Gotham te necesita
Si hace unos años, no demasiados, alguien me dijese que venía del futuro y uno de los hermanos Farrelly (Algo pasa con Mary, Dos tontos muy tontos…) iba a ganar un Óscar a mejor película, que Adam McKay (El reportero, Hermanos por pelotas…) se llevaría uno a mejor guion, y que el director de Escuela de pringaos y de la saga Resacón en la Vegas se llevaría el León de oro de Venecia pensaría que, en lugar de ser un viajero en el tiempo, mi interlocutor se habría escapado de un manicomio o al menos debería estar en uno. Pero en realidad tendría razón. El León de oro solo fue el comienzo del hype. Después, claro, llegó internet y su flujo constante de titulares con loas, alabanzas y felaciones a la película y a Joaquin Phoenix por igual (mencionando raramente a su director y cofirmante del guion, como si las películas se hiciesen solas), los grupos de whatsapp tres cuartos de lo mismo, sus polémicas (ajenas a lo puramente cinematográfico, para variar) y el 9.0 de media en IMDb con 250.000 votos, para rematar la jugada. Nunca me ha gustado ser spoileado, ni siquiera antes de que existiesen los spoilers, de hecho evito leer cualquier cosa sobre una película que me interesa (los titulares de los que hablaba arriba son prácticamente inevitables a no ser que te conviertas en un eremita) hasta después de verla, y ser hypeado me suele predisponer en contra, como a muchos, supongo, pero esto era el origen, uno más, del Joker, y firmando Todd Phillips, con un puto León de oro (que no es una Palma, pero tampoco es que sea un Oso) bajo el brazo, así que desde luego me picaba la curiosidad.
Respecto a Joaquin Phoenix poco puede decirse que no se haya dicho ya. El Joker que conocemos es un personaje histriónico, y aquí nos centramos en su origen, con su enfermedad mental y su risa incontrolable e inoportuna (una especie de síndrome de Tourette de las carcajadas), la carga que supone el cuidado de su madre enferma y el descubrimiento de que su padre puede ser el mayor benefactor/hijo de puta de la ciudad. Como ya se ha comentado suficientemente, una especie de mixtura entre el Travis Bickle de Taxi Driver y el Rupert Pupkin de El rey de la comedia interpretados en su día por Robert De Niro (que también aparece aquí) conformando un cóctel explosivo para el lucimiento del actor puertorriqueño que por supuesto no desaprovecha haciendo gala de todo tipo de muecas, salidas de tono y una estridente risa enferma, aunque no es nada que no hiciesen antes Jack Nicholson, Jared Leto o Heath Ledger (del que por cierto también se decían cosas parecidas), y no creo que merezca el Óscar. Por una vez y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con mi amigo y casi hermano (normalmente discutimos tanto o más que si lo fuésemos) JD Cáceres en que el Óscar a mejor actor debería ser un premio ex aequo para Brad Pitt y Leo DiCaprio por su magnífico trabajo en la no menos magnífica Érase una vez en… Hollywood, película que, si los premios Óscar fuesen justos (risas enlatadas), se debería llevar bastantes estatuillas.
Pero ahora estamos hablando de Joker, una película muy estimulante a varios niveles, donde Phillips se dedica a incomodar al espectador con veneración: la escena en que Arthur sale al escenario para hacer stand-up merece todo el cachondeo que le propina Franklin Murray, el personaje interpretado por De Niro, y teniendo en cuenta que Arthur, una mente enferma y víctima de una sociedad adversa, es el héroe de la película, el espectador, que por entonces ya le ha cogido cariño, no lo pasa nada bien, como tampoco cuando Gary el enano intenta escapar del apartamento con la puerta cerrada y, al no llegar al cerrojo, (aquí risas nerviosas, que el detalle merece, y es que aunque Joker no sea una comedia, Phillips deja su impronta en este ámbito con algún toque cabrón como este) tiene que pedirle ayuda para salir al tipo que acaba de asesinar a tijeretazos en el rostro, al compañero de ambos, y que todavía tiene la tijera ensangrentada en sus manos…
La película cuenta con momentos cinematográficos brillantes como la persecución en el metro, el bailarín descenso a cámara lenta del Joker por las escaleras que sube y baja varias veces en el film, al efectista, pero no lo neguemos, efectivo, son del muy sobado, no lo niego tampoco, Rock and Roll Part II de Gary Glitter (de nuevo polémicas absurdas aparte), el asesinato (one more time) de Thomas Wayne, en un callejón, a la salida del cine, con su esposa y el pequeño Bruce, futuro antagonista, contemplando impotente en acto (y traumatizado en potencia), y por supuesto el paseo en el coche patrulla al son de White Room de Cream (una canción que habla de un desamor pero que sacada de contexto podría hablar de una habitación del manicomio de Arkham) mientras el caos y los disturbios se apoderan de Gotham. La sombría música de la islandesa Hildur Guðnadóttir contribuye a magnificar cada plano, otorgando una atmósfera casi épica que, salvo contados momentos, sin la partitura no se tendría, y eso es desde luego un punto a favor.
Hay, sin embargo, un par de aspectos que hacen que la película diste de ser redonda, afeando el resultado final. La sociedad de Gotham piensa que, como ocurría en V de Vendetta, el protagonista arremete contra el sistema e incluso hablan de un nuevo movimiento anti-ricos, y la masa oprimida, gran mayoría que además se ha sentido insultada por Thomas Wayne, futuro alcalde, abraza al nuevo fenómeno con manifestaciones favorables; «el Joker nos representa», parecen decir (a pesar de que solo se trata de un desquiciado con una pistola, lejos de cualquier tipo de reivindicación política), pero tratándose del Joker, cuya trayectoria conocemos, y las comparaciones están ahí, por ejemplo en El caballero oscuro (2008), película mucho más valiente y probablemente más políticamente incorrecta en este aspecto (aunque allí, claro, el Joker era el villano), donde por ejemplo volaba un hospital por los aires, da la sensación de que se ha tomado el camino fácil para empatizar con nosotros, y quizá no era necesario, nosotros ya somos Arthur desde la primera paliza que le dan unos chavales en la calle; aquí el Joker solo mata a los que de alguna forma caen mal al espectador, echándose en falta un poco de barbarie random: los tres oficinistas podrían ser chicos ejemplares, pero salen haciendo el merluzo en el metro y, como decía Serrat, mareando a una muchacha, para terminar metiéndose con él; su compañero payaso era uno de los que le miraban por encima del hombro en el trabajo y el que indirectamente ocasiona su despido, y por último Murray, que se había reído de él y le invitaba a su programa para redondear la faena. La única vez que mata a alguien neutro (que no sea odioso o le haya tratado mal, en pocas palabras) es en off (la enfermera que le entrevista en el manicomio). En esa ocasión se deja que el espectador deduzca lo que ha pasado, viendo el rastro de sangre que dejan sus huellas al salir de la celda. Sin embargo, hay otro momento clave de la película en que esto no sucede así, atentando contra la economía del lenguaje cinematográfico e insultando de algún modo la inteligencia del espectador, sobreexplicando mediante varios planos reiterativos algo que se puede deducir de lo visto: cuando Joker irrumpe en casa de la vecina y ella le descubre y le pregunta si es Arthur, el vecino de enfrente, el espectador ya puede y debe deducir que la relación entre ambos no es el idilio que hemos visto previamente, que todo eran alucinaciones del protagonista, sin ninguna necesidad de esa sucesión de planos comparando lo visto previamente vs. la misma situación con el Joker en soledad, e incluso al principio del film ya hay un antecedente donde somos testigos de una de sus fugas mentales cuando se imagina idealizado en el programa de Murray mientras está embobado viendo el show frente al televisor junto a su madre. Una fea forma de mostrar demasiado explícitamente algo ya evidente de por sí que además no termina de concordar con la ambigüedad que planea por la película en otros momentos como en torno a la enfermedad de su madre y la supuesta paternidad de Wayne.
Dicho todo esto, he disfrutado bastante con el descenso a los infiernos, en los que por cierto parece encontrarse la mar de a gusto, de Arthur Fleck, esa chispa que Gotham necesita para estallar por los aires.