Don Coscarelli. Phantasmas, momias y otras bestias

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Existen talentos capaces de sintetizarse en una sola imagen icónica, en un instante de claridad capaz de crear un símbolo tan poderoso, único e irrepetible que todo su potencial artístico no se agota en ese momento, pero se diluye hasta acabar plegándose a él; incluso cuando no es su pretensión, logran brillar de forma tan fulgurante en un sólo momento que nunca más logran alcanzar esa nitidez del pasado. O al menos no logran transmitirlo con la misma intensidad. En cierto modo, esa es la sensación que transmite la carrera de Don Coscarelli a la luz de Don Coscarelli. Phantasmas, momias y otras bestias (Gerardo Santos Bocero, Tyrannosaurus Books, 2015), primer monográfico dedicado al director estadounidense.

En el libro encontramos un seguimiento biográfico de Don Coscarrelli a través de sus películas, centrándose poco en sus circunstancias vitales para, en una decisión coherente, dedicarse exclusivamente a las vicisitudes detrás de cada una de sus obras; con un capítulo por película, aunque el sistema se evidencia como funcional no está exento de problemas: en tanto la obra de Coscarelli es bastante irregular en el tiempo, tenemos épocas de su vida completas despachadas con un par de párrafos. Años perdidos de los cuales no sabemos nada. Si bien no deberíamos considerar que un monográfico dedicado a un artista deba ser una biografía del mismo —o, al menos, no si queremos evitar entrar en el debate de si existe distancia entre vida y obra—, que su vida es necesaria para comprender su obra, esas ausencias biográficas acaban tornándose, en alguna medida, en su contra; quedan agujeros, la sensación de que las pequeñas pinceladas que se van dando sobre la vida de Coscarelli arrojan más luz sobre sus obras que los extensos y bien documentados párrafos sobre su recepción crítica o de taquilla.

Aunque pudiera parecer lo contrario, eso no significa que el libro asuma un acercamiento claramente historiográfico al respecto de la obra de Don Coscarelli. No exactamente. A lo largo de la obra hace un análisis exhaustivo de cada una de las piezas, destripándolas, observándolas tanto en su propia singularidad como en los rasgos que comparten entre ellas. Ahí nace también uno de sus problemas, si es que se le puede llamar así. Phantasma (Phantasm, 1979) aparece como la piedra de toque, el alfa y el omega de toda producción de Coscarelli, la obra con la que todas las demás se deben medir; si bien es cierto que es la obra más reconocida del autor, ese seguimiento tan pormenorizado también acaba haciéndola ver como una obra de culto en el peor sentido de la palabra. Pero, ¿no es acaso natural que ocurra eso si Phantasma es capaz de producir esa clase de fascinación? Ni John muere al final (John Dies At The End, 2012) ni Bubba Ho Tep (id., 2002) tienen un fandom tan vivo como el de Phantasma. Aunque es cierto, ahí mismo radica su problema: en toda obra de culto existe siempre cierto exceso celebratorio, de pasión desenfrenada, que las hacen sospechosas de ser objetos tarados cuya belleza radica en su propia singularidad; Santos Bocero apoya esa imagen mental al convertirla en una especie de objeto más de los fans que del propio Coscarelli. De nuevo una decisión completamente aceptable, pero con la cual puede resultar difícil comulgar.

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Con sus decisiones controvertidas, Don Coscarelli. Phantasmas, momias y otras bestias es un monográfico interesante para iniciarse en el mundo de un autor singular. Bien es cierto que su enfoque puede resultar insuficiente para quienes busquen algo más, que necesitan oír la respiración autoral entre sus líneas, pero eso no es algo malo. Con una prosa limpia, sin alardes ni aspavientos, Santos Bocero se pliega ante las películas como génesis, aunque también final, de lo que es la filmografía de Coscarelli; busca temáticas subyacentes, técnicas repetidas y cómo su cine ha ido evolucionando de película en película. En suma, un monográfico recomendable para todo aquel que quiere adentrarse en el particular universo de un autor que no siempre ha sido bien entendido, quizás por el propio peso de aquella pequeña gran obra con esferas asesinas.