Las guerras clon
Qué triste considerar que los tráiler previos son lo mejor de la sesión de cine. Qué triste la invasión de las salas y las crónicas periodísticas por parte de un producto inane, inferior a buen número de grandes películas presentes ahora, de modo muy minoritario, en las carteleras. No soy persona fóbica a los blockbusters ni mucho menos, pero el desparrame de buena parte de los media anunciando esta obra a bombo y platillo alguno duele sobremanera al ver como otras películas son ninguneadas en prensa general y en todo canal televisivo.
Sí, hablo de Avatar: el sentido del agua, una supuesta secuela que más bien semeja un remake de Avatar perpetrado por el propio creador. Y el problema de esta cinta es que da a entender que, pese a los tres guionistas, las ideas sobre Pandora y sus gentes se extinguieron años atrás. En esta ocasión la historia arranca mostrando como Jake Sully, actual jefe de su tribu, se ha asentado y procreado una familia que incluye la hija de la fallecida Dra. Agustine (Sigourney Weaver, que aparece en modo “amistad” en un papel que fuera relevante en la primera parte pero que ahora queda en poco más que un cameo sin mayor relevancia) concebida misteriosamente (un hilo argumental que está dejado de lado al finalizar la cinta) y el hijo humano de uno de los invasores. En breve vuelven los hombres del cielo y empiezan a arrasar con todo, siendo detenidos por las guerrillas dirigidas por Sully. Para eliminarlo, se plantea un escuadrón asesino liderado, ni más ni menos, que por un avatar de su archienemigo, Miles Quaritch, dispuesto a una venganza tan virtual como real. Es este extraño punto de partida harto relevante, tanto en cuanto esta continuación no es sino un mero ejercicio de ombliguismo que repite el éxito pasado con tan poca imaginación que incluso recupera el ejercicio de antagonismo con el mismo personaje, sin un ápice de innovación.
A partir de ahí la película (no la trama, puesto que ésta es ínfima) se desarrolla en dos ejes paralelos. Por una parte, lucir los desarrollos digitales de las criaturas acuáticas de Pandora que, ciertamente, fascinan puesto que la riqueza de detalles y capacidad de movimientos semejan absolutamente reales. El océano de Pandora es atractivo y rico en diversidad, eso no lo negaremos. Sin embargo, por otro lado, el guion se elabora casi como una fotocopia del anterior con una alternancia de enfrentamientos entre los hombres del cielo o sus avatares y la familia Sully, en una serie de idas y venidas (ahora nos cogen, ahora escapamos, ahora nos cogen, ahora luchamos…) que deviene cansina. De hecho, Cameron se revela como un fan de la clonación, dado que en cierto momento se repite (de modo absolutamente innecesario) en su versión Titanic, situando a sus personajes en lucha a bordo de un barco en pleno naufragio. Todo ello aderezado con impostados mensajes místicos, ecologistas, en defensa de los animalitos (y los animalotes) y la unión familiar.
Al final, tras un prolongado clímax (que no resulta tan emocionante como se pretende), Avatar se desvanece como una pompa de jabón dejando la misma sensación de vacío en el espectador como de ingreso en la cuenta corriente de Cameron. Quizás esté planteándose, si la cuenta sube lo suficiente, que su siguiente película sea la historia de la reflotación del Titanic, amenazado de nuevo por los hielos, mientras los bisnietos de Rose y Jack se enfrentan a copias de los enemigos de sus antepasados.