Sitges 2017 Volumen 3: Violencia

Historias de violencia

Un breve comentario sobre la violencia, casi omnipresente en este festival. Una reflexión que se merece, sin duda, libros enteros pero que me resulta ahora inevitable. Me refiero al balance entre ética y estética que debería establecerse durante la construcción de una película y/o a la relación que podemos mantener con la opción escogida (algo a lo que alude específicamente Andres Goteira en Dhogs). Así pues, debemos ser conscientes que buena parte de las obras presentadas en Sitges se basan en cierta estética de la violencia, aunque sus objetivos sean distintos.

En algunas la violencia forma parte del texto, del personaje y su entorno. Son historias de crímenes que revisitan el cine negro clásico: En Brawl in Cell Block 99 (S. Craig Zahler, 2017) el director se desmelena después de la muy medida (y sobresaliente) Bone Tomahawk. Historia de un perdedor (que antaño podría haber interpretado Burt Lancaster o tal vez Charles Bronson), fiel empleado de un traficante, quien, por no negociar una confesión con la ley tras un encargo fallido, da con sus huesos en la cárcel, dónde deberá reventar los de muchos otros. Zahler equilibra una muy larga introducción en la que se dedica a mostrar la parte humana y la cotidianeidad del personaje, su deseo de paternidad y estabilidad familiar, sin obviar su parte salvaje. A diferencia de su obra anterior, Zahler sitúa al protagonista, define motivaciones y condicionantes de sus decisiones y se toma su tiempo antes de lanzarse a aquello que le interesa. Una vez ha creado el personaje trágico, concentra la acción en el tercer tramo de la película con tal intensidad de violencia física que aun siento el crujir de huesos rotos.

La forma del agua (The Shape of Water, Guillermo Del Toro, 2017) es otra obra sobre perdedores. En este caso, outsiders a los que el azar da una segunda oportunidad. Una joven frágil y muda, su compañera (negra y casada con un maltratador), encargadas de la limpieza en un centro de investigación secreto, un gay marginado, un espía enfrentado a sus propios jefes y una criatura acuática encerrada con un destino aciago. Del Toro arranca la película con cierto aire Amelie. Pero Elisa no es Amelie Poulain, afortunadamente para los espectadores. Su mundo es más oscuro, hibernado en la guerra fría, y Elisa no puede jugar ni hacerse la graciosa. Del Toro elabora un cuento como los que a él le gustan. Una fábula con ogros, princesas al rescate de príncipes prisioneros y algunas canciones. La violencia y la muerte puntúan las arriesgadas peripecias de los personajes y la sangre surge de modo inevitable en una charada trágica. Guillermo del Toro ha elaborado, mediante una prodigiosa puesta en escena en la que el agua juega un papel determinante (de los bellísimos títulos de crédito a las escenas de sexo o al catártico desenlace final), una bellísima versión de la Bella y la Bestia en la que la vida y la muerte se entrelazan de modo inevitable. Este cuento oscuro es tal vez su mejor obra y una de las más destacadas de este año.

You Were Never Really Here (Lynne Ramsay, 2017) resulta aún más dolorosa, no tanto por las palizas, asesinatos y sangrías que se ven como por el dolor que las acompaña. En la obra de Zahler, el protagonista, un hercúleo Vince Vaughn, escoge su destino. En la obra de Ramsay, Joaquin Phoenix es condenado ya en su infancia a sufrir los maltratos de un padre abusador. Ahora pasea una inmensa tristeza, una extrañeza y una indignación ante las justicias de este mundo, en un corpachón torpe. Joe es un Minotauro atrapado en una sociedad salvaje, que le reta y le ataca mientras él acomete. Perdido en un laberinto buscando Ariadnas secuestradas por redes de pederastia, lucha contra sus enemigos con una herramienta primitiva. Ramsay apuesta por alternar la violencia más explícita con el fuera de campo, por la consecuencia más que por la acción en determinadas ocasiones. La alternancia de tiempos entre los flashbacks de la infancia de Joe, los brevísimos interludios de tranquilidad (nunca exentos de tensión) y las secuencias de lucha son mucho más efectivos para hacer sentir el dolor que la opción tomada por Zahler. La sensación de irrealidad con que juega nos sitúa en un contexto de despersonalización y nos desconcierta más que al propio protagonista, incluso en la secuencia final. Ramsay ha elaborado una obra de culto, sin duda, no siendo ajena a la misma determinadas elecciones de montaje, la impresionante interpretación de Phoenix y la planificación de algunas secuencias, como aquella en la que Joe se tiende a escuchar una canción junto a un asesino que va desangrándose a su lado.

Podemos referirnos a obras en las que la violencia es su eje, presentándose de modo hiperbólico, al estilo del cartoon, para elaborar comedias sanguinarias. Sería el caso de una película de animación como la divertida Have a Nice Day (Hao ji le, Jian Liu, 2017), en la cual un maletín lleno de dinero pasa de mano en mano mientras deja tras de sí un rastro de sangre. O sería el caso de Mayhem (Joe Lynch, 2017), dónde un virus desata los instintos entre los miembros de una corporación encerrados en un edificio que deviene campo de batalla. Una estrategia que permite lanzar una serie de puyas contra los abogados y las corporaciones, tan inocentes como efectivas. Sin embargo, ninguna de ellas puede considerarse inadecuada si la comparamos con obras en las que la violencia es un puro espectáculo pornográfico. The Battleship Island (Gun-ham-do, Seung-wang Ryo, 2017) arranca con unas durísimas imágenes en blanco y negro sobre los prisioneros coreanos, utilizados como esclavos por los invasores japoneses en una mina. La película no tardará en pasar al color y presentar a personajes tan tópicos como típicos de las filmografías orientales más mainstream: el bribón simpático, la prostituta de buen corazón, el gánster que se enfrenta a la injusticia, los pérfidos malvados o el abnegado héroe. A partir de tales premisas la cinta evoluciona hacia una épica patriótica cansina por su duración y enervante por su uso de la violencia, el dolor y sangría como espectáculo. A diferencia de la elaborada The Age of Shadows, que gozamos el año anterior, la película coreana de este Sitges 2017 es pobre en ideas y desarrollo e invierte su elevado presupuesto en escenas de masas, mucha hemoglobina y una batalla final en la que la sangre brota a cámara lenta sin otra intención que el lucimiento del departamento técnico. The Battleship Island es una obra que luce el sufrimiento, las heridas y la muerte sin pudor alguno. Una obra decepcionante en un año en el que la representación coreana ha decepcionado, pese a los alardes técnicos y la violencia espectacular, tan inocua como, en ocasiones, molesta: A Day (Ha-roo, Cho Sun-ho, 2017) es otra entretenida variante en formato thriller del día de la marmota a la que le falta más desarrollo argumental y visual; The Villainess (Ak-Nyeo, Jung Byung-gil, 2017) y A Special Lady (Mi-ok, Lee An-kyu, 2017) producen sobretodo, pese a la espectacularidad de sus efectos especiales, una grave sensación de deja vu.

Puestos a denunciar la violencia o la opresión estatal es mucho más recomendable la turbadora A Gentle Creature (Krotkaya, Sergei Loznitsa, 2017). La nueva obra del realizador bieloruso contempla con amargura la trayectoria de una mujer que trata de saber en qué situación se encuentra su esposo, encerrado en la cárcel, y del que no tiene noticias. Su itinerario resultará ser un auténtico descenso a los infiernos en los que posiblemente acabe por quedar atrapada. A Gentle Creature es una denuncia de un gobierno corrupto y opresor, aunque se cuida de no señalar a país o dirigente concretos. Presenta, explicita, las amenazas a ciudadanos indefensos en controles aduaneros o rondas policiales, comenta el acoso constante a defensores de derechos civiles y deja clara la existencia de una sociedad tan cómplice como culpable en la que se entrecruzan sobrevivientes, mafiosos, borrachos y chulos. No precisa llevar la sangre a primer término. Si acaso permite ver violencia física, en un par de ocasiones, en segundo plano, jugando con la profundidad de campo, como si ésta fuera parte natural del paisaje. Al final, atrapada en un mundo de pesadilla, la mujer verá como la historia, amarga, cínica, claustrofóbica, amenazante, la envuelve, tal vez para siempre. Loznitsa, como Balagov en Closeness, nos muestra una Federación Rusa realmente deprimente.