Honor, dignidad, honradez, justicia… grandes palabras para el pequeño tamaño de un hombre. Hay quien dice que un héroe destaca en los grandes conflictos, en las situaciones extremas. Otros creen que el heroísmo no es sino una suerte de atrevimiento inconsciente y que la auténtica heroicidad se manifiesta en situaciones cotidianas, cuando dejas de hacer aquello que se espera de uno, cuando se toma un camino distinto al que emprendes a diario. Asghar Farhadi explora tales situaciones, estos pequeños cambios de rumbo que dan pie a consecuencias inesperadas. Y valora, con distanciamiento hacia sus desafortunados personajes, como el destino viene marcado más por las miserias humanas antes que por los grandes ideales.
Rahim Soltani está en la cárcel por no haber podido pagar una deuda. Su socio le dejó en la estacada, responsable de un negocio fracasado, y el pariente que le avalara le denunció al no recuperar su dinero. La deuda inicial fue remunerada sacrificando la dote de la hija del avalador y la rabia que persiste en ambos evita que Rahim pueda salir de la cárcel sin pagar completamente la deuda contraída. Farhadi nos presenta a su presunto héroe cuándo sale de permiso con la esperanza de saldar la deuda tras el hallazgo casual de un bolso repleto de monedas de oro. Sin embargo el azar distorsiona sus planes una y otra vez. La deuda es superior al valor tasado y, en un arrebato, Rahim decide anunciar el encuentro del tesoro y buscar al dueño del botín.
Tal planteamiento podía dar lugar a un cuento moral con final feliz, recompensa mediante y libertad posterior. Pero Farhadi invierte cruelmente la esperable trama y propulsa a Soltani a un curioso estrellato por su noble acción para, posteriormente, estrellarle. No es ajeno a ello la situación de pobreza del protagonista, familiares y allegados, que muestra una vez más (como hiciera por ejemplo en Nader y Simin, una separación o en El viajante), mediante una mirada próxima al documental, la represiva sociedad iraní. El director contrasta la gloriosa tumba de Jerjes con el barrio, entre callejones sin asfaltar, en el que habita la familia protagonista. Es una pobreza que se extiende a las almas y que les condena a una suerte de miseria moral. Así, el avalador y su hija persistirán en su inquina al no permitir a Rahim resarcir su deuda. La mujer que podría modificar el curso de los acontecimientos se esconde, aparentemente, por temor a su marido, a quien parece ocultar su dinero. La pareja de Rahim (la figura más decidida y lúcida) es vejada por su propio hermano y amenazada, como lo es el taxista que les ayuda, por el agente municipal. Los rumores y bulos pesan bastante como para que los apoyos iniciales se transformen en desconfianza y el trabajo prometido resulte una falsa esperanza a la que un control de moral (¡!) le niega acceso. La justicia no se lleva mejor parte puesto que los directores de la cárcel manipulan a su interno para esconder sus delitos y le evitan cuando él les recuerda sus promesas…
Farhadi desarrollará un segundo y brillante giro de guion, otorgando, finalmente, una carta de nobleza al personaje. Durante una parte del metraje trata de demostrar su honradez cargando con el certificado de heroicidad que le ha sido dado, sin que el papel tenga valor alguno o sea reconocido por la autoridad. Sin embargo, será su decisión final, de proteger a su hijo y ayudar al prójimo, a sabiendas de que no habrá recompensa alguna, la que le otorga carta de nobleza. Si su heroicidad inicial fuera producto del azar, si su caída es propiciada tanto por la torpeza de sus planes, por su ira mal controlada o por una sociedad represiva, su decisión última nos lo muestra como un personaje realmente íntegro, que deja a un lado el concepto de honor para mantener una actitud tan heroica como discreta.
Un héroe es, de este modo, con un perfil bajo, evitando mayormente escenas espectaculares o conflictos a gritos (incluso la pelea entre los dos adversarios parece filmada con sordina, evitando grandes estropicios o heridas) una película tan sutil como compleja. El honor que tanto parece reivindicarse en la sociedad iraní no es tal. La justicia, estricta con los más desfavorecidos, resultaría una farsa si sus consecuencias no fueran tan nefastas. La violencia de género está a la orden del día. Naturalmente, en el contexto político actual, Farhadi no puede denunciarlo abiertamente. Así, con todas las contradicciones de la historia de Rahim, la historia de este singular héroe urbano va de la mano de las dramáticas circunstancias del Irán contemporáneo.