2021 no ha sido el año del regreso a las salas porque las salas nunca se fueron, con excepción de aquellos meses que permanecieron cerradas, pero sí ha sido el año donde el cine de alguna manera ha recuperado su espíritu de comunidad, alejado de la individualidad capitalista que fomentan las plataformas. Es el año donde nos deberíamos haber dado cuenta precisamente del cine como fenómeno social, de poder compartir sala y sensaciones con gente desconocida. La experiencia cinematográfica exige un sacrificio y respeto por parte del espectador que no se puede trasladar a otras ventanas por mucho que todos hayamos podido crecer con distintos formatos de consumo cinematográfico (VHS, Televisión…). De la misma manera, la política de inmediatez y novedad que exigen las plataformas impide el natural ciclo de discusión y experimentación que las películas han tenido a lo largo de su historia. Todo se consume pero nada queda, centenares de películas son avasalladas en pos de la novedad y los últimos lanzamientos. Con excepción de las series, ninguna película estrenada en plataformas ha tenido algún tipo de calado popular en los dos años que llevamos de pandemia, lo cual no sólo habla sobre la política de estas plataformas sino de nuestros hábitos de consumo.