La arquitectura del vacío
El vacío existe y está lleno
Pascal
El efecto Casimir
Sin duda, es de cobardes disculparse por anticipado por los errores que se puedan cometer a la hora de dar una explicación. Pero es de ingenuos tratar de explicar una teoría relativa a la física cuántica y pensar que uno, que jamás volvió a abrir un libro de ciencias una vez cumplidos los 17 años, vaya a ser capaz de hacerlo de forma satisfactoria. Así pues, ante todo, pido perdón por lo que viene a continuación.
El efecto Casimir es un experimento de la física moderna que consiste en colocar en el vacío dos espejos exactamente iguales, separados por una distancia muy pequeña, y demostrar como estos dos cuerpos se atraen entre sí.
En contra de lo que pueda parecer (y ahí está la gracia del experimento) este acercamiento no se produce porque estos cuerpos se atraigan realmente entre sí, sino que se debe al hecho de que constantemente se están creando y destruyendo partículas entre estos dos espejos en menor cantidad que las que se crean y destruyen fuera de ellos.
El campo de partículas exterior, al ser mayor que el del interior, empuja a estos dos cuerpos y los acerca.
En definitiva, lo que viene a desvelar el efecto Casimir es que el vacío no está “vacío” como tal, sino que posee una estructura propia, con sus propias normas y leyes, y que éstas son capaces de cambiar el rumbo de las cosas.
Esta en una teoría fascinante, no por la complejidad del experimento en sí, sino por su capacidad para revelar todo un mundo oculto allí donde a priori parecía no haber absolutamente nada. Exactamente lo mismo que sucede con el cine de Sofia Coppola y muy en especial en su último trabajo, La seducción.
La arquitectura del vacío
El vacío. La obra de Sofia Coppola siempre ha girado alrededor de este gran tema pero, mientras que en todos sus filmes anteriores este había sido tratado de forma luminosa (un grupo de Vírgenes Suicidas tendidas sobre la hierba, dos extraños paseando bajo los neones de Tokio, María Antonieta bailando entre reflejos dorados en Versalles, un padre y su hija tomando el sol frente a una piscina…), La seducción sorprende en su gusto por la oscuridad, tanto argumental como formal.
De la misma forma que El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki trataba de curar la ceguera occidental haciéndonos reflexionar sobre la importancia de las sombras en toda creación artística, Coppola parece decidida con su nueva película a llamar nuestra atención sobre la parte menos conocida de su obra, ese reverso oscuro que siempre ha estado presente bajo la superficie luminosa de sus anteriores trabajos.
La estructura del vacío es algo que Sofia Coppola conoce y sabe trabajar a la perfección, pero en La seducción parece haber querido explorarla más en profundidad y hacer su particular experimento Casimir utilizando, a modo de espejos gemelos, otro de los elementos que le han servido para definir su obra: los espacios.
El confinamiento de los personajes de Coppola jamás se produce en un lugar cualquiera, la arquitectura es de suma importancia en las películas de la realizadora neoyorquina ya que los espacios físicos delimitan siempre los espacios psicológicos de los personajes y constituyen un reflejo de éstos.
El vacío de María Antonieta se refleja en las cristaleras y tapices de Versalles, el del desencantado protagonista de Somewhere en las paredes del Chateau Marmont, el de los jóvenes ladrones de The Bling Ring en las minimalistas mansiones de Los Angeles y, como no podía ser de otra manera, el de las niñas y mujeres de la Escuela Para Señoritas Farnsworth se refleja en la Madewood Plantation House de Louisiana.
Esta es quizá la película en la que se puede apreciar un uso más radical de Coppola en esta relación del sujeto con su espacio ya que los planos de esta vieja mansión están dispuestos como una especie de muralla alrededor de la acción y los personajes. En el inicio de cada secuencia nos vamos a encontrar invariablemente con esas mismas imágenes, apenas indiferenciables, de la Madewood Plantation House; sus columnas, su balconada superior, el porche, el huerto.
A medida que avanza el filme, gracias a esta firme estructura narrativa basada en la repetición, percibimos algo que no se apreciaba en el resto de películas de la directora y que es, precisamente, esa presión de lo externo que amenaza con hacer desaparecer lo interno que hizo célebre al efecto Casimir.
El peso de la historia (las columnas de humo tras los árboles y el sonido de las bombas por un lado y el lento avance de la vegetación plantada por los esclavos por otro) se irá cerrando poco a poco sobre esta blanca mansión y hará que allí donde alguna vez hubo algo (sueños, esperanzas) vuelva a reinar de nuevo la misteriosa arquitectura del vacío.