Convicto (Starred Up)

Puertas giratorias, puertas de doble filo 

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Un psicólogo facultativo abandona involuntariamente la cárcel. Un preso entra de nuevo a su celda, contento de su situación. Nos quedamos observando unas puertas giratorias, ruidosas, metálicas, solitarias, frías. Unas puertas que siguen rotando, indeterminando su propósito, confundiendo al espectador. Porque invitan a salir, pero también a entrar. Porque no aclaran, ni a presos ni a funcionarios, el verdadero sentido de sus no-límites. Porque la realidad del exterior está demasiado presente en un interior que se rige por unas reglas similares a las de fuera.

Estos dos planos casi idénticos, emplazados en momentos cruciales del filme, definen varias de las claves de Convicto (Starred Up) y resumen la esencia de la que quizá sea una de las mejores películas del género carcelario de los últimos años: entrar o salir del recinto, física o mentalmente. Un simple acto que nos invita a pensar en el ímpetu o la paciencia, el orgullo o la madurez. En deberse a «la familia», o deberse a la familia. Padre o hijo, amigos o protector… Todo se confunde. Porque en la vida, seas o no un reo, siempre hay que atender a los grises para sobrevivir.

La llegada: inconsciente bravuconería

Sin música, sin edulcorar. Mackenzie retrata fielmente lo que significa hacerse un hueco, un nombre, lo antes posible en prisión. Siguiendo a su personaje principal, un joven tan violento que ya es enviado a una cárcel de adultos por sus delitos, intensos son esos diez primeros minutos que nos muestran cómo pretendemos despojar a un hombre de toda su integridad y autoconfianza al hacerle desnudar por completo. Pero más intensos son cuando vemos el ritual que ya intuimos a estas alturas más que necesario para que el prisionero pueda defenderse: preparar un arma con un cepillo de dientes y una cuchilla de afeitar, antes incluso de poner las sábanas en la cama.

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Así se nos introduce a Eric Love. Joven pero letal. Y, no obstante, pronto veremos que él mismo está tan desubicado como lo estaríamos nosotros allá dentro. A través de sus gestos, de su mirada. No hacen falta grandes diálogos para saber que se siente cohibido, perdido en un mundo de adultos. Planos llenos de crudeza por su sincera presentación, imágenes que no rehúyen mostrar momentos tan duros como el placaje del reo tras un malentendido, y su reactiva forma de defenderse. Jack O’Connell construye un personaje tan arrogante como inocente, al que otorga de una risa histérica pero tímida, de una fuerza en la mirada y de una expresión corporal que atrapa y posiciona al espectador en favor del simpático canalla…  

Pero el filme no quiere centrarse en los peligros de la cárcel, no tiene la finalidad de convertirse en otra cinta en la que quiere ensalzarse la ¿no? moralidad del preso, o del captor. Ni tan siquiera en la denuncia del comportamiento de los órganos públicos. Y es que ni los presos son buenos, ni los alguaciles son malos. Esto no es Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, Frank Darabont, 1994), esta es la realidad de nuestros días, de la sociedad del siglo XXI. Esto es más bien lo que Celda 211 (Íd., Daniel Monzón, 2009) podría haber sido, eliminando el sentimentalismo gratuito que ensombrecía la relación entre el atrapado funcionario y Malamadre.

El acondicionamiento: la madurez del hijo, los celos del padre

Tenemos el formato, tenemos al personaje principal, y creemos conocer la trama. Pero entonces Convicto (Starred Up) introduce otro elemento, el que revoluciona el mensaje que, ilusos nosotros, considerábamos era el principal del filme: y es que conoceremos a Neville Love. El padre. 

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Un hombre que con los años ha sabido ganarse un “puesto de mando” en el interior de la prisión, siendo la mano derecha del cabecilla de la “mafia” interna, del supuesto “protector” de los intereses de los convictos (siempre que estén de su lado y sus actos no pongan en peligro el equilibrio del acuerdo tácito con los agentes de la ley). Neville, en la sombra, se nos presenta entonces como el verdadero protagonista del filme de Mackenzie. Porque es ahora, en pleno desarrollo del filme, cuando descubrimos el dilema, y las verdaderas intenciones del director salen a la luz: el ¿amor? por un hijo al que prácticamente no se conoce, ¿será más poderoso que la fidelidad a «los tuyos»?

¿Pero quiénes son “los tuyos”? ¿Los que te han protegido durante tantos años, o los de tu propia estirpe?

Si en Un profeta (Un prophète, Jacques Audiard, 2009) ya conocíamos la necesidad de formar parte del grupo de los más fuertes, en Convicto (Starred Up) la irrupción de un nuevo género nos coge por sorpresa: el drama familiar se abre paso entre tanta testosterona, incluyendo además un elemento discordante que desestabilizará la idea inicial de Neville en cuanto cómo presentarse ante su hijo: conoceremos también a Baumer, el psicólogo de la cárcel.

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La reflexiva construcción de la relación padre-psicólogo-hijo traduce la interacción del triángulo protagonista en la posibilidad de conocer a una misma persona en distintas etapas de su vida y en función de las decisiones que acaba tomando: si Eric es aún el irresponsable delincuente con toda la vida por delante si entra en razón y sabe jugar bien sus cartas, Baumer es el sensato joven que ha sabido encauzar su vida, y Neville el árbol ahora torcido, el adulto que necesita de ayuda para saber priorizar lo verdaderamente importante. Baumer es por tanto clave para padre e hijo, al reflejar el futuro de uno y el pasado no escogido del otro y, aunque nunca es tarde para reorientar tus actos (y sus derivaciones), sí es verdad que Neville deberá comprender que el psicólogo no es su enemigo sino más bien su salvación, para poder conseguirlo. Y volvemos a eso de que no hacen falta grandes diálogos para transmitir con fuerza la finalidad de la historia: el dibujo de un niño en una pared; la entrega de las llaves del complejo al subdirector de la cárcel; la sonrisa de Eric al oír a sus compañeros de terapia al otro lado de la pared; el afectivo abrazo truncado por tener las manos esposadas… Detalles que despiertan inconscientes sensaciones en un espectador que constata, con triste cariño, que todos somos iguales.

La salida: la lucidez del prisionero

Habituarse. Sobrevivir. Ser consciente de lo que es realmente importante. Empatizar. Aprender. Ser feliz. Ser consecuente… y no arrepentirse de los actos del pasado. Otra gran baza del filme: no explicar el por qué está allí ninguno de los presos. Porque en realidad da absolutamente igual. Lo importante es aprender. Y los personajes de Convicto (Starred Up) lo hacen, cada uno a su estilo y con distintas consecuencias. Pero lo hacen. Y nosotros, los espectadores, lo haremos también.