«I know that I can’t take no more, it ain’t no lie. I want to see you out that door, baby, bye, bye, bye«. En el inicio de Red Rocket, la nueva cinta de Sean Baker, director de Starlet (2013), Tangerine (2015) y The Florida Project (2017), incluso estos banales versos de NSYNC —la única música extradiegética de la película— despiden a Mikey Saber, una antigua estrella porno que vuelve a su Texas natal para seguir siendo rechazado. Y merecidamente, pues Baker, junto a Simon Rex, quien le da vida, crea a uno de los personajes más hipócritas, farsantes y ridículos del año.
Ahora bien, la excepcional interpretación de Rex (quien antaño también fue actor de cine para adultos) dota al personaje de un carisma hipnótico, de una comicidad más que palpable, de un cariño que le valió para hacerse con el premio a la mejor interpretación masculina en los últimos Indepent Spirit Awards. Es mediante este complejo soñador que Baker nos habla de nuevo de la América olvidada, en este caso de la que puso (estériles) esperanzas en Trump para dejar de pasarse el día fumando crack, tomando el sol y trapicheando con marihuana.
Entre este desolador y estático panorama aparece Mikey, quien, ni por asomo, sabe mantenerse inmóvil. Como una alma libre, se mueve con su bicicleta con la fluidez con la que lo hace la cámara, intentando exprimir al máximo su vida ni que eso provoque que la egolatría le consuma. Porque Red Rocket es una historia de gente consumida, algunos, como Mikey, por su inmadurez, algunos, como sus vecinos, por la América más profunda.
Ni Lexi, su exmujer, ni Lil, su suegra, ni June, la hija de la camello, se fían de la verborrea del retornado. Sí lo hace Strawberry, la infantil adolescente empleada de la tienda de donuts a la que Mikey quiere introducir en la industria pornográfica para volver a ser quien era. Esta deformación del cada vez más irónico sueño americano (que entronca con sus filmes anteriores) sirve a Baker para seguir modelando su particular mundo cinematográfico, siempre construido alrededor de humanas y convincentes interpretaciones hipernaturalistas, en el que los tonos pastel y una preciosista fotografía no conseguirán esconder la parte más desesperanzadora de la realidad.
Este artículo forma parte de la colaboración entre Miradas de Cine y La Casa del Cine, donde Joan López Alonso es alumno.