I Care a Lot, de J Blakeson

Justicia poética

I Care a LotRosamunde Pike compone una villana merecedora de estar en cualquier antología, una hija de puta con mayúsculas que deja a la altura del betún a la inolvidable Amy Dunne que ya nos regalara en la penúltima película de David Fincher, Perdida (Gone Girl, 2014). Su personaje, Marla Grayson es tan soberanamente cabrona y vil que me pone de mala leche según escribo, casi tanto como me puso desde el minuto uno en que empecé a ver la película, virtud de la actriz, que a pesar de su cara de palo, o precisamente por eso, hace que resulte creíble, y también de J Blakeson, director y guionista de esta I Care a Lot (te cuido mucho/me preocupo mucho), título irónico donde los haya, y cargado de doble sentido, porque en realidad no es tan falaz como aparenta. Tal es así, que quería que la matasen y torturasen de la peor forma posible desde el minuto 1. Por supuesto, hay un giro en la trama que intenta que nos replanteemos el tema de la víctima y el verdugo, que trata de ofrecernos el lado vulnerable de Marla y de su novia, otra pájara, que se limita a obedecer, aproximadamente como los nazis que mataban siguiendo órdenes y que pretendían estar libres de culpa por eso mismo. Probablemente es una conducta infantil tomarme tan a pecho la película, hasta el punto de precabrearme doblemente solo de pensar que no obtendría la sangre que ansiaba si la cosa seguía por esos derroteros, pensando que se pasarían por alto sus maldades, simplemente porque se topa con la mafia rusa, supuestamente peores que ella, encarnada por un Peter Dinklage, que resulta casi tan torpe como sus matones, estereotipo de los esbirros tropezones donde los haya, dignos de cualquier película de los hermanos Coen.

I Care a Lot

Pero el hecho de ser, supuestamente, superiores en maldad, no anula lo que ya hemos visto de nuestra amada protagonista. Es precisamente esa hiperbolización de la maldad del personaje la que podría tumbar su credibilidad, pero resulta tan verosímil, tan signo de los tiempos, tan representante de esa búsqueda del sueño americano a lomos de un capitalismo salvaje en el que se triunfa a base de pisar al prójimo, trepando sobre pilas de cadáveres en los casos más extremos, para nada inexistentes, que termina provocando esas reacciones en un espectador que no suele entrar tan al trapo en esto de la empatía (o la antipatía) con los personajes, como puede ser servidor. La voz en off inicial da pistas sobre ello, y es un anuncio más de qué tal vez el mal triunfe, tal vez simplemente haya que asumir que el sistema nunca hará justicia. Afortunadamente siempre nos quedará la justicia poética, o la callejera, que a veces viene a ser lo mismo.