Nos hemos olvidado de nuestra infancia. De aquellas tardes en que jugábamos a soldaditos matando indios o cuando el video juego nos permitía matar impunemente a cientos de enemigos monstruosos. De cuando no nos condicionaba lo políticamente correcto o la mala conciencia social. Quizás hemos olvidado de ese goce simple y puro de un juego que se antojaba completamente inofensivo. Y tal vez también hemos olvidado el cosquilleo producido por las películas de serie B, westerns o aventuras exóticas, que emitieron las cadenas de televisión años ha; o de aquellas que surgieron en los setenta u ochenta, patrocinadas por la New World o New Horizon de Corman, por Globus o por producciones asiáticas. Si nos hemos olvidado de todo ello, será difícil aceptar la versión cinematográfica de La torre oscura.
Veamos si puedo, mínimamente, reflejar todo lo que se ve en La torre oscura. En primer lugar, tenemos un diabólico brujo que extrae la potencia infantil (¿?) para derribar la susodicha torre, que es la que mantiene al Universo protegido de unos monstruos exteriores. Luego está el niño con resplandor que ve imágenes de un mundo desde el otro, pero cuyos poderes no le salvan de las garras malignas. Por otra parte, tenemos un pistolero de western cuyo Colt 45 está fabricado con el material de Excalibur (sic). Hay una escenografía retrofuturista, monstruos tipo hombre lobo, monstruos estilo Kraken, personajes de falsa piel a lo V, refugios que son intercambiables con los que aparecen en la saga del Planeta de los Simios, una torre (sí, esa del título) que parece llegar de la dimensión de Mordor y, como no, está Manhattan.
¿Puede, con tales herramientas, La torre oscura dejar un agradable sabor de boca en el espectador? ¿Puede tal pastiche dar pie a una narración mínimamente comprensible? ¿Puede más de media docena de libros resumirse en noventa minutos de película? La respuesta a todas ellas es, simplemente, insospechadamente, rotundamente, sí. Y no será mérito de Stephen King, cuya obra desconozco pero que dudosamente se refleja en el breve lapso de tiempo que dura la película. No lo es del director, que lleva a cabo una tarea funcional. Pero lo es, sin duda, de un equipo de guionistas que asumen la identidad de serie B y nos presentan sin complejos un tebeo de aventuras maniqueo pero entretenido, sin asomo de vergüenza alguna por su identidad. Lo es, y con mucho mérito de unos señores llamados Alan Edward Bell y Dan Zimmerman (aplausos por favor), responsables de la edición, que sortea puntos flojos, evita que el espectador se plantee dudas y dota a la narración de una agilidad considerable.
La torre oscura, en su simplicidad, no cae en los discursos new age. Nos lanza de cabeza a los duelos entre los dos antagonistas y a las imágenes apocalípticas que atormentan al pobre Jake. Y ya está. No precisa de más explicaciones. Juega con las referencias a King (Cujo, El resplandor, La niebla, The Majestic). Por supuesto que no basta citar al autor para elevarse a su nivel. Sin embargo, Roger Corman nos recordó en tantos y tantos largometrajes que una obra puede bascular de un resultado deseado a un resultado “simplemente” disfrutable sin que debamos por ello argumentar que la calidad de la película es muy inferior.