Un instante, una vida
Me resulta tan interesante como atractivo comparar la estrategia utilizada por diversos directores de las películas más votadas en este top de Miradas de Cine para describir un momento o una emoción. Todos ellos modulan el transcurrir del tiempo de modo que se adapte a sus estrategias de puesta en escena y/o edición y, especialmente, a los sentimientos descritos más que a la historia contada. Christopher Nolan, brillantemente, dilata el tiempo y lo comprime alternando las múltiples historias que contiene Dunkerque (Dunkirk, 2017), para mostrar el espíritu de resiliencia del pueblo británico. Hong Sang-Soo duplica, multiplica, el sentimiento de pérdida de la protagonista de En la playa sola de noche (Bamui haebyun-eoseo honja, 2017), mediante una de sus variaciones, en una película vista por la joven, en un sueño y, tal vez, en la realidad. Christi Puiu, por su parte, alarga de modo indeterminado una comida familiar en Sieranevada (2016) de modo que le permite hacer no tanto un relato de lo que sucede como una recopilación de emociones y sentimientos.
Carla Simón no recurre a ninguno de estos artificios cinematográficos, pero recurre al propio artificio de la vida. En esta maravillosa cinta, la directora parece narrar las aventuras de la pequeña Frida, sus correrías en la masía y en los bosques que la envuelven, sus enfados, sus juegos y sus peleas con Anna. Sin embargo, si nos damos cuenta, la película contiene delicadas elipsis. Hay en este verano de libertad mucha alegría y mucho dolor. Carla Simón lleva a Frida desde el momento de la marcha de su casa hasta la catarsis, inevitable, final. Aparentemente, hemos visto una versión infantil de tantas y tantas películas de coming of age adolescente. Frida, sin duda, crece y se crece (y la inolvidable interpretación de Laia Artigas, con la colaboración de Paula Robles) nos la hacen creer, vivir. Sin embargo, Verano 1993 no es una narración al uso. El posible relato está contenido en las elipsis, en las frases no pronunciadas. Las historias de los padres de Frida, la historia de sus abuelos o la historia de sus tíos flotan alrededor de la protagonista, sin acabar de definirse, manteniéndose en la incertidumbre con la que los niños perciben su entorno más inmediato. Y es en medio de todas las historias o leyendas, dónde Simón construye y nos enseña un único instante. El instante, postergado durante semanas, que lleva a la pequeña Frida de un incierto cambio de domicilio a un nuevo hogar. Un instante en el que se funden numerosas aventuras y momentos de diversión, que perdurarán así en el recuerdo de la niña. Pero también, de hecho, es un instante prolongado durante un largo periodo que se define entre la negación y la aceptación de la pérdida, con el brote de llanto irrefrenable. Carla Simón no sólo presenta una obra que desprende aroma a vida real, a naturalidad, sino que presenta un auténtico retazo de vida, un recuerdo y un sentimiento en imágenes.