La agonía del amor
«Como quieres enamorarte si no dispones de un trabajo»
Jerichow (Christian Petzold, 2008)
Descubrimos a Alain Guiraudie en Gijón. En el año 2009, dentro de la Sección Oficial del FICXixon estaba incluida una comedia que venía a desmantelar los códigos a los que, a priori, debería haberse adscrito. No era ni friki ni escatológica y, además, estaba enclavada en un espacio tan poco habitual como la campiña francesa en la que también se desarrollan los mejores trabajos de Bruno Dumont. En ese espacio, un cuarentón, Arnaud, representante de maquinaria agrícola, soltero, homosexual y bastante feo y rechoncho, comprueba como se vienen abajo todas sus certezas sexuales tras rescatar de una violación a una joven adolescente que, además, es la hija de un amigo. Ella se enamora locamente de Arnaud en contra de la voluntad de la familia. A él parece que le pasa lo mismo. Entonces solo les queda huir de allí, en un viaje imposible y delirante a través de ríos y bosques mientras son perseguidos por, incluso, helicópteros policiales. Su odisea solo se detiene en granjas abandonadas y parajes casi inaccesibles, donde su pasión y deseo se libera sin encontrar ningún tipo de límite. Además de por las peripecias del amor en un ambiente donde parece que va producirse una catástrofe, El rey de la evasión resulta cómica porque Arnaud, pese a su aspecto, es un hombre del que están enamorados casi todos los hombres de la zona. Es un seductor nato que parece haber perdido la conciencia de su atractivo.
En el fondo de El rey de la evasión aparece un conflicto con el mundo laboral. Para Arnaud, su trabajo ya no significa nada. Solo es rutina, un continuo ir y venir entre granjas dispersas por la campiña francesa. En algún tiempo pudo ser lo más importante, pero ahora desde luego que no. Justo cuando comienza a notar la pérdida, su sensibilidad se altera y su deseo se descontrola. Sin trabajo, su vida personal sufre una alteración, no sabe a que aferrarse. Esta idea ya aparecía de forma explicitita en el mediometraje Ce vieux rêve qui bouge (2001). El escenario de este film es una fábrica que está a punto echar el cierre. Tanto la estructura del edificio como el trabajo que se realiza dentro de él, se hallan en ruinas. Son solo el recuerdo de lo que fue. En el escenario del fin, se despliega un triangulo de amor (no correspondido) entre tres hombres. En el catalogo del BAFICI de 2010, año en el que se programó una retrospectiva sobre el cine de Guiraudie, encontramos un comentario bastante acertado: «el film explora la desintegración laboral y sexual con una tristeza medular, que se transforma en la representación de un micro Apocalipsis lento, sostenido con sequedad y algo de humor. Humor que surge de sus planos con “cara de póquer”, de un espacio visual moldeado casi exclusivamente con planos generales fijos y distantes, con una insistencia en señalar el fuera de campo para potenciar la incomunicación entre los personajes. No es un detalle menor la inclusión (acertada) de personajes y situaciones que no circulan en el imaginario gay-mainstream y que, además, se propongan ecos eróticos en los cuerpos de obreros canosos, gordos, robustos y velludos, rara vez representantes de físicos deseables o sexuados».
El desconocido del lago sería la consecución lógica de los trabajos que Alain Guiraudie ha venido desarrollando durante más de una década. Aquí ya no queda ni rastro del trabajo: solo un lago, en verano. Un lugar de ocio donde hombres como los que habíamos visto en sus películas anteriores esperan a que pase algo por sus vidas, como el amor, la amistad o simplemente el encuentro sexual fortuito. De nuevo un espacio concreto por el que circulan una serie de personajes que se salen de la representación de lo que debe ser un homosexual en el cine. Y, por supuesto, un triangulo amoroso que pivota alrededor de un hombre bastante orondo. Henri, el cual espera sin hacer nada más que mirar el resplandor de la luz sobre las tranquilas aguas del lago, mientras habla con Franck y Michel. Dos hombres apuestos que intentan construir una relación amorosa mientras se enrollan, paralelamente, con cualquiera de los hombres que se encuentran en ese lago.
Un día ocurre algo inesperado en el lago: Franck ve como Michel ahoga a otro hombre. Probablemente, un antiguo amante. Entonces se convierte en testigo de un asesinato que, por supuesto, no puede confesar porque está enamorado del asesino. La policía acude a ese espacio casi edénico para abrir la correspondiente investigación. En ese momento aparece lo que tienen de cómico los filmes de Guiraduie. En la manera en que el comisario de policía se instala en la zona y mira a los cuerpos desnudos que no cesan de follar. Su mirada es la del extranjero; la que observa sin poder reconocerse en los otros. Son todos unos desconocidos para él. Incluso hablando con ellos, no puede descifrar su identidad. Pero su mirada es determinante porque también revela la completa falta de vínculos entre todos lo hombres que habían hecho suyo ese espacio. Ellos también son unos desconocidos aunque los habiten a través del roce y el intercambio constante de fluidos.
El desconocido del lago habla del infierno de la igualdad. Todos están allí para lo mismo y se comportan de la misma manera. Los rituales que ejecutan buscando un poco de amor, sexo o amistad no son más que el reflejo del neoliberalismo que vivimos todos los días: el que nos ofrece un exceso de otros para borrar en la misma operación toda huella del otro. El amor y el trabajo han sido los bastiones tradicionales para articular la alteridad. Probablemente cuando el trabajo era algo más que una forma de supervivencia, cuando existían los compañeros y se podía hablar de trabajo en equipo, en él también se podía encontrar un campo de entrenamiento para la experiencia del amor. Es decir, una manera de “engendrar al otro”. Una vez derrumbando, cada uno es su propio empresario, aislado, cansado, expuesto como una mercancía en todas las imágenes que, además, no cesa de compartir en los innumerables espacios sociales de los que dispone, para narrar una experiencia narcisista que se asemeja a la que expone brillantemente cualquier película porno. Sin trabajo, el amor agoniza y nos vuelve desconocidos, incluso para nosotros mismos. Sin amor, solo queda el deseo y el autoconsumo perpetuo de uno mismo.