Top 2019 – 3. Ad Astra: Hacia las estrellas

(Con-)tacto… Tacto. Sentido, y sensación

Dr. Arroway will be spending her precious telescope time listening for… uh… listening for…

Contacto (Contact, Robert Zemeckis, 1997)

Well, he acts like he has genuine emotions. Um, of course he’s programmed that way to make it easier for us to talk to him. But as to whether he has real feelings is something I don’t think anyone can truthfully answer.

2001: A Space Odissey (2001: una odisea del espacio, Stanley Kubrick, 1968)

Mother

Voyage of Time (Íd., Terrence Malick, 2016)

Tres frases, tres sentencias icónicas. Tres films que pueden agolparse en nuestra mente para cada uno de los tercios clave de Ad Astra, y que no por ello son influencia directa para el director. De hecho, nada más lejos. Ad Astra podría ser una road movie (y en cierto modo ya lo es), podría ser un drama psicológico basado en los recuerdos de alguien simplemente postrado en su cama. Podría ser la reflexión de una persona mirando directamente a cámara, o hablando con su psicólogo. La ciencia ficción es una excusa para Gray para ambientar el viaje interior de nuestro protagonista y, no obstante, cuando finaliza la proyección en la sala y el espectador siente un pesar acumulado, un profundo dolor en el pecho que no le abandona hasta que, como mínimo, comenta la película con alguien… nos damos cuenta de que ha sido el mejor escenario, el más adecuado, para plantear la búsqueda del perdón, de la redención, del autoconocimiento, e incluso del propósito vital del protagonista. O de todos nosotros.

Un protagonista que se aísla, se «aliena» (palabra nunca mejor utilizada para el análisis de Ad Astra). Un protagonista que no es feliz con esa decisión, y que debe embarcarse en una odisea espacial para demostrarse a sí mismo el porqué.

Odisea espacial.

La alineación de las luces que se reflejan en el casco del astronauta y que abren el film inevitablemente nos llevan a ese descomunal inicio de 2001: una odisea del espacio. Incluso el rápido fotograma del rostro del astronauta, flotando entre las estrellas, nos recuerda a la gigante cabeza del «niño astral». A algunos nos hace ponernos en guardia: ¿es Ad Astra un homenaje a la obra maestra de Kubrick? ¿Es un punto de partida común? Gray acabará explicándolo con su historia: no, Ad Astra no es 2001, pero podría decirse que, en cierto sentido, sí es su completo reverso. El reverso del astronauta que conquista el espacio en busca de «alienígenas», ese que ahora alineará sentimientos, y no  pensamientos racionales a través de viajes multidimensionales. El salto de la humanidad se traduce en salto del individuo, el alienígena se convierte en uno mismo (y no deja de ser paradójico que sea también el sub-argumento de Interestelar —Interstellar, Christopher Nolan, 2014)—… y Gray presenta a un héroe perdido en un océano de estrellas, por qué no… como el padre al que «busca» y al que tanto teme, por no querer aceptar que se ha convertido en una copia de su comportamiento y falta de ilusiones para con su prójimo.

El prójimo, o uno mismo.

El héroe de Gray se descubre solo, no por sentirse superior (o todo lo contrario), no en una falsa habitación rococó… sino por haberse apartado de todo y todos conscientemente.

Es hora de enfrentarse a sí mismo… con una excusa creíble.

1. Contacto: que no me toque

La posible existencia de una inteligencia superior nos fascina. La primera frase introducida en este texto nos lleva a Contacto, y a la obsesión de su protagonista por demostrar la vida de otros seres inteligentes en el Universo. En Ad Astra esta obsesión la hereda Roy de su padre… pero Gray nos permite reconocer el por qué.

¿Quién es el alienígena en Ad Astra?

Durante todo el primer tercio del film, Gray se esfuerza por crear un entorno creíble, y épico. Aventuras, cine de espías, acción… Roy es el protagonista perdido en un entorno que no le es afín. Es el hijo del héroe que se ha convertido, también, en admirado astronauta. Pero las piezas no encajan, parecen forzadas. Y no exclusivamente por la irrupción en pantalla de los pensamientos del protagonista a medida que realiza las tareas que se le han encomendado…

Podría ser (no podemos negarlo), fruto del estilo de dirección de Gray. Su obra se caracteriza por un planeamiento milimetrado, por la exposición casi aséptica de sus propuestas. Recordemos por ejemplo la magnífica Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016). Tildarla de «épica encapsulada», como personalmente hice en su momento, es reconocer que el film lo tiene todo para ser grande, pero que, si no obtiene la complacencia de un espectador fanático del cine de aventuras clásico, no va a conseguir el adecuado reconocimiento. Ad Astra no es una excepción, porque Gray, de nuevo, deja al espectador esta ardua tarea de «entrar» adecuadamente en la película, de conectar en alto grado. Y, no obstante…

Aunque el espectador «entre» y conecte, todo este primer tercio puede tildarse incluso de perturbador, de falso y desconcertante.

El por qué tiene una doble lectura: por un lado, puede traducirse directamente en  la sensación del propio protagonista, en su forma de interactuar con el entorno. ¿No es cierto que no se encuentra a gusto con la misión, con su vida? Al igual que su padre, él quiere escapar, antes de crear lazos permanentes con los que le rodean. Rompiendo una relación, aceptando misiones imposibles, alejándose de su propia vida en busca de otra que le mantenga aislado.

Escapar… para no sentir. Para que no vuelvan a hacerle daño. Para no volver a hacer daño.

Y esto nos lleva a la segunda frase destacada de 2001: «actúa como si sintiese emociones genuinas». Es curioso: Roy se comporta como una máquina para sus adentros, y demuestra emociones en sus eventos sociales. La deshumanización del protagonista queda totalmente patente cuando su voz en off nos sorprende con una desagradable sentencia:

«Que no me toquen», dice, mientras avanza hacia la nave y sus compañeros le felicitan, le corean.

Que no me toquen.

Roy está tan despegado de sus sentimientos que es capaz de superar sin problema las evaluaciones psicológicas de rutina de su trabajo. Roy, simplemente, debe compartimentar sus pensamientos. Sin conexión entre tareas y acciones, es más fácil evitar el «contagio» de sentimientos.

Roy sólo se tiene a sí mismo. Ha conseguido ser el alienígena perfecto, infiltrado entre sus congéneres.

Autodestrucción de manual.

Pero no quiere serlo. En el fondo, sabe que no.

De ahí a la segunda interpretación de este primer tercio, y que podría ser clave para el análisis del resto de «aventuras»: obviemos la casualidad de que su padre, un hombre que ya sabemos hace años que no ve, sea el centro de una misión tan relevante (con consecuencias devastadoras para toda la humanidad)… desde que acepta esa misión, todo lo que vive Roy parece un folletín: la persecución de los piratas lunares se antoja vacía, igual que el intercambio de información del acompañante que le abandona justo antes de embarcar hacia Marte. La justificación de estas escenas no puede escudarse simplemente en la necesidad de demostrar la frialdad del protagonista, sencillamente porque ya ha podido quedar claro mucho antes. No. Hay algo más…

Cuando alguien tiene que enfrentarse a (auto)analizarse para superar un trauma, es lógico que se autoimponga todo tipo de impedimentos. Roy no es una excepción. En su subconsciente, está haciendo todo lo posible para conseguir llegar a la verdad…

La verdad es que no quiere ser como su padre. La verdad es… que debe «reconciliarse» con su recuerdo. Debe enfrentarse al «padre» que le abandonó y por el que ha construido un caparazón tan grueso que está convirtiéndose en su particular cárcel.

Así que  la misión, el viaje a Marte, Neptuno… todo puede ser fruto de la imaginación de un hombre decidido a luchar contra un destino autoimpuesto. Esto explicaría los desajustes de este primer tercio, y su tono inverosímil. Roy está decidido a «viajar» para encontrar a su padre, y enfrentarse a él… enfrentándose a sí mismo.

2. (Con-)tacto: te ofrezco mi ayuda, y me rechazas

Cuando Roy llega a Marte se inicia el despliegue onírico, la propuesta exponencialmente trascendente de Ad Astra. Pero justo antes, Gray nos ha introducido un suceso también perturbador, pero lleno de significado.

Primates.

El episodio de la intercepción de la nave a la que se ven obligados a rescatar puede parecer baladí, e incluso gratuita. Pero de nuevo, nada más lejos. Nada lo es en Ad Astra.

El cara a cara con la furia de los monos liberados de la nave es el preludio al despertar de Roy. A autoconvencerse de la necesidad de conectar con su «yo» humano y aceptar su propio reto. Encontrarse con su ancestro biológico, sentir el miedo de ser destruido por su propia naturaleza desde la irracionalidad, y por tanto de la ira, la emoción que lleva escondiendo desde que no pudo despedirse de su padre, desde que se niega a enfrentarse a sí mismo… el paralelismo es evidente: debe luchar, y ganar, al «primate» que se esconde en su interior. No será fácil, pero sí necesario. Necesario para conectar.

Roy se zafa del ataque y salva al astronauta atacado… y, por fin, se encuentra fuera de su zona de confort. Incomprensiblemente, sigue superando el test psicológico… quizá porque sabe que aún le queda camino por recorrer hasta el necesario enfrentamiento.

La llegada a Marte, el envío de los mensajes a la nave de su padre… sólo cuando Roy se salta las (sus propias) normas es cuando avanza en su misión. De nuevo, más aventuras sin sentido, como lo de conseguir entrar a la nave desde las alcantarillas del planeta…. la lucha interior de Roy es agotadora, pero ya está decidido a llegar hasta el final.

Y el final tiene que pasar por el enfrentamiento con un padre que nunca le tuvo apego.

O ese es su recuerdo. Lo que él vivió en su niñez.

Un padre del que le quedan poco más que fotografías… y mucho miedo.

El reencuentro puede responder, de nuevo, a una interpretación literal o metafórica. Literalmente, Roy encuentra a un padre desquiciado, inmerso en su propio objetivo, y sincero respecto a los sentimientos que le produce reencontarse con su hijo. Curiosamente, Roy se vuelve a sentir utilizado: en el primer tercio del film, por los militares; en el segundo, cuando su padre, tras reconocer que no les quería ni a su madre ni a él, le quiere a su lado cuando se da cuenta de que puede ser el compañero que le ayude a resolver el misterio de la existencia alienígena.

Utilizado.

«Solo nos tenemos a nosotros mismos», le responderá Roy. Y alargará su mano para llevarse a su padre de vuelta a un hogar que éste no reconoce como tal. El rechazo de esa mano es revelador: Roy perdona a su padre y sus palabras, y ofrece algo que él rechazaba hasta hace bien poco en su vida: ayuda. Contacto. Amistad. Amor incondicional.

Cuando el padre da un paso atrás, Roy siente, y comprende, lo que deben sentir todos aquellos a los que él mismo ha denegado ayuda durante toda su vida.

Incluido él mismo.

La compasión da paso al sosiego, y a la aceptación de la verdad.

La verdad. La negación de la existencia alienígena entronca también con la propuesta de 2001, y nos lleva de nuevo a Interestelar: los alienígenas somos nosotros mismos, evolucionados… si así lo queremos. Y esta «verdad» es toda una declaración de intenciones de Gray, la moraleja de este viaje: para qué preocuparse por lo que está más allá de nuestro entendimiento, pudiendo compartir nuestras vidas con los que nos rodean.

Aquí, y ahora.

La lucha en el espacio, la asimilación de Roy de que no va a conseguir hacer cambiar de opinión a su padre. La aceptación de que, verdaderamente, son personas distintas, con distintos objetivos…. nos vamos a la metáfora.

Este corte de cordón umbilical, por así decirlo, puede traducirse también en el momento en el que Roy decide cambiar, redimirse. Se ha enfrentado al recuerdo de su padre (veamos: él es incapaz de aceptar que su padre es el causante de las tormentas eléctricas, y por tanto, cuando se «reencuentra» con él, éste le hace saber que fueron una  consecuencia accidental; el trato hacia su hijo, las frases que le dedica… ¿no son precisamente la traducción literal del padre que recuerda Roy, ese que le maltrataba psicológicamente? Un comportamiento que responde demasiado perfectamente al miedo idealizado de un niño pequeño…). Roy, tras todo el viaje, en un momento clave, es consciente de que puede desligarse de un temor que ya no debe afectarle. Su padre ya no está, le abandonó hace años. Él puede rehacer su vida como quiera.

Sin remordimientos.

Así que el cordón se corta… y él puede sentirse en paz. La vuelta a la nave que le llevará a la Tierra parece tan sencilla como absurda. Porque ya no es necesario superar obstáculos. Ya no existen.

3. Tacto: me tienden la mano, y por fin acepto su significado

Roy llega a la Tierra, y lo primero que encuentra es una mano amiga. Primer plano del operario de la instalación que le quiere ayudar a salir de la cápsula. Él la observa durante largos segundos, y sonríe. Reconoce esa mano, porque es la misma que él ha tendido a su padre. Reconoce la inocencia de esa ayuda, la empatía que esconde un gesto gratuito. Y decide aceptarla sin condiciones.

Tocar. Sentir.

Por fin Roy quiere, y puede, integrarse. Por fin, los fantasmas del pasado han sido enterrados, soltados en la inmensidad del Universo infinito. Y aquí enlazamos con la última frase de otro film que ensalza la existencia del hombre en este misterioso Universo, Voyage of Time: «Madre».

Madre Tierra. Dios. El papel del ser humano entre tanta inmensidad… quizá es cierto que sólo nos tenemos a nosotros mismos. No debería resultarnos un problema. Sólo hay que confiar. En nosotros mismos, en nuestros recursos.

Y dar gracias por ellos.

Gray consigue un film tan onírico como controvertido, pero, por encima de todo, perspicaz. La interpretación de Brad Pitt, sin exagerar, es la mejor de toda su carrera hasta la fecha. La decisión de centrarse en el protagonista y sus primerísimos planos da juego para la doble lectura expuesta. Si queremos que Roy se encuentre a sí mismo en Neptuno, perfecto. Si «compramos» lo hace desde esa habitación en la que recuerda a su pareja (quizá los pasajes menos afortunados de todo el film, incluyendo su cierre), también. El imaginario creado por Gray es en el fondo tan sencillo y sublime como su moraleja.