Dobles vidas, de Olivier Assayas

Apocalipsis digital

Sobre el ambiente de Dobles vidas (Non-fiction, 2018), más allá de la comedia de enredos, gravita la constante amenaza de la desaparición del mundo conocido. La referencia explícita en una de las escenas a la novela de Lampedusa, El Gatopardo, certifica, a modo de guiño, la vinculación temática. Siguiendo con el símil, si el linaje en decadencia es la edición tradicional en papel, el advenimiento del nuevo orden social vendría de la mano de era digital, representante de un universo donde impera la desinformación, los algoritmos han sustituido la labor de la crítica, y los consumidores, obcecados en una supuesta gratuidad, tienen hábitos compulsivos. Son tiempos extraños, tiempos marcianos, como en los créditos apunta el tema de Jonathan Richman Here Come The Martian Martians.

Hay en parte de la filmografía de Olivier Assayas un halo proustiano que examina y se recrea en las transformaciones provocadas por el paso del tiempo. En Las horas del verano (L´heure d´eté, 2008) —que al igual que Dobles vidas supuso un viraje hacia un estilo más clásico respecto a sus obras predecesoras—, su protagonista, Frédéric, lucha por conservar la custodia física de la herencia familiar como parte de la preservación memorística del legado. De modo similar, Alain, el editor de Dobles Vidas, interpretado por Guillaume Canet, se debate entre su fe en la edición tradicional y la necesidad imperante de la industria en evolucionar hacia la digitalización. Resulta irónico que, con esta controversia diegética de fondo, entre e-books y audiolibros, en un cine como el del autor francés donde las pantallas de todo tipo de dispositivos son mostradas en la imagen, el propio Assayas, estandarte de la modernidad cinematográfica europea, lejos de abandonar las imperfecciones del celuloide, haya decidido rodar el film en un granuloso Super 16mm.

En su cinta anterior Personal Shopper (2016) —premiada con el galardón a la mejor dirección en el Festival de Cannes, a pesar de los abucheos en alguna de las proyecciones del certamen— se hace patente el potencial fastasmagórico de lo que existe más allá de los límites del plano, un abismo subyacente que incluso puede hacerse visible mediante mensajes de texto en el móvil. Y no era la primera vez en la filmografía del galo que un vacío ocasionado por el fuera de campo es incorporado de forma orgánica como si fuera un protagonista más —en Viaje a Sils Maria (Clouds of Sils Maria, 2014) el personaje de Wilhelm, mentor de la actriz interpretada por Juliette Binoche, únicamente aparece en pantalla a través de viejas fotografías; y en la anteriormente mencionada Las horas del verano una elipsis confirma el presentimiento que el relato dejaba entrever—.

En Dobles vidas, ese vacío latente de un futuro digital y deshumanizado parece haberse infiltrado hasta el tuétano de sus personajes, sin ellos ser conscientes, puesto que mientras debaten sobre la llegada del apocalipsis tecnológico viven despreocupados por las derivas de sus propias relaciones sentimentales, cuyas mentiras e infidelidades son tratadas con la ligereza de un descuido venial. La trama está depurada intencionadamente para anular cualquier atisbo melodramático y evitar la novelización en lo relativo al ámbito privado; los engaños cruzados quedan así como un juego liviano dentro del microcosmos creado por Assayas. Con un guion que, plagado de diálogos, transmuta del ensayo filmado a la comedia, por medio de una verborrea incesante en lo tocante a lo global pero que se esconde en los sobreentendidos en lo referente a lo personal.

El fantasma que acecha fuera del plano de Dobles Vidas es lo implícito; la verdad oculta cuya presencia se siente pero que en una especie de acuerdo tácito se prefiere mantener detrás de un fino velo. La escena en la cocina entre Alain y su esposa, Selena (Juliette Binoche), o el hilarante diálogo final de Valérie (Nora Hamzawi) y Léonard (Vincent Macaigne) son paradigmáticos al respecto. Durante todo el metraje hay una dialéctica recurrente entre lo implícito y lo trasparente —con el personaje de Léonard, que no por casualidad se apellida Spiegel, como principal valedor de la transparencia, que aplica sin pudor en sus libros de autoficción—.

La película, que se estrenó mundialmente en el pasado de Festival de Venecia, se ha asociado desde entonces a obras de cineastas como Woody Allen o Éric Rohmer, aunque comparte más puntos en común con los microcosmos del último periodo de Alain Resnais, donde una depurada puesta en escena activa mecanismos de distanciamiento a la vez que la troupe de actores habituales del mítico director entrecruzan sus vidas por decorados artificiales en los cuales la levedad de los actos anulan cualquier gravedad en las consecuencias. En este aspecto, Dobles Vidas, no está tan alejada a títulos como Asuntos privados en lugares públicos (Coeurs, 2006) e incluso alguno de los afiches del film, con los actores dibujados como si fueran personajes de cómic, recuerda a los carteles realizados por ilustradores como Floc´h para cintas de Resnais. Quizá la Irma Vep (1996) del siglo XXI, de la mano de Assayas, consista en reformular un musical moderno como On connaît la chanson (1997), cuyo casting —en el que destacaba Pierre Arditi y Sabine Azéma— no hubiera desentonado en Dobles Vidas.