Una pesadilla próxima
Una guerra, a Europa… ¿es posible? Todo el mundo dijo lo mismo en los 90, cuándo Serbia y Croacia se arrollaron y acabaron con las vidas de los que fueran compatriotas sólo diez años atrás. ¿Cómo ha podido pasar, dijimos cuándo supimos de las masacres, de los genocidios? Quisimos cerrar los ojos, taparnos los oídos, desconectar la televisión cuándo llegaron imágenes o gritos de dolor de Sbrenica o Sarajevo o Kosovo o… Nadie quiso creerlo posible y nadie hizo lo suficiente para impedirlo. Poco más de una década más tarde, la guerra se repitió en Europa…
Ah, sí. Hay quien dirá que Ucrania está más lejos. Que Ucrania está en Asia, a la altura de Turquía. O que es cosa de los rusos y sus aliados. Si, como sucedió durante la invasión de Georgia, aparentemente demasiado lejos para que a nadie le importara. Pocos minutos en los telediarios, poca atención de nuestros políticos…
Pero Ucrania no está tan lejos y, aunque así fuera, debería importarnos mucho más. Sergei Loznitsa se esfuerza en que seamos conscientes de ello. Formado en Moscú, este documentalista ucraniano ha recuperado en diversas ocasiones la imagen de la opresión rusa sobre la población de su país. Es difícil decir que en Donbass recurre a la ficción. Estructurada en capítulos que se encadenan a través de algún personaje o acción secundaria en una escena, protagonista en la siguiente, Loznitsa va recogiendo diferentes aspectos de la miseria y el terror en la retaguardia de una guerra discreta.
Hay que remontarse a la revolución naranja que, a principios de esta década, derrocó a un presidente prorruso y consiguió orientar el país hacia Occidente, pese al disgusto de Putin. Éste, reactivamente (y quién sabe si como venganza, con afán de tierra quemada), llevó a cabo un par de acciones. Por una parte, sin discusión, anexionarse la península de Crimea y mantener las posiciones estratégicas en el Mar Negro. Por otra, dar un apoyo muy poco disimulado a los nacionalistas prorrusos que se levantaron en armas en un par de provincias al Este de Ucrania, el Donbass o, como pasaron a denominarse, la Nueva Rusia.
Loznitsa arranca la acción con el maquillaje de unos personajes que van a interpretar una película y a los que el regidor les apremia a correr apresuradamente mientras suenan explosiones y disparos. Luego se disponen cerca del lugar dónde un atentado ha provocado numerosos muertos. Ficción y realidad se confunden en la simbólica muerte de la verdad, la primera víctima de las guerras. Un apunte que también cierra la película, en una singular confusión entre realidad y ficción y que se amplía en uno de los episodios centrales cuándo unos reporteros que investigan la infiltración rusa pasan a ser bajas colaterales del conflicto. El director ucraniano no es nada complaciente con los independentistas y muestra, episodio tras episodio, una realidad de corrupción y miseria, de degradación moral, en un estado aparentemente ausente. Mediante planos secuencia y travellings, Loznitsa revisa la zona de frontera, un espacio de incertidumbre dónde soldados rusos camuflados de ucranianos, partisanos y civiles se cruzan esquivando una muerte que puede aparecer en cualquier instante. También revisa los despachos y las ceremonias civiles, empapadas de violencia subyacente (con el reportaje de una boda salvaje en la que los invitados demandan un hijo a la pareja para que tome las armas). Pero no olvida a los damnificados, a grupos civiles desfavorecidos que viven en un conjunto de búnker y que retrata, con escalofriante realismo, mediante un largo travelling, cámara en mano, por el subsuelo.
Las obras de “ficción” de Loznitsa tienen tanto de pesadilla como de documental. Tanto My Joy (Schaste moe, 2010) como A Gentle Creature (Krotkaya, 2017) la deriva del personaje acababa en una espiral de oscuridad moral y física. En Donbass, una obra coral, no duda en lanzar al abismo a todo un grupo social al que denuncia por atacar la integridad del territorio, a Rusia por su implicación y a funcionarios corruptos. Más allá de la violencia (¿real, ficticia, evidente, oculta?) con la que la obra arranca y se cierra, hay una secuencia en Donbass que evidencia el estado de pesadilla en la que esta “Nueva Rusia” se ha sumergido. En ella, empresarios secuestrados y chantajeados por el propio estado para obtener financiación aparecen, en una auténtica situación de delirio, teléfono en mano, pidiendo ayuda, cruzando sus pasos en una suerte de purgatorio en el sótano de la Dirección General de Seguridad.
Una guerra en Europa, ¿de nuevo? Tal vez algo peor, en cuanto la guerra ya no parece ser del Donbass contra Ucrania sino contra sus propios ciudadanos. Y Sergei Loznitsa nos recuerda no sólo que es real, sino que está muy cerca de nosotros. Más de lo que creemos.