La noche de Halloween (1978)
La noche de Halloween nunca ha estado entre mis preferidas de la decena (por ejemplo) de películas más celebradas de su autor. Volver a verla, junto con el resto de la saga, remakes, reboots, variaciones, derivados… ha supuesto un cierto descubrimiento, por lo menos a un nivel determinado. Porque en esencia sigo considerando sus pelis de aquellos años (Asalto…, La niebla, 1997, La cosa), y sobre todo del periodo que engloba desde 2013 hasta The Ward (sí, sí, su último largometraje hasta la fecha que tan tibia respuesta recibió; y por supuesto también Pro-Life, ese cuento macabro y bien elocuente, al amparo de la genial serie Masters of Horror, que incluso tuvo aún más necias aproximaciones), muy superiores. Dicho esto, más como confesión que como provocación, he de aceptar que este film tan emblemático y tan característico en sus mejores instantes (los travellings que siguen a la víctima; el repetitivo uso de la música, ya antológica, compuesta por el mismo director; la frialdad casi quirúrgica de su atmósfera; el memorable Doctor Loomis…) roza el magisterio de quien sabe algo más, de quien ha aprehendido esas claves narrativas y artísticas que sabemos están reservadas a una minoría. Pero en verdad, este héroe del terror y fantástico es como el John Nada de Están vivos. Y eso es mucho más de lo que parece. Hay un momento, en el clímax, que me resultó escalofriante, creo que como nunca antes, y debe ser la séptima u octava vez que veo el film. La cara de terror de Laurie Strode acurrucada en una esquina y asegurando que The Shape / Michael Mayers es el Hombre del Saco (boogeyman para los anglosajones)… y Loomis confirmándolo con un escueto “así es”. Una obra excelente que solo fue el principio de un mito y de un subgénero que en el fondo, mal que les pese a los aburridos de siempre (sean quienes sean), nos ha deparado multitud de satisfacciones cinéfagas posteriores… sustos, hemoglobina y puñaladas mediante.
Halloween 2: Sanguinario (1981)
Continuación directa de la película inaugural, justo en el punto donde acaba esta, con aún participación de Debra Hill y John Carpenter en labores de producción y escritura, y donde el director también compone la música junto al diseñador de sonido Alan Howarth. Más elemental y primaria que su predecesora, también es más divertida en el mejor sentido posible, y proporciona el placer (nada culpable) de seguir la historia en el mismo punto donde se quedó, pero no con el afán de atender al posible culebrón dramático sino por apurar al máximo la colección de fragmentos e imágenes más espídicas, cardiacas… por ejemplo, ver a Laurie huyendo de su habitación del hospital, presa del pánico, porque su autoproclamado verdugo vuelve tras ella puede llegar a ser impagable, aunque no se trate del mejor ejemplo en cuanto a su despliegue visual. Las idas y venidas tanto de personajes como de la propia acción hacia / desde el hospital aportan un movimiento que, además de congelar la suspensión de realidad siempre muy agradecida en estos relatos, aligeran el componente terrorífico, sacrificando parte de la atmósfera, para sencillamente mostrarnos el itinerario asesino de Michael Myers, más rocambolesco y arbitrario, y por supuesto aún más brutal y sanguinario (como reza el subtítulo español del film), siguiendo esas reglas no escritas de las continuaciones y sumándose sin complejos a la tendencia del subgénero que ya había mostrado su cara más facilona y algo aburrido en la saga Viernes 13. Para el grande finale de nuevo el psiquiatra Loomis (otra presencia memorable de Donald Pleasance, que continuaría en la saga hasta el sexto episodio) salva a Laurie en un intento desesperado de acabar con el “mal puro”, como lo denomina en numerosas ocasiones…
Halloween 3: El día de la bruja (1982)
Dirigida por el colaborador y amigo de John Carpenter, Tommy Lee Wallace, esta tercera entrega de la saga supone un hiato de lo más extravagente. Se trata de una historia alternativa a la de Michael Mayers y “amigos”, en el que los sucesos ocurridos en Haddonfield son asimilados como ficción (en un momento dado se anuncia en la televisión el pase de La noche de Halloween), que se aleja por completo del subgénero del slasher (esto es, no hay ningún asesino psicópata, ni cuchillos de cocina…) para abrazar una mixtura entre lo fantástico y lo terrorífico que enlaza con la novela de Jack Finney Los ladrones de cuerpos (y por extensión con sus adaptaciones a la gran pantalla, algún que otro guiño explícito incluido) e incluso lleva a pensar en la magistral película de Jacques Tourner, La noche del demonio. Sin tener nada que ver con esta ni con las dos formidables películas de Don Siegel y Phillip Kauffman sobre los ultracuerpos, esta atípica secuela es una estimable rareza que en su formulación de serie B se aproxima a las maneras de trabajar del mismo Carpenter logrando, con material de derribo (en especial el diseño de producción, los efectos visuales y algunas interpretaciones…), elevar el resultado final por encima de sus posibilidades con cierto ingenio y creatividad. En este caso, se parte de un argumento prometedor, urdido en origen por Nigel Kneale (el escritor de la serie televisiva alrededor del profesor Quatermass, un personaje muy querido por Carpenter), que contiene elementos de brujería, ciencia ficción, misterio, y horror, en el cual desde el arranque se revela como un relato de irrefrenable halo apocalíptico. Uno de los mejores elementos que utiliza el film en este sentido es el inquietante y repetitivo anuncio de las máscaras de monstruos para Halloween de la marca Silver Shamrock que durante la primera parte se ve continuamente en los diferentes televisores que tienen en una gasolinera, en el hospital, en un bar o en el hogar… un anuncio dirigido a la gente menuda que reclama su atención tanto por las máscaras que venden (y que en general ya poseen) como por el deseo de que llegue el 31 de Octubre. Será crucial para entender el impacto del plano final donde el protagonista reclama de manera agónica que paren su emisión… Hay otros numerosos detalles valiosos desplegados aquí y allá en el devenir del hórrido espectáculo: los humanoides, fabricados junto con las máscaras (o al revés), meros soldados que obedecen órdenes; las desagradables muertes, insectos mediante, de los huéspedes del motel, la primera en su habitación por error / desconocimiento, las siguientes, las de la familia Kupfer, como test funcional y práctico (usando un eufemismo que no pega en verdad) del poder destructivo e inusitado de las máscaras, en apariencia simples juguetes; todas las intervenciones del malo malísimo Conal Cochran, un perfecto mad doctor o brujo satánico (no tengo clara la nomenclatura en este caso) de pelo blanco e impoluta presencia, que en las facciones y porte del excelente Dan O’Helerhy (el espectador más veterano o más cinéfago lo recordará quizá de alguna de las múltiples series en las que participó en los 60 y 70… y/o en su última época por interpretar al dueño de OCP en Robocop o como Andrew Packard en la segunda temporada de Twin Peaks); la huida hacia delante del antihéroe, que recuerda (incluso por el físico del actor Tom Atkins) a otros tantos de la filmografía de Carpenter (no se puede obviar que es la mayor influencia de Wallace), intentando salvar al mundo… y presumiblemente fracasando porque los finales felices son para otros cuentos más amables (afortunadamente Joe Dante, primera opción para dirigir el film, se cayó del proyecto: como ven no dejo de hacer amigos).
Halloween 4: El retorno de Michael Myers (1988)
Una de las cosas más importantes por las que merece ser recordada esta cuarta parte de la saga, que sin embargo es la tercera si nos atenemos a la historia de Michael Myers, es porque fue el debut como actriz de Danielle Harris. Aquí, nos enteramos de que Laurie murió (ya habría tiempo de desdecirse más adelante, aunque fuese en otra línea temporal) y la actriz neoyorquina, que por entonces tenía once años, encarnaba a su hija Jamie (un guiño a la que fue musa de Carpenter en el film original, y la madre de su personaje en esta historia), viviendo como hija adoptiva del matrimonio Carruthers, que ya contaba con otra hija en edad de merecer, Rachel (Ellie Cornell), cuya niñera fue Laurie una década atrás, cerrando así el caprichoso círculo. Jamie sufre el acoso de sus compañeros, bullying consistente en recordarle que su madre no puede prepararle el disfraz (¡porque está muerta!) y que su tío es el hombre del saco. Ay, los chiquillos. Los adolescentes que follan mueren, los castos se salvan (ya lo decían en Scream), y Loomis desencadenado es una caricatura de sí mismo que lo mismo redirige una horda de rednecks contra la bestia (y contra algún que otro ciudadano, pero es comprensible que la noche confunda a un individuo con un rifle y alguna copa de más) que salva a Jamie, aunque cualquiera que vea la escena descontextualizada pensaría que es un pederasta secuestrando a una de sus víctimas, o suelta sus lapidarias frases sobre el mal en torno a la criatura de sus desvelos. Michael Myers tampoco hace nada que no le hayamos visto hacer antes, y trata de no decepcionar en el catálogo de muertes ocurrentes. Y entre los varios guiños al film original, una coda, que no por anunciada e incluso coherente, deja de ser un detalle paradójicamente sorprendente, por lo políticamente incorrecto y, por tanto, de buen gusto, simpático y disfrutable, del film de Dwight H. Little, hoy reciclado como director de series.
Halloween 5: La venganza de Michael Myers (1989)
En esos créditos donde se cuela intermitente un cuchillo destripando muy poco cariñosamente una calabaza, vemos algunos nombres conocidos. Donald Pleasence, por supuesto, porque él solo desaparecería de la franquicia cuando se lo llevase la muerte, Moustapha Akkad, el eterno productor de la saga, o al menos de la original (y aquí podemos contar incluso hasta Halloween Resurrection; después de aquella falleció en un atentado terrorista) y Danielle Harris, en una de las mejores interpretaciones infantiles de la historia (de lo más salvable de la cinta sin duda). El film de Dominique Othenine-Girard, que curiosamente también dirigió La profecía IV y pese a ello eludió su destino a ser encasillado como realizador de secuelas de terror, retoma justo donde termina la anterior como lo hizo la segunda parte donde finalizaba la original, y vemos cómo se salvó Michael Myers donde algún ingenuo pudo creerle muerto tras ser acribillado y sepultado; Myers, que, como siempre, es un tipo paciente capaz de esperar un año entero para volver a su ciudad a sembrar un poquito el terror. A partir de ahí, Jamie (Danielle Harris), su sobrina, despierta en un sanatorio (poco le pasó a la pobre tras lo visto en la anterior) y descubre que tiene una extraña conexión mental con su tío, que Loomis tratará de aprovechar para conseguir su único objetivo en la vida: terminar con Myers. Aquí se nos muestran rutinariamente clásicos del terror como la escena de la ducha, la del sexo en el pajar, y clásicos de la saga como la visión subjetiva o los planos del asesino desenfocado al fondo contemplando a sus potenciales víctimas e incluso dando la sensación de que podría perdonarles la vida (a veces parece que le cuesta decidirse). Aunque por supuesto nunca lo hace y se lanza a por los objetos punzantes que más tiene a mano para integrarlos en el cuerpo de los pobres incautos. Donald Pleasence recupera algo de la dignidad del personaje de Loomis, que aunque sigue pareciendo un pederasta cuando rescata a los niños y sigue hablando de la mirada sin vida de Michael Myers cual batalla de abuelo cebolleta, tiene algún momento estelar en su monólogo en el bosque reclamando a Michael la vuelta al hogar y, una vez allí, intentando convencerle por las buenas. Esas cosas nunca salen bien, pero el intento merece la pena. Después de ser acuchillado sin piedad, y utilizar a la sobrinita del monstruo como cebo, él mismo se encarga de ajusticiar a la bestia, a garrotazos. Y esta vez cerramos la historia sin siquiera creer que se ha matado a aquel que no puede morir, sino manteniéndole en una celda de la comisaría de su querida Haddonfield. O allí quedaría de no ser por el WTF final en el que un tipo misterioso, vislumbrado entre la niebla nocturna, un curioso híbrido entre el exorcista y Cocodrilo Dundee, entra en la comisaría y le libera, liberando también el terror de su sobrina Jamie.
Halloween 6: La maldición de Michael Myers (1995)
La despedida de Donald Pleasence, a quien va dedicada la película, se adhiere a la fea manía de tratar de explicar aquello que no necesita explicación alguna, pero ya el misterioso desenlace de la quinta parte obligaba a ello, y así, este colofón se convierte en una especie de culebrón donde una misteriosa secta parece tener el control de Myers a través de unas runas célticas malignas. Tal cual. En cualquier caso la inverosimilitud de todo esto es pecata minuta en una saga donde pasan cosas como las que se han visto en los cuatro films anteriores (podemos ignorar Halloween 3 a estos efectos), es más preocupante la dificultad para seguir la relaciones entre los personajes con la aparición de unos nuevos familiares de los Strode que vienen a vivir a la casa, el bebé de Jamie (que se insinúa es hijo de Michael, ¿qué nos hemos perdido en el lapso transcurrido entre ambas películas?; aunque si salió conduciendo de Smith Grove, donde llevaba recluido desde los seis años de edad, ¿quiénes somos nosotros para cuestionar la vida sexual de tan sociable individuo?) y que Tommy (el niño que cuidaba Laurie en el film original, ahora ya con pelos en los huevos, y encarnado por Paul Rudd) se lanza a cuidar ni corto ni perezoso. Al margen de su guion un tanto peregrino en estos aspectos, la película también tiene sus mínimos aciertos, está el tema de enfocar nuevamente (como ya ocurría con Jamie en la cuarta parte) sobre un niño la posibilidad de un legado criminal, abriendo así un abanico de posibilidades de cara a la continuidad de la saga aunque al final nunca se explotara esa vía (¿para qué un sucedáneo si se tiene el original? o aquello de que más vale mal conocido), un Haddonfield recuperado como solo lo volviera a conseguir Rob Zombie unos años después, una escena de la ducha pero con los roles intercambiados, nada mal para los noventa, hay que admitirlo, y un desenlace abierto que no pedía justificaciones a lo que pudiese venir después. A pesar de ello, lo que, de hecho, vino después (Halloween H20 y Halloween Resurrection, en una línea temporal alternativa que obviaba el regreso, la venganza y la maldición de Myers como si nunca hubiesen existido), poco o nada tuvo que ver con la saga incluso a pesar de la presencia de su asesino enmascarado, y reflexionando sobre ello, y pese a la caricatura en que se había convertido en estas tres últimas entregas (lo que se dio en llamar La trilogía de Jamie, irregular, o directamente mala como en el caso de su última parte, pero no carente de interés), creo que principalmente se debe a la ausencia del personaje de Samuel Loomis, que junto a Laurie y Michael constituían la Santísima Trinidad que daba cohesión y sentido a la saga.
Halloween H20 (1998)
Séptima entrega en cuanto a la cronología temporal, se trata en verdad, atendiendo al resultado finalmente estrenado, de una tercera parte, ya que es la continuación, 20 años después como indica el título de forma tan burda, de lo ocurrido durante el Halloween de 1978, es decir lo que nos contaban las dos primeras películas. La novedad es que vuelve el personaje de Laurie Strode de nuevo interpretada por una Jamie Lee Curtis que siempre le ha sentado mejor la comedia (recientemente estuvo espléndida en Puñales por la espalda, esa genialidad que los medios españoles ignoraron o no entendieron para variar). Si la quinta y sexta entrega son realmente indigestas, especialmente por su injustificada duración de más de 90 minutos (hoy en día hubieran durado más de dos horas y prefiero no aventurar que sensaciones tendría en relación a ellas), lo mejor que se puede decir de esta aburrida película es que apenas dura 85 minutos y todo pasa lo suficientemente rápido para que no nos enfade demasiado. Con la participación de Dimension Films (propiedad de Miramax entonces y, hasta donde sé, aún de los hermanos Weinstein) detrás del proyecto y el guionista Kevin Williamson como marionetero podría pasar cualquier cosa. Ese mismo año, Dimension estrenó la reivindicable The Faculty dirigida por Robert Rodríguez y escrita por el ínclito Wiliamson. Para H20 sin embargo se contrató a Steve Miner, un realizador gris (solo tiene una cinta aceptable, sin exagerar, en su carrera aunque miedo deberíamos todos tener de recuperarla: Warlock) que responde a sus capacidades y no consigue ni siquiera imprimir algo de ironía al prefabricado conjunto. Algún destello que, francamente no habría que descartar que fuera idea o gracias a la pericia de otros, como del entonces editor Patrick Lussier, del propio Williamson, o de algún otro miembro del equipo, como esa imagen icónica de los hermanos, Laurie y Michael, enfrentados a través del ojo de buey de una puerta; o el modo sorpresivo en el cual Laurie decide tomarse la justicia por su cuenta y acabar de raiz con el psicópata de su hermano… y por escarbar aun poco más, la secuencia de presentación, aunque demasiado funcional, resulta bien elaborada y presentada. El resto del metraje vale para ver a la excelente y celebérrima protagonista de Psicosis, Janet Leigh (madre de la Curtis) en uno de sus últimos papeles, a LL Cool J parecer salido de Scary Movie (ojalá fuera eso), y a unos bien jóvenes Josh Harnett y Michelle Williams correr y salir gritando con poca credibilidad…
Halloween: Resurrection (2002)
Un travelling recorre el pasillo de una clínica hasta atravesar otra claraboya de la puerta, naturalmente el fondo, y presenta a una recluida Laurie Strode traumatizada después de los acontecimientos ocurridos 3 años atrás en el colegio que dirigía: su hermano, Michael Myers, asesina a su pareja y unos amigos de su hijo adolescente, pero consigue detenerlo y llena de miedo y cólera decapitarlo para cerrar su calvario. Pero la historia no fue exactamente así: una enfermera se lo cuenta a una nueva compañera: Laurie está recluida porque secuestró y asesinó a la persona equivocada: Michael se escabulló intercambiando la identidad con un agente al que dejó inconsciente y aplastó la laringe para que no pudiera hablar. A esta persona, con tres hijos informa la enfermera, es a la que atropelló y cortó la cabeza Laurie. Una explicación necesaria para darle continuidad a la saga y que, según parece estaba prevista de antemano e incluso rodada en el set de H20 con vistas a la más que probable secuela. Esta intro tan prosaica, que hay que reconocer que tiene su “lógica” y es muy graciosa, se completa de seguido con un nuevo enfrentamiento entre Michael y Laurie… en el que se intercambian los papeles y es ella quien termina cayendo al vacío y él la da por muerta. Una escena bastante irrelevante y absurda, teniendo en cuenta lo que veremos durante los siguientes 70 minutos: 6 universitarios son seleccionados para un reality emitido en directo por Internet que consiste en pasar la noche de Halloween en la casa de la familia Myers. Posibilidades tenía la premisa y de hecho se intuyen buenas ideas potenciales que no funcionan en absoluto, apenas tienen recorrido o son meras enunciaciones sin contenido: la muerte de uno de los técnicos antes de empezar la grabación visualizada principalmente desde una de los monitores del control; el productor entrando en escena disfrazado como el asesino para añadir acción (y audiencia) al programa; el grupo de jóvenes que se van enganchando al show según este avanza y hay chicha (literal incluso), respondiendo mayoritariamente con risas cuando las cámaras captan al auténtico Myers o hay sangre… porque no se sabe si es real o no. Desventuradamente todo esto no es más que un intento de salvar un subproducto que no tiene vergüenza en erigirse en exploit del exploit, aunque lo peor es su planicie sin fin y su escaso sentido del humor: el veterano director de turno, Rick Rosenthal, el mismo que realizara Halloween II, no tiene reparo alguno en citarse (con torpeza) a sí mismo en la escena del charco de sangre… Demencial.
Halloween: El origen (2007)
Rob Zombie, a priori un músico que se quería entrometer en un mundo que no era el suyo, un intruso al que solo por eso de primeras había que mirar con ciertas reservas, se ha ido ganando con creces su sitio privilegiado en el género desde su debut con La casa de los mil cadáveres, donde ya demostró ser un director con personalidad y no pocas dotes para exhibir en pantalla la maldad y la violencia. Cuando fue elegido para este reboot de la saga, de la mano de los hermanos Weinstein, los aficionados estábamos de enhorabuena. Cierto es que la sensación viendo la película es que quizá se quedó a medio gas, y no se atrevió a arrojarnos una versión cien por cien personal de su autor, a pesar del beneplácito de Carpenter para que se divirtiese rodando lo que le apeteciese, un Carpenter que, por cierto, con el tiempo ha terminado abominando de esta versión. Tal vez un respeto reverencial (y comprensible) al maestro le impidió siquiera intentar matar al padre, en una tentativa para contentar a todos, tanto a los fans del film original como a sus despistados detractores (que alguno hay) con la intención de ofrecer algo nuevo pero sin mancillar el espíritu de aquel. El resultado, un díptico, cuya primera parte se centra en la infancia de Myers, un niño acosado perteneciente a una familia desestructurada y ya se sabe, una cosa llevó a la otra. Esta mitad del film, la que trata de buscar una explicación a lo que en la obra de Carpenter no la necesitaba, tiene al menos la virtud de alejarse de la convencionalidad de la que adolece, por ejemplo, la última película de la franquicia hasta la fecha. En la segunda parte de la película, Zombie parece retractarse y nos acerca al espíritu del film original en una suerte de remake bastante aproximado, quizá un poquito más bestia y con algún toque de humor negro, donde incluso la careta inicial de Myers que podría formar parte de la estética de cualquier videoclip de Zombie e incluso haberse convertido en una reivindicación autoral (aunque fuese mínima) es sustituida por la original, que el propio Myers (eso sí, mucho más fuerte y grande, interpretado por el enorme Tyler Mane) desentierra de los tablones del que fuera su hogar, testigo de sus crímenes de juventud, de su origen criminal.
Halloween II (2009)
En esta secuela Zombie da el paso, mete toda la carne en el asador y nos ofrece todo lo que la primera parte pudo ser y no fue. Halloween II es mucho más que el regreso de Michael Myers a su añorado Haddonfield. Para empezar esta vez (repite Tyler Mane) es un Myers diferente. En lo físico está claro, con su enorme talla, con la careta original de modo testimonial al inicio y después con el rostro descubierto salvo una capucha y una larga barba que triunfaría en las peluquerías de caballeros de Malasaña, siempre oculto, eso sí, entre las sombras para conservar parte del misterio, pero también es diferente en el plano espiritual. Esta vez existe este plano, no es únicamente la presencia del mal aniquilando adolescentes, que también, porque en el peregrinaje a su pueblo natal deja un buen reguero de cadáveres, pero de la mano del espíritu de su madre (alguna justificación tendría que haber para recuperar a Sheri Moon) y un caballo blanco que le recuerda al niño que un día fue, y que también le acompaña, buscando una venganza y una reunión, y conectando de algún modo con la parte más personal del film anterior, aunque lo que en aquella resultaba innecesario aquí se convierte en el motor de la película, dando incluso algo más de sentido a aquella primera mitad tan conflictiva en su predecesora, y esta faceta es presentada de una forma estéticamente muy potente, con los sueños de Myers representados al estilo de los videoclips del director. El comienzo del film, con una operación al borde de la muerte y al límite de lo desagradable con uñas arrancadas y cosiendo tejido vivo (a una Danielle Harris lejos de la niña que fue en la trilogía de Jamie, que se salvó en el film anterior para poder morir en este), parece dar sentido a la frase que suelta Loomis en un momento concreto: «El mal gusto es la gasolina que mueve el sueño americano». Un Loomis diametralmente opuesto al que hemos visto en toda la franquicia, y también al del film anterior, réplica domada del tantas veces interpretado por Pleasence. Aquí, el personaje de Malcolm McDowell es un tipo cínico y aprovechado que busca hacer caja con su libro a costa del asesino que tan bien conoció, en definitiva es un personaje mucho más coherente en el Zombieverso. Y ese comienzo es solo un preludio de lo que vendrá después, cabezas cercenadas, apuñalamientos salvajes y atrozmente violentos, como nunca antes los habíamos visto en la saga. Y en contraposición a los sueños de un Michael Myers más protagonista que nunca, las pesadillas de Laurie Strode/Angel Myers que la acercan a un destino tan inexorable como el propio paso del tiempo, tan inexorable como volver a casa por Navidad (o cada 31 de octubre), tan inexorable como los lazos de sangre.
La noche de Halloween (2018)
El proyecto de un nuevo capítulo de la saga se manejaba en los despachos desde hacía casi una década. En 2015 Miramax se quedó los derechos una vez los Weinsten se independizaron (y con ellos su sello Dimension) y se alió con la prestigiosa (y exitosa) en el cine de horror Blumhouse para concretar un continuación con vistas al 40 aniversario del nacimiento cinematográfico de Michael Myers. La producción tomaba forma: Danny McBride y David Gordon Green, escribiendo y dirigiendo (será trilogía, Halloween Kills ya tiene tráiler), los cuales han demostrado, juntos y por separado, que suelen ser brillantes, aunque en terrenos muy alejados del terror; Jamie Lee Curtis volviendo a su personaje de debut; el mismísimo John Carpenter supervisando, y finalmente firmando con su hijo Cody y su colaborador Daniel Davies la partitura… Muy prometedor. El resultado en el momento de su estreno fue bastante decepcionante, incluso irritante. Revisada para la ocasión como el resto de la saga puedo matizar esa apreciación tan furibunda: es un film que defrauda por diversas razones pero contiene elementos de interés que lo elevan muy por encima del resto de secuelas (dejando a un lado el reboot orquestado por Rob Zombie, este sí un experto consumado en el género, con dos excelentes películas). El problema principal de esta nueva historia es la dubitativa atmósfera y la continúa reverencia a Carpenter y su original, una rémora que deshilacha de tal manera el conjunto que se queda siempre en tierra de nadie. Si la descripción de una Laurie Strode, cerca de los 60, madre y abuela, que no ha sabido pasar página y continúa lidiando con el trauma y obsesionada con el regreso homicida de Michael Myers, está expuesto enérgicamente y funciona muy bien como toma de contacto, se deshace en obviedades y referencias, algunas bastante cargantes, con todo lo que tiene que ver con su nieta. Esta doble vía parece un modus operandi del guion e incluso de la realización; pero que sea autoconsciente y una pretendida muestra de estilo, no hace que sea bueno ni conveniente. Por ejemplo, mientras la huida de Michael es una pieza inquietante en el que se usa con acierto el fuera de campo y la elipsis, hay otros instantes bastante burdos que parecen pertenecer a otras películas como el incomprensible giro que lleva al psiquiatra a salvar a Michael o esa aburrida (por larga y mecánica) escena en la que un amigo de la nieta de Laurie se disculpa ante el que cree es un vecino por estar en su patio y resulta ser su verdugo… El acto final, de los mejores momentos del film, tiene una desventaja clave provocada por lo anterior: llega tarde porque la falta de concreción y síntesis hace que el metraje se alargue por encima de unos 100 minutos que se hacen bola.
Halloween Kills (2021)
A pesar de su edad (sigue teniendo 61 años porque esta película comienza donde termina la anterior), Michael Myers sigue sobreviviendo a sus muertes con la misma frescura que antaño. Si el fuego no pudo con él menos aún los bomberos que tratan de apagarlo, que acaban desangrados por el asesino más famoso de Haddonfield. Esta secuela, sin embargo, ya no parece tan fresca, demasiados personajes secundarios que la convierten casi en una película coral, pero tremendamente reiterativa, pues esta serie de tramas paralelas desembocan todas en el mismo punto, ese afán por acabar con el mal que les une en una masa enfurecida dispuesta a linchar a Myers parecida a la que junta Loomis en Halloween IV (aquí el instigador es Tommy, el niño al que cuidaba Laurie Strode en la original, papel que ya interpretó Paul Rudd en la línea temporal alternativa de películas previas) pero aquí, a diferencia de aquella, abarcando más y más metraje en cháchara vacía y diluyendo sus asesinatos, que devienen meras anécdotas sin apenas planificación (a excepción quizá de uno de los primeros, para el que se toma su tiempo, el de ese matrimonio interracial donde Michael ensaya con los cuchillos en ese segundo plano desenfocado bajo la mirada aterrada de la esposa) y ejecutados de forma sangrienta, sí, pero también atropellada y sin apenas ornamentación, simplemente para llenar el expediente, de modo que probablemente podríamos decir que esta sea la película con más asesinatos de la saga, pero quizá contenga también los más olvidables. Tampoco juega en su favor el escaso protagonismo de Jamie Lee Curtis, una Laurie Strode ya abuela que se dedica a recordar viejos tiempos en la UCI mientras la acción está en otra parte. Está claro que hay voluntad de hacer algo diferente, y hay detalles interesantes, como ese flashback que nos muestra más detalles de lo que ocurrió en 1978, pero quizá el problema reside en que en este tipo de películas hay que innovar lo justo, y al final estos flashbacks se emplean para dar más peso en el presente a parte de esos innecesarios secundarios. Rob Zombie aprendió de los problemas de la experimentación con el inicio de su díptico, y su secuela es, junto con el film original de Carpenter, de lejos, la más interesante de toda la saga, y no dejaba de ser un slasher puro, directo, violento y visceral. Estaría bien que Halloween Kills sea solo una transición (innecesaria a la vista del resultado) y que el desenlace de la trilogía esté a la altura y nos proporcione un enfrentamiento digno entre Michael y Laurie, y mejor cuatro o cinco asesinatos bien ejecutados que cientos de cuchilladas random. Pero no tenemos mucha esperanza, la verdad.
Halloween: El final (2022)
Nuestros temores tras el fin de una decepcionante segunda entrega se ven superados por el desenlace de una trilogía (y pensar que en su día parecía buena idea) que intentando buscar nuevas aproximaciones respondiendo a una fórmula agotada (algo que a priori podría ser hasta deseable) acaba metiendo en una batidora una serie de ideas dispersas que no terminan de funcionar porque ni siquiera comienzan a hacerlo en ningún momento. El principal problema de la tercera entrega perpetrada por David Gordon Green es perseguir con pretensión una película discursiva sin apenas nada que la sustente a nivel formal. Halloween: El final comienza jugando al despiste con un prólogo, aparentemente fuera de lugar, que sin embargo tiene una razón de ser que es explicada con posterioridad. Han pasado varios años sin rastro de Michael Myers tras los hechos fatídicos de la segunda entrega se nos muestra cómo la paranoia y el miedo se adueñan de una sociedad dañada, algo que podría ser interesante si se explotara con algo más de dedicación en lugar de dar escasas puntadas sueltas sin un hilo conductor que las una. Se intentan varias cosas y al final no se consigue ninguna, principalmente porque la gente espera un film de terror y la mayoría de sus intentos encajarían mejor en el cuerpo de un drama: sobre la culpabilidad, sobre el peso del pasado (otra vez, sí), la necesidad social de crear monstruos, pero sobre todo por la inverosimilitud de ciertos comportamientos, donde la antinaturalidad parece quererse introducir en la rendija del todo vale porque es una película ¿de género? Ni nos creemos a Michael Myers vidente (su primer contacto con Corey), ni mucho menos capaz de sentir piedad, empatía o de formar un tag team criminal (esto es Halloween, no Scream), o a una Laurie que a ratos parece un bufón y desde luego tampoco es creíble la animadversión que se genera entre esta y Corey de la noche a la mañana (y que les impulsa a querer matarse uno a otro) sin apenas argumentos sólidos que la sustenten. Algo parecido ocurre con la atracción que siente la nieta de Laurie por este, así como ciertas trampas de guion en las que seguramente no nos fijaríamos si la película cumpliese a nivel de puesta en escena, si al menos tuviese algún apunte en la dirección que distrajese nuestra atención del despropósito que estamos presenciando, y que desde luego no se soluciona con guiños al cine de Carpenter (poner La cosa en la tele) o al film original (desde imágenes dispersas en atropellados montajes hasta el empleo de Don’t Fear the Reaper que ya sonara en aquel). Ni siquiera se aprovechan ciertos detalles de humor negro como la muerte accidental del prólogo que sin embargo intenta revestirse de una gravedad que no se alcanza en ningún momento. Dicho todo esto, de verdad quería que la película me gustase, pero si el único detalle que puedo salvar es la muerte del DJ, más por su valor simbólico que por la ejecución en sí, pues es para hacérselo mirar.
SR