Las mil y una noches, de Miguel Gomes

Quotidiania delirante

¿Puede el cine recoger en imágenes las vivencias, las dolencias, de toda una sociedad en crisis, el impacto en la cotidianeidad, el paro, la miseria, la corrupción…? ¿Puede un cineasta utilizar la fábula, lo fantástico, para narrar dichas miserias? Miguel Gomes se enfrenta a tales interrogantes al inicio de una obra inconmensurable con una irónica secuencia en la que él propio director huye despavorido del rodaje, abandonando al equipo. Previamente, sin introducción alguna, hemos visto la manifestación de los obreros de un astillero a punto de cerrar, contrastando las imágenes del final de una época con los recuerdos y anécdotas laborales narradas en off, todo ello salpimentado con otra historia, la de un liquidador de una especie invasora de avispas. A continuación, los créditos nos cuentan, como se hará en cada una de las partes de esta trilogía, que la obra de Gomes basa su estructura en el clásico literario Las mil y una noches pero que no presentará sus fábulas, sino que versará sobre historias recogidas en la prensa y televisión de su país en el término de un año (de 2012 a 2013) y sobre el impacto que en la sociedad portuguesa tuvieron los dictados de un gobierno que falto de ética, dictó leyes que llevarían a la pobreza a la mayor parte de la población (sic).

Las mil y una noches se erige, pues, en un inmenso fresco que contempla, con ironía y con amargura, las consecuencias de la crisis y de las imposiciones de la troika sobre la sociedad lusa. Una mirada distorsionada en ocasiones, muy directa en otras, que disecciona la sociedad hurgando en los delirios cotidianos, como Miquelanxo Prado hiciera en aquella serie de cómic. Una obra que cabría emparentar con otras reflexiones recientes sobre la Europa que pierde el bienestar como Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (En duva satt på en gren och funderade på tillvaron, Roy Andersson, 2014) o con Free fall (Szabadeses, György Palfy, 2014). Los diferentes episodios se van desgranando de modo independiente entre sí, encabezados por un título y haciendo (pergeñada) referencia a algún cuento del clásico oriental, estando agrupados en tres volúmenes, en tres películas distintas.

El inquieto

El primer volumen, denominado El inquieto, arranca con la referencia directa a los hombres de negro y a la complicidad con el gobierno y los poderes fácticos portugueses. En tono esperpéntico, con alusiones a las colonias de la mano de un hechicero que ofrece una curación mágica a las penas más íntimas, todos los protagonistas masculinos tienen una persistente y prodigiosa erección que, sin embargo, no llegará a satisfacerles por completo. Tan burlesca alegoría revela la baja catadura de las dos partes negociadoras y la imposibilidad de Portugal para reparar de modo fácil la deuda económica.

La segunda historia recupera la inocencia con la historia del pollo que canta de noche para avisar de los incendios; mientras el pollo es juzgado, Gomes nos cuenta como un triángulo amoroso entre niños es la causa indirecta de los fuegos. 

las_mil_y_una_noches_1

El tercer episodio nos lleva a una población costera en la que un sindicalista aspira facilitar el chapuzón de 1 de enero a todos los ciudadanos, incluidos los parados. La puesta en escena no rehúye elementos del fantástico, desde la visita médica en el interior de una ballena o el uso de una máquina holter para seguir el estado de ánimo, aunque el fragmento no duda en utilizar diversos pretextos argumentales para conseguir su objetivo real, retratar y denunciar diversas situaciones de precariedad laboral, paro y pobreza.

Gomes, cual Scherezade, no duda en encandilarnos con su inventiva y desmadeja para nuestro asombro numerosos ovillos que se entremezclan entre si y que, a su vez, nos permiten intuir infinitas historias. Simultáneamente el drama del paro y la pobreza unifica todas las narraciones con un trasfondo común e inevitable.

El desolado

Si el primer volumen resulta claramente sorprendente, el segundo volumen, denominado El desolado, resulta el más impactante. Se inicia con una crónica de sucesos en la que un asesino huye de las fuerzas del orden hasta ser atrapado y considerado un héroe por muchos convecinos por su habilidad en burlar a la justicia. Historia que finaliza con una breve y burlona coda en off visual y que encadena con Las lágrimas de la juez, la historia más divertida de la trilogía.

Las lágrimas de la juez se erige como un fresco dentro del tríptico, una recolección de los crímenes y faltas frecuentemente oídos o vividos en la sociedad portuguesa: (machismo, violencia de género, ignorancia, robos y estafas diversas, contrabando, trata de mujeres, prostitución…) presentados como un encadenado de historias entre los numerosos asistentes a un juicio, celebrado en un teatro clásico al aire libre. La dinámica de falta de responsabilidad individual y colectiva se erige como un mantra que acaba, inevitablemente, afectando la vida personal de la juez.

Gomes remata el volumen de modo brillante con una historia triste. Centrada en los habitantes de un barrio periférico (podría ser cualquier barrio periférico de cualquier ciudad europea) Gomes presenta las vidas apagadas, tristes, de personajes que, de uno u otro modo, por una u otra causa, han perdido la gracia: un matrimonio solitario, en un piso asfixiante, la portera, sus vecinos, una joven pareja de ex toxicómanos… y el perrito Dixie, enérgico, incombustible, que parece ir más allá de las penas e incluso de las vidas de los humanos. Dixie, se nos dice, tiene la virtud de ser feliz; pero también la escalofriante capacidad de olvidar, tan pronto, como se aleja de ellos, de sus amos anteriores, pasando a amar a los nuevos dueños como antaño hiciera con otros. Posiblemente el mejor capítulo de toda la trilogía, Gomes combina poesía urbana, drama y comedia, ficción y documental, personas y personajes, en un retrato sincero, preciso, emotivo sin ser blando, explicito sin ser cargante, lúcido y bello.

Con la distancia del visionado hasta el momento de redactar este texto, casi una semana después, intuyo que la estructura de la trilogía está lejos de ser gratuita y que responde, de modo más o menos insuficiente para cada espectador, a una evolución escogida por Miguel Gomes. Si en la primera parte las alusiones a situaciones notorias eran conocidas (los recortes de la troika, los incendios), en este segundo volumen Gomes opta por orientarse a situaciones más generales y no, por ello, menos reales. La complacencia en la fealdad, en su representación, en el punto grotesco próximo a Fellini, a las comedias de Mario Monicelli o el espejo deformante de Terry Gilliam, da paso progresivamente a la coexistencia de lo mágico en la realidad, al estilo Apitchapong, primero, y a la documentación de la ficción o la ficcionalización del documental, después, al más claro estilo de su compatriota Pedro Costa.

las_mil_y_una_noches_2

El encantado

El tercer volumen expresa el agotamiento de una Scherezade que es Miguel Gomes y que somos todos, hartos de ver que las cosas no mejoran. El más árido de los tres volúmenes, lastrado por un metraje excesivo del último capítulo, enfrenta a Gomes con la incapacidad del arte para resolver los problemas. Gomes inicia esta parte con la ambigua presencia de Scherezade en una isla que es un refugio de piratas, ladrones, genios del aire y otros pintorescos personajes, originarios de relatos literarios, entre los que ella ya no se siente cómoda. Scherezade, amenazada de muerte por el sanguinario califa, pierde el interés en la narración, y el mundo de lo fantástico no tiene cabida ante tan negra perspectiva. Ante tal crisis creativa, el gran visir, su padre, le recuerda que a todos nos toca una época en la que vivir y que si a ellos les ha tocado ésta, tanto puede considerarse la época del califa asesino como la época de Scherezade. No estamos pues en la época de la troika, sino en la nuestra y debemos reivindicarnos ante el mundo. Scherezade tiene la obligación de seguir creando, de narrar, para exorcizar su miedo pero también para crear un mundo que está por llegar.
Gomes, sin embargo, se refugia en el mundo real. El último capítulo es un documental de creación que se desarrolla en otro barrio periférico de gente triste, vidas totalmente desprovistas de magia o encanto. Allí las Scherezades son jilgueros explotados por hombres solitarios que se esfuerzan en hacerles cantar, una y otra, mil y una veces…

Portugal, Europa. Del individual al global, con insaciable ansia narrativa (las digresiones surgidas, imparables, en medio de los episodios más prolongados), Gomes recoge en sus imágenes destellos de luz y suciedad, pena, saudade de lo que fuimos, genios que ya no recuerdan como volar. Y vemos que esta inmensa trilogía retrata, lúcidamente, nuestro mundo, nuestras historias.