Misa de medianoche, de Mike Flanagan

Misa de medianocheMisa de medianoche es la última serie creada por Mike Flanagan para Netflix (cuatro de sus cinco últimas producciones han sido para el servicio de streaming, solo Doctor Sueño se salva; también lo será la próxima: The Midnight Club —malos tiempos para el cine en salas, o al menos para determinado cine en salas—). Supura existencialismo y una confrontación entre religión y ciencia dónde sus personajes se plantean las dos grandes preguntas de la humanidad: ¿Qué sentido tiene nuestra existencia y qué pasa después de nuestra muerte? Generalizando quizá de más, porque siempre hay escalas de grises para todo, existen también dos tipos de personas: los que se refugian en la religión para evitar pensar en el abismo insondable que puede surgir tras la verdadera respuesta, y los que la asumen estoicamente y buscan el consuelo en el carpe diem y en difícilmente explicables y probablemente poco coherentes teorías, aunque no dejen de ser científicas, y que pocas veces he visto tan bien expuestas (en el sentido en que logran de alguna manera acercarse a mi muy personal visión del asunto, lo que hace que de alguna forma la serie me haya hecho un poquito más de tilín), como en el diálogo que mantienen dos de los personajes en el capítulo cuatro.

Misa de medianoche

Aquí tenemos de los dos tipos, y también esos grises intermedios, pero la semilla de la discordia ya está plantada en esta pequeña isla donde, si no fuese por el uso puntual de los teléfonos móviles, podríamos pensar que nos encontramos varias décadas atrás en el pasado, donde, si no vas a misa, es que eres raro, ocultas algo, o las dos cosas, como ocurriría en un pueblo en los sesenta. Un ex creyente, ex convicto y ex alcohólico (los tres en uno, sí), una profesora rarita, la médico de la isla (y su madre) y el sheriff musulmán parecen ser los únicos que tienen algo más de dos dedos de frente de entre todo el rebaño, y los que tendrán que lidiar con el apocalipsis que se avecina, abanderado por el nuevo cura, que aumenta la fe de la congregación a base de milagros que esconden un secreto tan increíble como perturbador y la líder de la «secta», un personaje bastante odioso que tiene a todo el pueblo comiendo de su mano y contra la que el sheriff que en lugar de sangre tiene horchata no puede o no quiere hacer demasiado. La horchata en vez de sangre vendría bien para no atraer a los vampiros, que los hay, pero a cambio de la vida eterna la fe mueve montañas y convierte a los hijos de Caín en ángeles de su señor a ojos de los fieles, con lo que la palabra con V no será pronunciada en ningún momento, ni siquiera por aquellos que no creen en milagros ni en nada que no se pueda probar científicamente.

Misa de medianoche

Mike Flanagan, creador absoluto de este tocho bíblico y anticristiano (de la misma forma que hay películas bélicas antibelicistas) de cuatrocientos cincuenta minutos separado en siete pasajes del libro santo, a pesar de que tiene apuntes de terror, género en el que se ha inscrito y al que sin duda pertenece aunque no en puridad, consigue un drama muy potente, y como tal, muy bien escrito, principalmente en algunos monólogos y diálogos (aunque precisamente por eso en detrimento de su consideración como puro cine de terror), que alimenta el conflicto gracias precisamente a ese miedo a la muerte del que hablaba en un principio y que alcanza su culmen en el último capítulo (a destacar el momento que ilustra los últimos intentos de Beverly por ponerse a salvo de la luz del amanecer, que revela que hasta el más creyente, quizá precisamente por eso lo es, tiene auténtico pánico, y por tanto su fe flaquea, al fin de sus días). Narrativamente Flanagan no es cojo, y va dejando perlas como el plano secuencia en la playa llena de gatos muertos al comienzo del segundo episodio, el flashback del padre Pruitt que nos remite a El exorcista, el monólogo de Bev en la escuela o el del Sheriff explicando el porqué de su pusilánime comportamiento, o los desenlaces de prácticamente cualquier capítulo. Siempre se pueden poner peros, como el exceso de maquillaje para avejentar a algunos actores desde el principio de la serie que levanta las sospechas del más despistado, o el final con todos cantando himnos mientras esperan su puntilla, que no dejo de ver como otra pulla contra el cristianismo, o que cómo es posible que hayan encontrado una casulla de la talla de ese imponente y terrorífico «ángel» que parece una extraña combinación entre el temible Creeper de la película de Victor Salva y el vampiro del Salem’s Lot llevado al cine por Tobe Hooper, pero es que esa escena (en realidad ese capítulo completo es una gozada y probablemente el que mejor se inscribe en el género) es oro y dinamita a la vez.