El doble filo de la memoria
En uno de los cantos de la Odisea, se cuenta el paso de Ulises y sus compañeros por la isla de los lotófagos. En ella, varios de los hombres de la tripulación comen flores de loto, que, según la tradición clásica, están asociadas al trigo de Zeus, un alimento que provoca la pérdida de la memoria. Así, los efectos del loto apagan en esos hombres el deseo de volver a la anhelada Ítaca, su patria de la que tantos años han pasado separados por la guerra. No en vano, la voluntad inquebrantable del regreso a casa es el componente fundamental del heroísmo de Ulises, lo que le permite resistir ante aquellas adversidades que hacen a los demás hombres fracasar. Y, como muestra el episodio de los lotófagos, la memoria resulta crucial para alimentar dicha voluntad heroica. Como forma de recordarle a Ulises el lugar al que pertenece, que es parte irrenunciable de toda identidad personal.
Unos veintiocho siglos después de la Odisea, la memoria unida al inevitable deseo del hogar sigue siendo algo esencial para comprender a quienes, como Ulises, se ven forzados por las circunstancias a separarse de su patria. Lo que, en el mundo actual, remite al fenómeno de la migración. Todo migrante con memoria desea por encima de todo la vuelta a su Ítaca particular. Y ese es el caso del protagonista del filme que nos ocupa, un exiliado cubano que vuelve a su Habana natal dieciséis años después de su marcha. Regreso a Ítaca (Retour à Ithaque; Laurent Cantet, 2014) narra el momento exacto en el que ese protagonista, Amadeo, se reúne de nuevo con sus mejores amigos en una azotea de la capital cubana. Limitándose a un tiempo real de apenas doce horas (la tarde, noche y amanecer de ese reencuentro) y a un espacio fílmico que nunca sale de esa azotea y el apartamento colindante, la cinta se entrega sobre todo a la verborrea de esos personajes que retoman su amistad interrumpida por el exilio. Lo que da lugar a un estilo conversacional cuyas primeras pinceladas, como no podía ser de otra manera, se dedican a la memoria en forma de conversación nostálgica.
En el reencuentro con los suyos, vemos a Amadeo arrancarse con historietas de juventud, recuerdos y viejos chascarrillos del grupo. Un modo de que el personaje reivindique su identidad demostrando que, pese a su condición de emigrante, ha conservado la memoria de sus raíces. Estos primeros diálogos, que en principio pueden parecerle al espectador mera cháchara anecdótica, terminan por constituir la dialéctica de la que se alimenta el conflicto que hay en Regreso a Ítaca. Que lo hay, aunque precisamente el juego consista en presentarlo soterrado e ir exhumándolo poco a poco. Porque, como es sabido, la memoria no solo consiste en recuerdos entrañables. Hay también reproches guardados, remordimientos, viejos miedos… El guión del escritor cubano Leonardo Padura juega eficazmente con este doble filo del recuerdo, en la estructura in crescendo que mencionábamos, donde la conversación, que nace jovial, termina haciendo emerger esas heridas sin cerrar que en los personajes brotaron ante el exilio del protagonista. Aunque el interés no parece estar tanto en la mera disputa, ya que pese a todo el guión mantiene evidencias de que los sentimientos de amistad no han perdido fuerza, sino en el ejercicio de desnudar emocionalmente a los cinco personajes principales sobre los que gira el filme en una suerte de catarsis en tres fases, punteadas por los momentos del día que antes se mencionaban: la nostalgia (el atardecer), el dolor de las viejas heridas (la noche) y la mirada a un futuro incierto (el amanecer).
De modo que Regreso a Ítaca funciona a dos niveles temáticos. Por una parte, la preocupación individual por la identidad propia, el valor de las raíces y la necesidad de la vuelta al hogar que explora en Leonardo. Quien, muy expresivamente, se dedicaba a la escritura hasta que las circunstancias le despojaron de sus raíces y por tanto de la posibilidad de vivir según su propia identidad (algo que los escritores suelen necesitar para crear algo verdadero). Pero, ligado a estas cuestiones, lo que hay en el filme es un trasfondo social del que hace una clara lectura política. Mediante los ecos que va despertando la conversación, el guión expone las inquietudes íntimas de cinco personajes que, cada uno a su manera, son creyentes desencantados. Que de algún modo u otro llegaron a entregarse al sueño de la revolución castrista y ahora habitan sobre las ruinas de una utopía corrompida en sus cimientos, limitándose a rememorar irónicamente las anécdotas de aquellos tiempos. De nuevo, el papel fundamental de la memoria, vista desde el prisma de la revisión cínica que se mezcla con la nostalgia por los tiempos de juventud.
La puesta en conflicto de ambos niveles (las identidades del protagonista y sus amigos, el factor sociopolítico) termina armando la cuestión central de Regreso a Ítaca, que no es otra que la revisión que, desde su cercanía a la vejez, hacen los cinco personajes de sus vidas y cómo la negación de su libertad, circunstancias políticas mediante, las ha marcado inevitablemente, empujándoles a diferentes situaciones que les han supuesto una ruptura con su propia identidad: el exilio, la censura de su expresión, la corrupción, la separación familiar… La cinta empuja a los personajes a enfrentarse a estas rupturas desde una perspectiva muy intimista, haciéndoles aflorar cada vez más sus sentimientos ahogados. De este modo, pese a sus componentes de cierto ascetismo formal (el escenario y el tiempo tan reducidos, el recurso a la conversación sin acción), sus resonancias son amplias: tanto en su acercamiento a esas cinco vidas condensadas como en la lectura política.
En todo ello, no es difícil adivinar su intento de retratar un país que viene de un pasado muy especial pero que, en palabras de los personajes, no sabe a dónde va. Cuba representa un notorio fuera de campo durante todo el metraje, cuya resonancia se ve expandida por el fondo de los planos: el malecón de La Habana, las callejuelas caóticas y los ruidosos vecinos constituyen un paisaje en la lejanía que hace muy físico el componente social que impregna las vidas que se cuentan (o adivinan) durante la película. Se trata de un trasfondo contemplado por los propios personajes como algo inspirador de miedo. Al fin y al cabo, Leandro regresa a La Habana de un modo parecido al que lo hizo Ulises a su Ítaca siempre recordada: ante el temor a que sus enemigos (en este caso las autoridades cubanas) trunquen su vuelta a casa.
Si uno le dedica algo de paciencia a su estructura (el conflicto el guión se toma su tiempo para desvelarse), Regreso a Ítaca ofrece una sinceridad estimable. En su forma de construirse sobre unos diálogos rebosantes de vida, en su cercanía a la realidad que cuenta, y en su forma de desnudar emocionalmente a los personajes sin excesos pero sin concesiones. Merced, sobre todo, a un guión sólido (aunque quizá haya quien vea forzado su giro final) y a un poderoso trabajo actoral, algo en lo que probablemente haya que buscar la buena mano que Cantet ha demostrado (especialmente en La clase, palma de Oro en Cannes) para extraer de sus intérpretes representaciones acordes al tono veraz, de corte objetivista, que caracteriza a sus películas. A lo que se suma la proximidad que aporta la presencia de Padura al trabajo lingüístico: acentos, coloquialismos, ritmos… Que dan una perceptible viveza a la representación del carácter cubano.