Fórmulas mustias, clasicismo vivo
Haneke, Hong Sang-Soo, Van Sant
La sequía estival y el mundial de fútbol han sumido la cartelera en un sopor que se ha adelantado al periodo habitual. Si algún verano se colaba en las pantallas alguna obra insólita, alguna propuesta interesante por extravagante o alguna película, en definitiva, de calidad, no parece haber sido el caso en esta ocasión. Ha habido que ponerse manos (y ojos) a la obra para recuperar películas que se nos habían escapado de entre los dedos (y de entre las miradas) y combinarlas con los estrenos más recientes. Curiosamente, el cóctel da pie a una reflexión tan sencilla como evidente. Tanto va el cántaro a la fuente… que al final se seca. Parece ser que el calor haya evaporado las ideas de algunos clásicos contemporáneos y la recurrencia a las mismas fórmulas de hace tres décadas da lugar a obras un tanto acartonadas.
Podríamos empezar con el estreno más reciente, el final (in)feliz de Haneke que ha tardado más de un año en llegar a las pantallas tras su paso por Cannes dónde tuvo una floja recepción. Happy end (2017), comentada por Alba Villarmea en estas páginas en un acertado análisisis, es universo Haneke y ello la puede hacer tan interesante a nuestras miradas como conocida, para lo bueno y lo malo, si somos muy familiares con su filmografía. Tenemos a la Huppert (uy,uy, uy… perversiones), tenemos una niña que tanto puede cargarse a su hámster como a su madre o su abuelo, tenemos una trama industrial y hay apuntes de drogas y sexo turbio… Actores, personajes e ingredientes argumentales que remiten a La pianista (2001), a Caché (2005) o Amour (2012). Hace poco los integrantes de la Asociación Señor Serrano comentaban en un debate posterior a la representación de Kingdom, su última obra, el riesgo que implicaba hacer una obra denuncia de la que todos los espectadores participaban: ningún riesgo. Unos y otros estaríamos de acuerdo, del mismo modo que coincidiríamos en gustos, modas o, incluso, en orientación de voto. El cine de Haneke, tan interesante en sí mismo, ha llegado a este punto de riesgo cero. Una denuncia tan contundente como fría sobre la burguesía, sus relaciones internas y sus maniobras de poder, con la que no podemos sino asentir pero que narra situaciones ya escuchadas en obras anteriores, sin causar la zozobra que ninguna de ellas provocaba.
Es una sensación similar a la que produce la agradable, aunque un tanto inane, La cámara de Claire (La cámera de Claire, Hong Sang-Soo 2017), obra de mi apreciado coreano y en la que repite Isabelle Huppert. En esta ocasión, HSS desliza su mirada sobre una situación anecdótica en la que tres personajes cruzan sus destinos, cervezas mediante. El autor coreano basa todas sus películas en la confrontación entre un director/guionista/productor alcohólico y una mujer, a la que sigue, persigue, humilla, adora y, finalmente, pierde, aunque no sea siempre por este orden. En todas ellas, juega con narrativas circulares, concéntricas, repetitivas o especulares, en un juego irónico que desvela para ellos y para el espectador el carácter real y las auténticas motivaciones de los personajes. Una estrategia repetida con innumerables variantes que ha cansado a bastantes cinéfilos, incluso a algunos antiguos fan. En La cámara de Claire, al fin y al cabo, la confusión se corrige tras una breve secuencia que hace de espejo a otra previa. HSS ha jugado, de nuevo, con sus personajes y con el espectador, pero en esta ocasión da la impresión que se ha limitado a aplicar su fórmula durante un tiempo muerto que ha disfrutado en la Costa Azul. Tres producciones en un solo año (y dos más por estrenar en éste) le acercan más al rutinario Woody Allen que al inspirador Rohmer con el que pudiera compararse antaño.
Quizás no sea rutina, pero insatisfacción es algo parecido a lo que sentimos con la insuficiente No te preocupes, no llegará muy lejos a pie (Don’t Worry, He Won’t Get Far on Foot, Gus Van Sant, 2018). Proyecto del malogrado Robin Williams sobre John Callahan, un dibujante quien, pese a estar afectado por una parálisis casi absoluta, tenía la capacidad de reírse de todo y todos, empezando por sí mismo, Van Sant recupera la idea y rehace el guion original. El resultado está demasiado lejos del sarcasmo de Callahan y, probablemente, de la idea del desaparecido bufón hollywoodiense. La mala leche aparece sólo de modo puntual durante el metraje y la historia remite en exceso a aquellas obras de superación (Callahan era un alcohólico y su accidente tuvo lugar durante una noche de borrachera). La obra de Van Sant, aunque serena y ágil, editada alternando diversas épocas de la vida de Callahan, está más próxima a la orientación comercial que le aportó éxitos que a su memorable trilogía de la muerte: Gerry (2002), Elephant (2003), Last Days (2005). Cabe plantearse si aquello fue flor de un día y nunca repetirá una obra experimental o si simplemente el director trata de resarcirse de su anterior fiasco comercial, El mar de árboles (The Sea of Trees, 2015). Sin embargo, ni la excelente interpretación de Jonah Hill ni la agradable presencia de Rooney Mara insuflan vida a una obra más paralizada que su personaje principal.
Denis, Lelio, Baumbach
Cierto es que con el aire acondicionado protegiéndonos dentro de la sala ninguna de las tres propuestas parece ser menospreciable. Sin embargo, parecen ser obras muy menores, incapaces todas ellas de mostrarnos historias de auténticos seres vivos. cuando las comparamos con otras propuestas que durante los meses anteriores atravesaron las pantallas con discreción.
Claire Denis es tan autora como Haneke, Hong Sang-Soo o Van Sant, aunque no tenga la fama de los otros directores y su club de fans sea menor. Un sol interior (Un beau soleil interieur, 2017) no es tal vez la mejor obra de su directora. Sin embargo, Claire Denis (y Juliette Binoche) tienen la capacidad de ofrecer un retrato de un personaje desconcertado. Isabelle, en sus cincuenta, busca el amor. Quiere ser deseada, amada y alcanzar una plenitud. Isabelle puede ser romántica, pero le encanta follar. No piensa en príncipes azules, pero no deja de ansiar algo más. Isabelle puede ser una pintora un tanto desorientada a nivel sentimental, pero es una mujer con ideas claras. Y Claire Denis nos la muestra no como un personaje sino como una persona real, con sus contradicciones, sus insuficiencias, sus frustraciones, sus errores y sus ilusiones. Una de las estrategias de Denis es un montaje ágil, con numerosas elipsis, y funciona muy bien en esta ocasión. Más allá de dinamizar la historia, el montaje elíptico permite ofrecer numerosos, distintos y contradictorios aspectos de la protagonista. Binoche encarna así a una mujer aunque se diría que representa a muchas mujeres. Aún más, diría, que, en sus reacciones, podría encarnar también a muchos hombres. A todos aquellos que hemos dudado en invitar a alguien a subir a casa por la noche. A aquellos que hemos puesto en la balanza un polvo que tal vez no merece la pena con los días que llevamos sin follar. A aquellos que optamos por follar, aunque la pareja no nos interese o, incluso, nos resulte un tanto desagradable. Muchos hemos dudado si abrir o no la puerta del coche para dejar en él a nuestro acompañante, o abrir o no la puerta de casa para que marche tras un café, sin nada más. Muchos hemos abierto la puerta de casa a nuestro/a ex pareja, para echarlo/a a gritos poco más tarde. Denis hace una pequeña gran película con todos estos retazos de vida, con estas pequeñas situaciones, para mostrarnos un retrato sentimental construido con pequeños momentos y nos ofrece una pequeña historia que es muy universal.
Sebastian Lelio, con la serenidad que parece caracterizarle, ofrece en Disobedience (2017) un doble/triple retrato emocional. A la muerte de su padre, un venerado rabino, Ronit deja la cosmopolita Manhattan para regresar a la asfixiante atmósfera de una comunidad judía, dónde encontrará a Esti, su íntima amiga y ocasional amante, casada actualmente con David, quien fuera el mejor amigo de ambas. Lelio no muestra sin embargo una simple historia de amor lésbico sino que elabora ante el espectador un juego de relaciones sentimentales en el que la honestidad será decisiva. Ronit y Esti se quieren, aunque la necesidad de huir del entorno asfixiante influye en la pasión de Esti mientras que la actitud de Ronit se relaciona más con un deseo pasajero que con auténtico amor. David, por su parte, deberá asumir las enseñanzas religiosas que él mismo imparte. La película de Lelio rehúye el melodrama y las secuencias estridentes y observa con discreción el drama de tres personas. El elegante resultado demuestra que se puede a la vez crear denuncia y narrar una historia íntima. Sin fórmulas de recurso, simplemente observado los rostros, los gestos, los ambientes y traduciendo con las imágenes lo que todos ellos significan. Una obra de resonancias clásicas dentro de su modernidad que, tal vez por la falta de pirotecnia, ha pasado por la cartelera con excesiva discreción.
Y un pequeño apunte final. Si tanto los protagonistas de Disobedience como de Happy End plantean vender una casa, otro tanto sucede en The Meyerowitz Stories (new and selected) (Noah Baumbach, 2017), una producción de Netflix no estrenada en cines. A mitad de camino entre Woody Allen y Wes Anderson, Baumbach ha contemplado en diversas ocasiones los conflictos sentimentales y familiares de la burguesía intelectual de Brooklyn. No obstante, a pesar de su revisión constante de un mundo ombliguista, el director mantiene el interés en sus obras mediante guiones bien trabados y exquisitas interpretaciones. Si Juliette Binoche construía a la par fragilidad y fuerza en su encarnación de una pintora, Dustin Hoffman ofrece la imagen de un rotundamente obstinado escultor que valora a sus familiares en función de sus intereses particulares. Junto a Hoffman, Emma Thompson, Ben Stiller y Adam Sandler encarnan un grupo de personajes desvalidos, cada uno varado en la vida a su manera, a los que Baumbach, guionista y director, rescata con honestidad. La soberbia del patriarca, las borracheras de su pareja, la hermana que siempre está ahí aun cuando nadie es consciente de su presencia, el resquemor de sus hijos que se sienten infravalorados mutuamente, el desconcierto en el hospital anotando la pauta de medicación, la dificultad de aparcar, de situarse, de consolidar la relación con los seres más próximos o con los más lejanos… Situaciones vitales y anécdotas en las que Baumbach define familias y personas, relaciones y vidas, con absoluto respeto, aun cuando no esté exento de humor. Una narración ligera y un montaje lleno de elipsis (aunque con un ritmo distinto al de Claire Denis) dan pie a una obra notable. Tal vez no construyen una obra innovadora, pero nos ofrecen un creíble (y algo entrañable) retazo de vida.