Increíblemente divertidos
Me mantenía, hasta ahora, un tanto al margen. Las batallas, los duelos y las hazañas de mutantes, superhombres y supermujeres me resultaban ajenas. En una sensación similar a la producida antaño por la saga Bond, con la que podía entretenerme con las persecuciones, las peleas y los vehículos, pero dónde nunca te importaría verdaderamente la trama ni los personajes por que sabía, perfectamente, cual iba a ser el final. Si a ello añadimos el prejuicio de que una película infantil no podría aportar demasiada novedad al género, era extraño que Los increíbles (The Incredibles, Brad Bird, 2004) me llamase la atención. Pero Brad Bird llegaba con El gigante de hierro (The Iron Giant, 1999) bajo el brazo y aquello era un reclamo suficiente… Y sucedió el milagro. Los increíbles resultó ser tan entrañable y dinámica como la historia de guerra fría del niño y el robot y, además, lució un espléndido diseño de producción en lo que respectaba a vestuario, decorados y “localizaciones”. Brad Bird trajo una obra dónde todo se había cuidado extraordinariamente, de forma a fondo, de gag a definición de personajes, de screwball comedy al sci-fi más trepidante.
14 años después el regreso de la familia Parr provocaba tanta ilusión como desconfianza. Bird tenía otro éxito animado en su haber, Ratatouille (2007). Pero, habiéndose fogueado en la ficción real, los resultados fueron menos brillantes. Misión imposible: Protocolo fantasma (Mission: Imposible, Ghost Protocol, 2011) funcionó en tanto que Tomorrowland: el mundo del mañana (Tomorrowland, 2015) pinchaba en su estructura y la definición de caracteres principales. Si ahora, un tanto sorprendido (agradablemente), un tanto fascinado por Infinity War (Anthony Russo y Joe Russo, 2018), vuelvo la mirada hacia el Universo de los superhéroes, la llegada de la nueva entrega animada provocaba muchos recelos. Y hay que dejar muy claro que no hay porque tenerlos. Los increíbles 2 funciona tan bien como su predecesora. Hay que decir, eso sí, que a nivel argumental la trama se revela un tanto acomodaticia, con situaciones que remiten a la anterior obra. Sin embargo, mantiene el ritmo, redefine personajes (básicamente a Bob Parr) y trae un sinnúmero de gags junto a un diseño admirable.
La familia Parr, de hecho, no regresa. Están en el mismo punto en que los dejamos hace 14 años y parecen ser ellos quienes nos han estado esperando a nosotros. Se enfrentan a Underminer, infructuosamente, y se repite la ilegalización de los superhéroes. Ello determinará que Elastigirl acepte un trabajo clandestino financiado por unos hermanos millonarios con el objetivo de reivindicar a los superhéroes. Bird combina hábilmente las extremadamente dinámicas escenas de acción (propias de Misión imposible) con los apuros caseros de Mr. Increíble tratando de contentar a sus hijos. Mientras su mujer emula (y supera) a Ethan Hunt saltando de edificio en edificio para alcanzar un tren desbocado en una carrera casi suicida, él debe repasar deberes, acostar al bebe y entenderse con su hija adolescente. Bird compara con éxito la heroicidad cotidiana de los padres (y madres) con la de los héroes del comic y el cine. La definición de carácter del sufrido padre, la hija adolescente o el niño volcado en la tecnología se emparejarán (no inesperadamente para quien viera el cortometraje Jack Jack Attack ,2005) con las fenomenales habilidades del bebé, que resulta ser un compendio de mutaciones y poderes. Y ahí radica el mérito de Los Increíbles 2, en los emparejamientos entre la observación de la cotidianeidad y la narrativa de una ficción desbordante. Una ficción que se lanza a rememorar el cartoon más desfasado, el de los Looney Tunes, con la secuencia de la delirante lucha de Jack Jack contra el mapache o, de nuevo, en las diferentes e hilarantes secuencias de mutaciones del bebe fenómeno, ora juguete y arma en manos de su hermano, ora nuevo amigo de Edna Mode. Y nombrar a la peculiar e irascible diseñadora de moda para superhéroes nos lleva a la segunda gran baza de la película, puesto que el diseño de la ropa, las ciudades, los edificios, los vehículos es un prodigio de adaptación de líneas y moda de los cincuenta y sesenta. Del tren bala y la moto de estilo retrofuturista (diseño que culmina en los estilizados créditos finales), al “Batmovil” (no es la única referencia a Batman, la visión de la ciudad corresponde, sin duda, a la de Gotham City y hay quien ha llegado a distinguir la Batseñal en el cielo nublado). Del sofisticado jardín de acceso a la mansión de Edna a la casa en la que se alojan los Parr, con ecos de Lloyd Wright, Van der Rohe… y de Mi tio (Mon Oncle, Jacques Tati, 1958) o El guateque (The Party, Blake Edwards, 1968), ejemplos del uso de la arquitectura como gag a los que remiten varias escenas de la película de Bird.
A la altura de la obra original, equilibradas sus limitaciones mediante las citadas armas, Los increíbles 2 deja, no obstante, cierta incertidumbre en su mensaje. En cierto momento, el malvado Screenslaver lanza un discurso criticando la absoluta dependencia ciudadana y el aislamiento de su entorno, hasta el punto de rechazar la responsabilidad individual, delegando en los superhéroes la resolución de conflictos. Pese a la simpatía que me producen Los increíbles no puedo dejar de pensar que hay mucho de razón en el discurso del malvado Screenslaver.