Una broma inofensiva
Sin lugar a duda, Judd Apatow fue uno de los epicentros principales de aquel movimiento surgido entre las postrimerías del pasado siglo y los albores del presente que recibió el nombre de Nueva Comedia Americana. Su seminal serie Freaks and Geeks (1999), que a mi juicio continúa siendo su obra maestra, estableció los parámetros temáticos que definirían la NCA y fue cantera de algunos de los que serían sus principales protagonistas, caso de Seth Rogen y Jason Segel. Además, en su labor como productor, Apatow ha impulsado muchas de las películas que definieron esta nueva tendencia de la comedia yanqui. Obras tan representativas de la NCA como El reportero (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, Adam McKay, 2004); Supersalidos (Superbad, Greg Mottola, 2007), con guion de Seth Rogen y Evan Goldberg; o Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, 2008), escrita por Jason Segel, por citar solo tres ejemplos, fueron respaldadas por la “factoría Apatow”.
Una de las constantes esenciales de la obra de Judd Apatow, y por extensión de la vertiente más conservadora de la NCA, es la disyuntiva que se produce en sus personajes masculinos entre su discapacidad para crecer, manifiesta en una actitud peterpanesca que les invalida para relacionarse socialmente fuera de un grupo restringido y marginal, y una voluntad soterrada por ser capaces de afrontar las responsabilidades de la edad adulta para conseguir integrarse en un sistema que no los acepta. Finalmente, tras encontrar el amor de una chica que actúa como sujeto inspirador para iluminar al personaje masculino en cuestión, este termina decantándose por la opción vital más responsable, que invariablemente pasa por una reformulación de su errática personalidad para adaptarse al sistema establecido logrando así un happy end que potencia la normalización del individuo. Este esquema se repite en títulos como Virgen a los 40 (The 40-Year-Old Virgin, 2004), Lío embarazoso (Knocked Up, 2007) y El rey del barrio (The King of Staten Island, 2016). En este sentido son clarividentes e inspiradoras las palabras de Monica Jordan:
“Y es que en los intereses de la NCA encontramos una preocupación que se reitera y se evidencia a cada paso: la pérdida de la libertad (¿de la masculinidad?) que se asocia con el proceso de crecimiento personal/social. Los personajes de buena parte de la NCA son niños grandes (valga la gracia) que, paradójicamente (y ahí entra el conservadurismo de Apatow, especialmente), acaban por conseguir salir de esa condición a través de la abdicación de sus principios de masculinidad y camaradería en favor del papel de esposo y padre de familia.”
No resulta baladí mencionar el conformismo y el regusto reaccionario que subyace en la aparente ingenuidad del cine de Apatow para percibir porqué La burbuja falla a tantos niveles en lo que respecta a su capacidad para generar ese sentido de la comedia peligroso e incómodo que hubiera resultado fundamental para crear la bomba de poshumor cáustico que debiera haber sido. Apatow filma la que es, con diferencia, además, su peor película hasta la fecha y desaprovecha una premisa argumental que, si bien resulta inevitablemente coyuntural en lo que se refiere a todos los chistes acerca de la paranoia generada en torno a la actual pandemia de COVID-19, en manos más hábiles podría haber resultado muy efectiva para realizar una divertida comedia que metiera unos cuantos zarpazos en forma de gags posmodernos a una sociedad cada vez más narcotizada en la que la obsesión por el número de seguidores en redes sociales y la mercantilización impúdica del séptimo arte por parte de las grandes corporaciones se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Basta comparar la última película de Apatow con la reciente No mires arriba (Don´t Look Up, Adam McKay, 2021) para entender a qué nos referimos.
En resumen, La burbuja pretende ser una sátira sobre la superficialidad que caracteriza los entresijos del Hollywood actual. Sin embargo, la película carece de la mala baba necesaria para exponer con la suficiente acidez el tema que pretende criticar. Por esta razón, Apatow fracasa en su intento por realizar una denuncia mordaz acerca de cómo funcionan los despóticos mecanismos de una industria pantagruélica que en su obsesión por facturar innecesarias franquicias para satisfacer su desmesurado apetito termina devorando cualquier atisbo de talento y escupiendo los restos. En su lugar ha hecho una broma metacinematográfica inofensiva y sin gracia.