Un Ferrara poco Ferrari
Una de mis canciones favoritas de Sonic Youth lleva por título Catholic Block. Parece que la hayan escrito específicamente para el señor Abel Ferrara. Dado que el catolicismo y, sobre todo, la culpabilidad, constituyen la esencia de su cine, no podía pillarle el confinamiento en mejor lugar que en Roma. ¿La historia? Un amasijo incomprensible de retazos sobre un buen número de las paranoias del hombre moderno: la omnipresencia de los malvados rusos, la teoría de la vigilancia, o el islamismo radical siempre amenazante, asunto este que parece preocupar mucho a Ferrara y que nos brinda sus mejores momentos, “a lo Independence Day”, cuando decide hacer saltar por los aires la basílica de San Pedro. La cosa es de tal calibre que la película contiene un prólogo y un epílogo en los que el pobre Ethan Hawke pide perdón por lo que vamos a ver/acabamos de ver, tras confesar que no tiene ni idea de lo que ha interpretado. Se entiende lo que quiere expresar, pero no tanto que lo filme con una torpeza impropia de una persona con su bagaje. El cine en formato digital es lo que tiene, que a veces le das al “rec” sin plantearte lo que estás grabando, y eso es lo que le pasa a Ferrara: planos cortísimos y granulados, contrapicados de aprendiz de cortometrajista y una sensación de dejadez en cada frame. Y es claramente un problema de dirección, que si tienes a los mandos de la fotografía a Sean Price Williams, que ha rodado como los ángeles la noche en Good Time de los Safdie, culpa suya no será. Es de suponer que en Locarno, donde se llevó el premio a la mejor dirección, celebraron este año un festival del humor. Se dirá que está hecho con esa intención, con la de mostrarnos una visión alucinada y fantasmagórica de la realidad. También se puede objetar que más bien parece la imagen del mundo que un ex politoxicómano cree que puede tener un politoxicómano. O por decirlo de otra manera, ahora que ha dejado todas sus adicciones, Ferrara cree que así sería el mundo si siguiera dándole al pimple. Al final, sospechamos que el que ha caído en el vicio habrá sido el pobre editor de Zeros and Ones, que menudo marrón se ha tenido que comer.