Todo festival que se precie tiene su película. El jurado del DA2016 optó por un par de ellas. Se dejó de lado la que sin duda representaba la autoría, la voluntad de experimentar y crear de modo más conseguido. Podría decirse que Kaili Blues (Lu bian ye can, 2015), dirigida por Gan Bi y ganadora en Locarno a la mejor ópera prima, trata de Chen. Un hombre quien, tras ser encarcelado como chivo expiatorio, ve al salir (como en tantas obras clásicas), que su sacrificio ha sido en vano. Poco más podría añadirse a una síntesis argumental. Sin embargo, Kaili Blues no trata realmente de ello, sino de mucho más. Esta fascinante opera prima habla de la amistad, de la integridad, de la pobreza, de la belleza superviviente en un mundo de miseria, del amor… Kaili Blues, algo así como un noir postmoderno, es lo más próximo a las grandes obras de Wong Kar Wai, aunque no deja de haber en ella ecos de otros grandes como Jia Zhang Ke, Tsai Ming Liang, o Andréi Tarkovski. Con una fotografía que combina la suciedad de callejones y bares (una China absolutamente real, compuesta de billares llenos de delincuentes, peceras de aguas turbias y espacios vacíos acumulando deshechos) con fogonazos de color, Gan Bi narra una historia o, mejor dicho, una no historia, en la que los recuerdos aparecen como súbitos flashbacks que el espectador debe discernir.
Chen, llevado tanto por el recuerdo de su mujer como por el deseo de salvar a su sobrino, emprende un viaje más emocional, más mental, que físico. Un viaje interior representado, en primera instancia, por el desplazamiento de un tren por diversos túneles y, posteriormente, por un impresionante plano secuencia de 40 minutos, que lleva al protagonista de su búsqueda inicial a una errancia onírica en la que conoce a otros personajes. Durante dicha secuencia la cámara se permite dejar a Chen para seguir a estos y buscar una belleza que permite redimir la miseria reinante. Más tarde, la cámara regresa con el protagonista antes de finalizar el peculiar itinerario. Gan Bi desarrolla una puesta en escena coreografiado de modo excepcional y valiente, con un soberbio dominio de la cámara (de sus posibilidades) y también del montaje en aquellas secuencias en que recurre al mismo. Kaili Blues es una auténtica joya que luce en medio del barro y la tristeza y entre el conjunto de obras vistas en el DA2016 y revela a un joven director que, de seguir al mismo nivel creativo, puede destacar entre los grandes.