Veneciafrenia, de Álex de la Iglesia

Giallo carnavalesco

VeneciafreniaLa obsesión de Álex de la Iglesia por lo oculto es, desde hace décadas, un leitmotiv en su filmografía. El mal, las sociedades secretas o el reverso tenebroso de la fe son algunos de los temas que el director vasco no se ha cansado de comentar, con su particular pulsión por la violencia y el espectáculo grotesco, en títulos como El día de la bestia (1995), El bar (2017) o su más reciente “Twin Peaks a la castellana”: la serie para HBO 30 monedas (2020). Por lo tanto, no sorprende que en su última película, Veneciafrenia, vuelva a abordar las sociedades secretas y la hostilidad de una comunidad hacia los recién llegados.

En este caso, De la Iglesia propone un giallo (no en vano localizado en Venecia) en el que cinco españoles se ven envueltos en una lucha por la supervivencia cuando ciertos personajes del folklore del carnaval los toman como objetivo por el hecho de ser turistas. El término turista toma, en esta ocasión, un sentido muy peyorativo, ya que los protagonistas son retratados como puros juerguistas que no tienen ningún interés en la milenaria cultura de la ciudad de los canales, sino que sólo pretenden salir de fiesta y emborracharse. Desde este punto de partida, el director pretende lanzar un mensaje de incomodidad hacia un turismo masivo que azota muchas ciudades europeas desde hace años, pero no consigue ser contundente con su postura y se contradice en varias decisiones de guion. El director se atreve a condenar la posición de los protagonistas, pero no justifica las acciones de los antagonistas residentes en La Serenísima, por lo que el comentario se queda en una reflexión para el espectador un tanto vacía. 

Veneciafrenia

Lo mejor de la cinta es sin duda la elección de la ciudad véneta como localización para su slasher europeo. El filme consigue generar, desde el principio, ese ambiente siniestramente mitológico que caracteriza al cineasta gracias a tradiciones venecianas tales como las máscaras, el carnaval o la ópera. Si a este contexto le añadimos la adecuadísima banda sonora de Roque Baños y unos títulos de crédito iniciales que se adaptan perfectamente al tono de la película, podríamos decir que el punto de partida es, como mínimo, prometedor. 

A pesar de dichos aciertos tempranos, la película enseguida exhibe problemas a nivel narrativo. Para empezar, el grupo de amigos protagonistas resulta, además de deliberadamente antipático, poco creíble como círculo cercano desde un principio. La escasa química entre los actores principales dificulta que alguien se interese por las diferentes tensiones románticas entre personajes. A favor de la película valdría la pena comentar que esta no-empatía juega a favor de la trama slasher que se desarrolla posteriormente, pero a Álex de la Iglesia se le va la mano con las respuestas bordes y las actitudes egoístas. La mejor interpretación es la de Ingrid García-Jonsson como una final girl que, pese a desconcertar con sus decisiones y cuyo arco dramático no queda nada definido, consigue dotar de una pizca de tridimensionalidad a su personaje, el único que destaca entre un elenco coral demasiado plano.

Veneciafrenia

No solo las interpretaciones fallan en Veneciafrenia; el guion es, desde el principio, muy previsible y un tanto descuidado. Un ejemplo de esto es el desenlace: demasiado abrupto y sin la fuerza bizarra que tienen otros finales de algunos títulos míticos del director, como el de El día de la bestia. Tampoco hay ningún rastro de la maestría técnica en la dirección puramente fotográfica de otras películas del cineasta. De algún modo mantiene su imaginación y los mundos que le gusta retratar en su cabeza pero no consigue plasmarlos, con la intensidad que le caracterizaba, en la pantalla. Estamos asistiendo a un espectáculo casi crepuscular en el que el realizador necesita una reinvención para convencer al público, pero también a sí mismo, de que todavía podemos esperar otra gran película suya.

Este artículo forma parte de la colaboración entre Miradas de Cine y La Casa del Cine, donde Gerard Garrido es alumno.