Over the Tip: perversiones, corrupción y risas en una comisaría
Aunque Tip Top (2013) ha sido su primera película en llegarnos en forma de estreno, Serge Bozon no era un desconocido (lo que no ha evitado que su paso por la cartelera haya sido un visto y no visto). La primera vez que leímos su nombre fue finisecularmente como firma de un soberbio artículo sobre Biette en un número de La Lettre du cinéma que un amigo depositó en nuestras manos, y que fue una revelación: ¡de golpe supimos que éramos macmahonianos! Algunos años más tarde, descubrimos que Bozon también hacía cine, y del bueno: Mods (2002) y sobre todo La France (2007), una de las mejores películas de la década pasada, le convirtieron en el cineasta francés del momento. Gracias a la ya legendaria (e interminable) entrevista de Fernando Ganzo en Lumière, su pensamiento y gustos un tanto heterodoxos y una relectura subterránea (y no exenta de humor) del cine terminaron de conquistarnos. Una feliz conjunción de acontecimientos —su visita a Madrid para promocionar la película y el empeño de un buen amigo común, Adolpho Arrietta, por presentárnoslo─ hizo que pudiésemos compartir con él unos días y hacerle la “entrevista” (tomada y retomada una y otra vez, poco estructurada, a base de distintas conversaciones superpuestas: ¡vamos, que deberíamos usar otra palabra para describirla!) que Óscar Brox nos había encomendado.
Tip Top se basa en una novela negra de Bill James (es decir, del escritor y periodista galés James Tucker, inédito en el panorama editorial español y al que cordialmente desconocemos) que Axelle Roppert, colaboradora habitual de Bozon, le recomendó personalmente: “Cuando empecé a planear la película atravesaba algunos problemas personales, y Axelle me dijo que no volvería a escribir para mí. Sinceramente, yo no soy capaz de escribir un guion, no se me da bien y la verdad es que tampoco disfruto haciéndolo. No me gusta. Así que hablé con Axelle y le dije: «De acuerdo, no quieres escribir el guion, pero, al menos, ¿por qué no me recomiendas algo que pueda filmar, un libro?» Sabéis, yo suelo leer bastante, pero son libros antiguos, no sé, autores del siglo XVIII, del XIX. Apenas leo literatura contemporánea. Desde luego conozco a Kafka, a Proust, Joyce, etc., pero después hay un gran vacío. No he leído la nouveau roman, por ejemplo. Así que le dije: «Recomiéndame un libro que te haya gustado». Porque Axelle es una lectora voraz. Y así es como surgió la novela de Bill James. Axelle pensó que había elementos en ella a partir de los cuales poder trabajar. No es que el libro fuese necesariamente a gustarme del todo, sino que en él había cosas. Al leerlo, encontré una mezcla de inquietud social y un humor agresivo que me gustaron, así que me decidí a hacerlo”. Al parecer, Bozon ha tomado de ella dos personajes protagonistas bastante atípicos y un punto de partida muy preciso: cuando la policía se investiga a sí misma, para contar una de esas historias insólitas y atrevidas que tanto le gustan. Esta vez no se trata de un joven misteriosamente enfermo que se sumerge en el silencio (Mods), ni de las peripecias de una mujer que para reencontrar al hombre al que ama se disfraza de soldado, se alista en el ejército en vísperas de la Gran Guerra y va en su búsqueda (como en La France). Es una historia policial sin brillo en la que el racismo, el asesinato y la corrupción de la propia policía se amparan en las sombras, con un regusto final más bien amargo. ¿Un filme político de Bozon? “Desde luego. De entre todas mis películas esta es la que está más estrechamente relacionada con cómo es Francia hoy en día. Pero no he tratado conscientemente, diciendo: «Voy a mostrar esto y aquello», de dar un punto de vista sobre la sociedad francesa. Simplemente la historia conlleva esa visión”. Seguramente hay más de lo que quiere admitir: en el despacho de uno de esos corrompidos ─de aspecto rancio, gris y un tanto vencido─ dos fotos comparten pared: la de su mujer, por cuyo amor se saltó la ley a la torera, y la de Nicolas Sarkozy (¿inspiración modélica?). Difícil que el cerebro de uno no establezca ciertas conexiones…
Nada más empezar la película, un hombre entra en un bar y comienza a insultar salvajemente a los árabes (la “islamofobia”, en Francia, y más desde la matanza de Charlie Hebdo, no tiene nada de chistoso). Como se trata de un bar frecuentado precisamente por árabes, lógicamente estalla una pelea y, mientras, otro, acodado en la barra y que queda al margen de la escaramuza, logra escabullirse. El primero es un policía de paisano, el otro su confidente. En esta escena, ambivalente, está toda Tip Top: “Tal y como yo lo veo ─precisa Bozon─, en primera instancia la escena puede resultar graciosa. Indudablemente resulta chocante que ese tío entre allí y diga todas esas cosas. Pero, en el fondo, se trata de algo muy serio, algo que resulta bastante intranquilizador. Lo primero con lo que te encuentras en la película es el racismo que está muy profundamente enraizado en la sociedad francesa. El aspecto cómico de la película no deja atrás todas estas cosas, al contrario, hace que seamos más conscientes de ellas”. Las cosas no son lo que parecen; claro, que tampoco quisieran serlo. El policía ha arriesgado su vida por salvar la de su contacto porque recientemente ha perdido a otro, oscuramente asesinado. La cosa huele a chamusquina y el caso ─si es que podemos llamarlo así─ está en manos de Asuntos Internos, que envía a dos mujeres (a un medio masculino hostil; como corderos entre lobos. ¿Pero quiénes son los lobos y quiénes los corderos?) a investigarlo: “Dos mujeres muy distintas entre sí, Esther y Sally, a las que el trabajo hace coincidir y que al final acaban por parecerse”. A partir de esos dos personajes, de la relación atípica y muy pintoresca que se establece entre ellas, es de donde surge la película. “Su trabajo es investigar a la propia policía, o, más exactamente ─aclara el director─, investigar las posibles malas actuaciones de esta. Las dos formas de investigar, de supervisar, el trabajo de la policía son vigilar, a través de cámaras, micros, observando a las personas…, y castigar, mediante el uso de la violencia. Así que no hay nada raro en el hecho de que cada una de ellas reproduzca en su vida privada esos comportamientos a los que se ven expuestas en su trabajo, día a día. No hay nada arbitrario en que una sea una mirona y a la otra le vaya el sadomasoquismo: son el tipo de cosas con las que conviven a diario. No hay ninguna coincidencia en ello”. Porque a una de ellas, digámoslo de una vez, a Esther, le pone pegar y que la peguen; y la otra, Sally, es una mirona.
Ni que decir tiene que esos personajes estrambóticos y un poco al límite se hallan sostenidos por dos actrices extraordinarias: Isabelle Huppert y Sandrine Kiberlaine. Le preguntamos por cómo ha sido trabajar con la Huppert, “monstruo sagrado” donde los haya, y Bozon nos confiesa que “al principio fue un poco difícil. Ya sabéis, una actriz como ella, de la que tienes que estar pendiente todo el rato, que lo pregunta todo, a la que hay que tratar con mucho tacto… Al principio de un rodaje es normal que los actores estén un poco tensos. Luego, una vez que se relajó fue fácil trabajar con ella, es muy profesional, con una gran disciplina. Sabéis, me pasó una cosa muy delicada con ella. Los primeros días de rodaje me di cuenta de que había un gesto que repetía inconscientemente todo el tiempo: al acabar su frase, hacía una especie de mueca con los labios [imitándola]. ¿Cómo decirle a alguien que tiene un tic? Peor a una actriz, con lo que se preocupan con su imagen y todo eso. Así que por eso inventé lo de la sangre, que ella se pasara la película sacando la lengua para que le cayera la gota”.
Las dos forman una insólita pareja que, más que a Cagney y Lacey ─por buscar un parecido más o menos razonable─, por momentos resulta una especie de versión femenina hardcore de Laurel y Hardy, “un tipo de pareja, la de dos mujeres, realmente inusual dentro del cine cómico”. Cierto. Bozon es consciente de ese lado slapstick de su película ─que le aproxima al humor extravagante de un Mocky, por ejemplo; el de L’Ibis rouge (1975) o Le témoin (1978)─, pero no quisiera que el espectador se quedara atrapado en sus arenas movedizas: “tiene un lado burlesco, evidentemente, pero al mismo tiempo desarrolla algunas ideas abstractas que van más allá de la comedia. En cualquier caso, espero que el espectador la vea como algo orgánico, no como una comedia con toques serios, con ciertas ideas, sino como un todo. No he buscado en Tip Top una parodia directa de esto o aquello, no he tratado de reírme parodiando, no sé, un género, una situación, determinados personajes. Ese lado slapstick ha surgido en la película pero no es la película”.
En el borde de lo caricaturesco también el personaje del policía, Robert Mendès, que a ratos parece surgir improvisado desde el fondo del actor François Damiens. “Veréis, hay algo gracioso respecto a lo de la improvisación. Damiens es un actor desestabilizador, porque tiene esa cosa metamórfica, cambiante, un poco como una especie de bufón. Como otros actores, para memorizar su texto, lo escribía en letras grandes en hojas de papel que colocaba aquí y allá, repasándolas todo el tiempo, en el set, el camerino, donde fuese, y que le servían de “apuntes”. Si os acordáis de la escena de la reunión tras el funeral de Benamar, el confidente asesinado, Damiens empieza a pronunciar una especie de discurso bastante extraño e incoherente. Él no entendía muy bien de qué iba. Había memorizado el texto, pero como eran palabras un poco raras para él y como no leía los “apuntes” que se había colocado, terminó por decir otras que le resultaban parecidas, que le sonaban igual, que se iba inventando. Eso de «Equidad, totalidad, actualidad». Por eso lo que dice es tan raro, y de ahí vuestra sensación de que improvisaba su papel”. A propósito de improvisación, Arthur Penn nos confesó en cierta ocasión cómo mientras rodaba Missouri (The Missouri Breaks, 1975) Brando y Nicholson inventaban tanto sus diálogos, un poco como forma de retarse entre ellos, que finalmente tuvo que ceder a la improvisación (a la que no era nada dado: él era uno de esos cineastas a los que les seduce la idea de tenerlo todo bajo control). Bozon, a quien las películas de Penn le parecen “muy académicas”, nos admite en cambio que hay algo en Tip Top ─esa forma de crueldad cómica, la “extraña pareja” protagonista, la sordidez de la violencia, el final apagado…─ que le hace pensar en Dos chiflados en apuros (Penn and Teller Get Killed, 1989). ¿Quién sabe? No habíamos caído en ello, la verdad. El cine está lleno de filiaciones subterráneas…
Lo indiscutible, del argumento a la propia estética mortecina del filme, es que la película remite de forma muy precisa a una fotogenia de la serie B americana, como si de un film noir de la Monogram o de Eagle-Lion se tratase: “Al adaptar el libro, situando la acción en Lille en vez de en Inglaterra, introduciendo el contexto argelino, sentí que la película tenía que transmitir un malestar social que es completamente ajeno a la novela. El aspecto formal tenía que ser descarnado, bastante cutre. No es que quisiera que la película resultase fea, pero debía ser muy gráfica, muy directa, desnuda”. Hay muy pocas localizaciones en la película: la colina ─en la que muere el confidente, en la que el superintendente se suicida, por la que François Damiens merodea una y otra vez─, las habitaciones de hotel ─filmadas siempre con los mismos planos─, la comisaría, que se repiten cíclicamente dándole ese aura de infortunio. “Todos los personajes ─continúa─ se mueven por los mismos sitios todo el tiempo. Y no es que exista una necesidad de ir allí, no es que tengan algo concreto que hacer en esos lugares, sino que se han convertido en algo obsesionante para ellos. La vuelta continua a esos lugares hace que la película no resulte lineal sino que gire sobre sí misma. Para apoyar esa falta de linealidad traté, desde un punto de vista formal, de utilizar no solo unas pocas localizaciones sino de filmarlas siempre desde los mismos puntos de vista, con encuadres muy parecidos, las mismas angulaciones, idéntica iluminación… No era mi intención rendir un homenaje explícito a la serie B, las películas de bajo presupuesto se hacían así por motivos económicos, de modo que los tiros de cámara se repetían sistemáticamente para rodarlas más rápidamente. Algo que les daba una sensación inquietante, perturbadora. Esa sensación era la que pretendía conseguir. Esa sensación obsesiva que hace de Tip Top una película en mi opinión bastante oscura”.
Es cierto. Paralela a esa historia torcida de/entre esas dos mujeres corre otra historia también torcida, la de qué es lo que estaba a punto de descubrir el confidente (sea lo que sea, le costó la muerte). A esas alturas, Tip Top ya no es una, son muchas películas: un police procedural de serie B severo y circunspecto, una comedia burlesca desternillante, una insólita buddy movie y una revisión feminista del polar más bravucón y lleno de testosterona. “No soy un gran fan de gran parte del polar ─nos confiesa Bozon─, incluso del que tiene buena fama. De Melville o de Jacques Audiard. Los dos representan un tipo de cine gonflé [se nos ocurre traducirlo como “inflado”; “hipermusculado” quizás], centrado en una amistad masculina casi filo-gay, muy severa y ceremoniosa, bastante estúpido. Ya sabéis, los colegas de la cárcel, los camaradas del mundo del hampa… El círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) o Un profeta (Un prophète, 2009)… Todo muy espectacular. La verdad es que es algo que no me interesa nada. Por eso quería que Tip Top fuese bien distinta, no tan saturada de testosterona, como decís”. A propósito de esa diversidad ─eso que los franceses dirían pêle-mêle─, buena parte de la crítica (francesa) ha hablado de la película como de un filme desajustado, en el que conviven varias películas superpuestas que no terminan de encajar, algo con lo que, aun admitiendo su heterogeneidad, Bozon no está de acuerdo: “en el fondo espero que los espectadores sean capaces de entender que existe una lógica interna en la película, un principio orgánico. Es cierto que cada escena nos conduce a otra totalmente diferente. Hay un intento consciente de ruptura con la anterior, pero no como un truco ni por un propósito experimental, sino porque creo que así conseguimos una película más estimulante, que logra asombrar todo el rato y en la que esa serie de sorpresas un tanto extravagantes son las que de forma relajada nos van guiando hacia cosas más importantes”. Le preguntamos, pues, por esa mezcla de géneros y tonos tan habitual en sus películas, y nos habla de las primeras talkies del Hollywood de los años 30 y de cómo, al no estar los géneros cinematográficos aún tan firmemente codificados, estas saltan de un género a otro libremente. Algo que nos ejemplifica con Ciudad sin ley (Barbary Coast, 1935) de Hawks. Para ello, paradójicamente, Bozon parte de argumentos habitualmente muy concisos: “A la hora de escribir el guion, Axelle y yo solemos partir siempre de una situación fuerte a desde la cual se desarrolle toda la película. Esto no es algo nuevo, sin duda: las películas de Samuel Fuller, por ejemplo, son siempre así. En La France era esa mujer que se disfraza de hombre y se alista en el ejército para reencontrase con el hombre al que ama. En el caso de Tip Top las dos policías que investigan a la policía. Sin embargo, a pesar de que parto siempre de un argumento sugerente, lleno de posibilidades, excitante, creo mis películas no tienen una gran vitalidad narrativa”. ¿Una lógica establecida entre los personajes y las acciones antes que dramática, unas estructuras narrativas sugeridas antes que marcadas? “Esos vaivenes a los que os referís no solo tienen que ver con la narración, sino en mucha mayor medida con elementos formales como la puesta en escena, o sus relaciones con la música. Estoy absolutamente de acuerdo con Biette cuando en Le gouvernement des films dice que toda película se apoya en tres elementos: el relato, la dramaturgia y el aspecto formal. A menudo un filme está dominado por uno o más de esos elementos, pero en cualquier caso siempre existe un diálogo entre los tres. No creo que eso sea así, como decís. Tampoco que Tip Top sea una películas narrativamente más débil que mis anteriores filmes. Creo que ese es un punto de vista un poco dogmático”. La verdad es que, viniendo de él, uno no sabe muy bien cómo tomarse eso de ser dogmático. Mientras no nos acuse de sectarios…
En fin, tras dos días de comidas y cenas, vino tinto, abuelos españoles, filias y fobias, lagunas mutuas confesadas, Pascale Bodet, camisas retro de Pierre Cardin, incursiones minuciosas en tiendas de discos en busca de 7» de pop español, museos, política comparada, y hasta de algún proyecto en forma de sueño, se hace difícil dejar marchar a este conversador incontenible (que en cambio desconoce lo que es un WhatsApp), incluso a pesar de que deteste a Resnais y a Melville, de que esté convencido de que los políticos, aquí y allá, juegan con nosotros a «Casa tomada» y de que tenga ya, como si dijésemos, la mano en el picaporte, de que pueda tardar otros cinco años en volver a rodar una película. ¿O sería por eso?