Amat Escalante llamó la atención con sus dos primeros largos. dos historias peculiares, concisas en extremo, situadas a lados distintos de la frontera de Estados Unidos y Méjico. En la primera, Sangre (2005), desarrollaba una peculiar relación de pareja, con abundantes elipsis, en la que la violencia machista amenazaba siempre con explotar. Un laconismo exacerbado otorgaba ciertos momentos cómicos a una historia extremadamente triste, a unos personajes desvaídos en sus ritos rutinarios. La segunda obra, Los bastardos (2008), tan concisa como la anterior, alargaba la tensión de modo insoportable. Producto en parte de la observación de las relaciones entre los ciudadanos estadounidenses y los inmigrantes ilegales que ellos contrataban, mostraba metafóricamente el enfrentamiento entre los dos países y la arrebatada venganza contra toda una sociedad que acababa por empapar la pantalla de sangre. Heli (2013) desarrolló más sus personajes y la historia, situándose de nuevo en un páramo mejicano, una zona periférica dónde la miseria campa a sus anchas y enferma las vidas de todos sus personajes. Éstos, movidos por la lujuria, la codicia o por la extrema necesidad, eran protagonistas de una tragedia que Escalante contextualizaba en el marco de los carteles de la droga y sus guerras.
El giro que Escalante lleva a cabo en su carrera con La región salvaje (2016) puede parecer vertiginoso y, sin embargo, no está tan alejado de sus obras previas. Tenemos a una pareja en crisis, dañada por el machismo del marido que, en realidad, pretende ocultar una tendencia homosexual. Una amiga ofrecerá a la mujer, primero, al hermano de ésta, después, la opción de alcanzar la felicidad mediante el contacto con un ser que habita una cabaña en el bosque. La insólita historia utiliza recursos de la ciencia ficción que evocan tanto a un Alien como a Lovecraft para desgranar de nuevo en pantalla vicios, pecados y los muchos sufrimientos de las familias mejicanas, muy concretamente la de nivel medio bajo. Escalante denuncia el machismo y la homofobia, el clasismo, la violencia sexista y la incomunicación generalizada de una sociedad que parece negarse el deseo y el placer o sólo permitírselo a escondidas.
Lejos de elaborar un melodrama o un panfleto (y pese a contener elementos más que suficientes para uno u otro) Escalante elabora una obra sutil, llena de propuestas, que permite ser vista (siempre con sorpresa) desde un punto de vista naturalista o desde una mirada integrada en el fantástico. En ella la mayor parte de los personajes están perdidos por negar su identidad o por no poder desarrollarla y sólo el contacto con el ser misterioso les permite alcanzar el placer que se han (o se les ha) negado. La región salvaje, pues, va más allá de la escueta denuncia de Sangre y de las explosiones de violencia de Los bastardos o Heli. El malestar, la maldad, la suciedad moral no se dan sólo en situaciones peculiares o extremas sino que habitan en contexto cotidiano (la relación de la pareja ya viene marcada por la sumisión de la protagonista a sus suegros y empleadores). Su imaginativo guion y su construcción no sólo permiten integrar los diversos temas en la trama sino que lo consigue sin precisar de altavoz o subrayados. Por otro lado, el recurso al fantástico, la encarnación del ser (al que nunca vemos completamente), como desarrollo de fantasías y goce sexual, permite plantear no sólo una solución sino la necesidad de saber encontrarla y asumirla. La consecuencia del encuentro será distinta para cada uno de los personajes que entran en la cabaña, pudiendo ser motivo de satisfacción para los ancianos que la cuidan, de placer para el personaje más libre y de placer y dolor para aquellos que a ella se abocan sin estar liberados de sus ataduras morales. El placer, pues, como solución a los problemas, como objetivo, pero también como símbolo de una frontera que puede ser peligroso cruzar, de una opción que debe controlarse. Ello otorga a la obra un valor añadido, y constituye una de las películas más sugerentes entre las estrenadas este año. Un valor que contiene, también, una gran sensualidad que puede alcanzar al propio espectador y hacerle desear nuevas experiencias.