de diseño como por la conclusión de la película, con unos nuevos famosos a punto de caramelo para debutar en la tele basura luciendo parte de los objetos (gafas, zapatos, bolsos) robados no deja de ser ambigua. A ello habría que añadir el sesgo documental algo impostado que no hace sino entorpecer la narración de una, por otro lado, interesante historia. Sin dejar de ser una cinta apreciable, la ausencia de punto de vista moral (si más no la discreción del mismo) hace añorar otra obra sobre la decadencia de la juventud americana, sobre su amoralidad y su actitud, la rabiosa, cínica y desafiante Spring Breakers (H. Korine, 2012)