Después del éxito masivo de Spider-Man: No Way Home (Jon Watts, 2021), Marvel Studios se enfrenta a una nueva prueba de fuego en las salas. En esta ocasión, es el estreno de la segunda entrega de Doctor Strange (aunque ya se sabe que cuando hablamos del universo de Marvel las sagas y las numeraciones se diluyen). En esta película, de la mano de Sam Raimi, la macrosaga monitorizada por Kevin Feige se adentra de manera, por fin, contundente en el multiverso, recogiendo así la semilla que ya plantaron la última cinta del hombre araña o la serie Loki.
Es interesante el pulso que mantiene la visión autoral que define a Sam Raimi (Spider-Man, Posesión infernal…) con la dirección formulada que caracteriza los filmes de Marvel. Un pulso en el que el cineasta se termina imponiendo y remite al espectador no solo a su trilogía de Spider-Man sino a sus cintas de terror en secuencias que homenajean explícitamente el género. El éxito de Raimi en dejar su huella en una cinta de la factoría no es poca cosa, teniendo en cuenta las duras críticas que recibió el año pasado el trabajo de la recién oscarizada Chloé Zhao en Eternals. Este estado de brillantez del director de Arrástrame al infierno (Drag me to Hell, 2009) se explicita sobre todo a partir del segundo acto, cuando el multiverso abre una infinidad de posibilidades a nivel visual y las escenas de acción más climáticas permiten persecuciones que parecen salidas de una película de zombies.
El pretexto del multiverso da total libertad creativa al filme y lo enriquece a nivel conceptual y visual, pero es demasiado ambicioso para su guion. El primer acto es muy apresurado para después intentar dar cabida, en 126 minutos, a un saco de conceptos que no acaban siendo suficientemente tratados y el desenlace también se nota concluido demasiado rápido. Estas prisas afectan también a un desarrollo mínimo de los personajes cuyos arcos se modifican minúsculamente (quizá con la excepción de la Bruja escarlata, interpretada nuevamente por una Elizabeth Olsen estelar). Los personajes secundarios, así como las nuevas incorporaciones, resultan poco más que arquetipos al servicio de la locura narrativa y visual que se muestra en pantalla.
Doctor Strange en el multiverso de la locura es el regreso de Raimi al cine de superhéroes pero también el de su compositor de cabecera Danny Elfman, quien ha contribuido al género con bandas sonoras para su ya mencionada saga del hombre araña y para las versiones de Batman de Tim Burton. La aportación de Elfman en esta última película es mayúscula y la invade transitando entre estilos para acompañar la acción de una manera maravillosa. La propia película parece que no puede evitar darse cuenta de la importancia de la música y en un momento climático para la acción, la propia melodía se explicita como un elemento tangible para los personajes. Estamos hablando de una de las mejores bandas sonoras que el universo Marvel ha ofrecido en estos catorce años sin duda y si Danny Elfman se encarga de algunos de los proyectos futuros de la compañía sería un acierto absoluto.
Doctor Strange en el multiverso de la locura es uno de los esfuerzos que mejor funcionan del Marvel posterior a Vengadores: Endgame (Anthony Russo, Joe Russo, 2019), porque sabe contar una historia complicada a través de la maestría de un director que deja su sello y la aleja de cintas con una puesta en escena muy formulada como Viuda negra (Cate Shortland, 2021) o las series para Disney+. El rumbo correcto para el universo cinematográfico de Marvel debería ser el de dar más rienda suelta a autores que hayan trabajado el cine de género para, de este modo, hacer cada película memorable más allá de la idea de contenido global que obsesiona a Kevin Feige desde el inicio de este proyecto millonario.
Este artículo forma parte de la colaboración entre Miradas de Cine y La Casa del Cine, donde Gerard Garrido es alumno.