Memorias de un último verano
La directora escocesa Charlotte Wells debuta con una delicada pieza que explora los entresijos de la memoria. Calum (Paul Mescal) y su hija de 11 años, Sophie (Frankie Corio) disfrutan de unas vacaciones juntos en un hotel decadente de la costa turca, a finales de la década de 1990. Los recuerdos de ese verano entre chapuzones en la piscina, partidas de billar y canciones de karaoke perdurarán largo tiempo en la mente de la protagonista. Aftersun, la joya indie del año, con el sello A24, llega a España de la mano de Elastica Films después de arrasar en los British Independent Awards y ganar el French Touch de Cannes.
Sophie graba a su padre con una cámara doméstica, entre bromas y bailes improvisa una entrevista amateur: ¿Cómo te imaginabas tu vida cuando tenía mi edad?, una pregunta aparentemente inocente, que no consigue respuesta. La secuencia se congela en una pantalla de televisor y en su reflejo se intuye la silueta de una mujer. Veinte años después, Sophie hace una retrospectiva y remodela su memoria para buscar en ella nuevas respuestas. Esa evocación de su pasado la obligará a reconstruir el relato de su vida al revisarlo con ojos de adulta. Wells genera una conversación entre la Sophie del presente y su niña interior a través de este salto temporal, el nexo de unión son los videos caseros de la antigua cámara digital de su padre, este recurso permite unir ambos mundos confrontando a la memoria con la ineludible realidad del objetivo. Las imágenes digitales al mismo tiempo sirven de recurso formal que permite recrear la estética de los 90, cultura pop y nostalgia servidas de forma agridulce mientras suena una canción de Queen y David Bowie.
La película juega constantemente con la línea temporal, dilatando algunos pasajes y jugando con la elipsis para mostrar solo aquello que la caprichosa memoria consiente. Personajes construidos con retales que no dibujan un arco completo. Él es un joven padre divorciado sin suerte con los negocios, que no piensa volver a Escocia porque es donde viven los demonios de su infancia. Ella una niña en plena pre-adolescencia con curiosidad por hacerse mayor, una suerte de coming of age que la despedirá de su infancia para siempre. Es destacable la complicidad y química entre los dos actores, la relación paterno-filial que construyen es de una intimidad sobrecogedora y permite que todas las piezas encajen.
La directora construye la película con el tempo pausado del verano, plasmando un sentimiento prácticamente universal, la mirada perdida de quien pierde el tiempo. Los encuadres se pasean por las estancias deteniéndose en cada detalle, llegando a dejar tan solo un pequeño espacio para los personajes. Una puesta en escena y un montaje lánguido, que en ocasiones se pierde en su sutileza. A pesar de todo, sabemos que el verano debe terminar en algún momento, incluso de niños. En este oasis estival se esconde una sensación de fugacidad que nos acompaña durante toda la película, generando una tensión muda. Paul Mescal encarna la fragilidad y el misterio de un hombre que se rompe, bajo la máscara de un padre amoroso.
Un viaje por la memoria, un proceso de duelo en el que Sophie intenta reconciliarse con su padre o quizás entender un poco mejor al hombre que nunca conoció. Wells firma su ópera prima con guion que es pura melancolía, repleto de detalles y pequeños gestos, sencillo y enormemente profundo al mismo tiempo. El film termina de forma poética y a pesar de dejar un nudo en el estómago, consuela esbozando un pequeño destello hacia el futuro.