FICX 2022. Construyendo sociedad

La última edición del FICX nos dejó, entre su variada programación, unas inquietantes rimas a propósito de la construcción de nuestra sociedad contemporánea, empezando por Armageddon Time, la mejor película que tuve ocasión de ver en Gijón estos días (con la excepción de ese malsano viaje a la oscuridad que Philippe Grandieux emprendiera hace casi un cuarto de siglo con Sombre y que fue felizmente proyectado en 35mm con motivo del foco dedicado a Elina Löwenshohn).

James Gray vuelve la mirada al pasado, a su infancia, para reconstruir un mundo contextualizado de manera muy precisa en el tiempo, justo en vísperas del ascenso triunfal de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos que supuso la culminación del viaje hacia el más feroz individualismo de la sociedad norteamericana. Su protagonista es un niño que acaba de empezar la secundaria, que forma parte de una familia judía de orientación política demócrata, pero igualmente obsesionada por progresar en términos materiales. Es un chaval díscolo y apasionado por el dibujo en pleno proceso de formación del carácter, y que se hace amigo, por cuestiones de azar, inercia e incluso conveniencia, de un compañero de clase negro, repetidor, que fantasea con ser astronauta, aunque la tozuda realidad racial y socioeconómica quiere desactivar sus ilusiones, condenarle a ser un joven sin sueños. Pero no estamos ante una historia centrada en el racismo y la white guilt, como tampoco ante un examen del sistema educativo en el que contraponer un decadente modelo público en el que se encuentran los críos con las opciones privadas y elitistas que buscarán los padres para el protagonista en cuanto les entren dudas sobre su futuro escolar. Son, eso sí, temas mayores en la cuestión nuclear de la película, la educación intrafamiliar como denotante de la dinámica ideológica neoliberal del momento, como su herramienta ejecutora y fijadora. Porque por muy cafre que pueda parecer por momentos el alter-ego infantil de Gray, su periplo acaba suponiendo una batalla interior ética entre hacer aquello que siente justo o acomodarse a un sistema de privilegios al que le empujan en gran medida las terribles (pero no exentas de lógica) contradicciones que manifiesta su familia, y que también alcanzan a la admirada figura de su abuelo, unos personajes que no creen en la justicia que (a veces) predican, cuyas fórmulas de comportamiento apenas distan de aquellas opciones políticas que tanto les repelen estéticamente. Si los conflictos éticos y sociopolíticos que plantea el film pueden ser un poco evidentes, Grey los dignifica y eleva a través de una realización tremendamente elegante y sensible. Es una obra que nos sitúa en el lugar de su protagonista con un hábil uso del punto de vista, que nos hace sentir y participar de sus grandes dilemas morales, de la dificultad de remar siempre a contracorriente para mantener una integridad cuya naturaleza va descubriendo al mismo tiempo que es derribada.

Armaggedon Time

Armaggedon Time, de James Gray

Es muy curioso cómo otra notable película de los Estados Unidos elegida para la sección oficial del FICX trataba el mismo tema educacional. Y me refiero a The Cathedral, el debut en el largo de Rick D’Ambroise que, al contrario de lo que hace Armageddon Time, extiende su línea temporal a lo largo de los años, de dos décadas de historia reciente norteamericana, la que cabe entre el nacimiento y la graduación de un joven cuyo devenir familiar es el principal foco de atención del film. Al relativo clasicismo y a la calidez de Gray, D’Ambroise opone una narración fragmentaria e insular, donde las escenas apenas pasan del plano único, en imágenes distanciadoras donde no hay continuidad en las acciones. De hecho, es la voz en off la que funciona como hilo conductor y ejerce de principal narradora, informando de los avatares de esta familia con una prolijidad que hace difícil situar a todos los personajes y seguir los variados conflictos que se exponen en ese modo tan verbal. Pero tengo la impresión de que es una estrategia deliberada, ya que lo importante sería la misma existencia de conflictos, que vendrían provocados en buena medida por el materialismo de los personajes, socavando así las relaciones entre ellos, o más bien construyendo una estructura social basada en el propio conflicto. De hecho, entiendo que el film propone a través de su título una alegoría en la que este grupo de criaturas vendría a ser uno de los innumerables sillares de esa catedral que supone un país como Estados Unidos, cuya historia reciente, sus traumas, sus conflictos por supuesto, jalonan el metraje con cortes informativos. En la afición que desarrolla el joven protagonista por el cine y la fotografía, es curiosa su fascinación por una antigua foto de dos tías suyas conversando cómplicemente sobre una cama, como si esa comunicación fuera un paraíso perdido en un mundo que ya nos invita a la catatonia.

The Cathedral

The Cathedral, de Rick D’Ambroise

Todo ese proceso de construcción (o destrucción) familiar queda fuera de plano en Rimini, la película ganadora de la sección Albar (la más importante del FICX), elidido en un pasado que ahora sólo nos ofrece los restos del naufragio. Su visionado perfila con más nitidez la temática de las fallidas relaciones paternofiliales que viene a ser la característica principal del díptico que Ulrich Seidl ha diseñado junto a Sparta (que ya glosáramos en las crónicas del último festival donostiarra). Con un comienzo y final idéntico al de aquella, Rimini se ocupa del otro hijo de un demente anciano internado en una residencia y por tanto hermano del hombre con pulsiones pederastas de Sparta. Y el escenario es en esta ocasión Italia, la turística localidad que da título al film, en invierno, semi-vacía y apropiadamente desoladora, con las fantasmales presencias de inmigrantes y con los jubilados que representan el público potencial de Richie Bravo, personaje protagonista interpretado con pasmosa autenticidad por Michael Thomas, transmutado en un cantante melódico cuyos dudosos días de gloria han quedado atrás, ludópata y medio alcohólico, que se saca un dinero extra ejerciendo de gigoló o alquilando su casa a veteranas admiradoras. Su rutina se rompe cuando aparece su hija exigiendo todo el dinero que no le habría pagado a ella y a su madre desde su separación muchos años atrás. Seidl no nos ahorra escenas de sexo perfectamente antieróticas (de hecho la película resulta a veces un poco redundante y alargada), dentro de una galería humana que tiende a la decrepitud y/o la marginación, figuras decadentes, solitarias y frustradas, retratadas con el rigor visual y el patetismo habituales del director austriaco. Si bien todavía subyace humanidad en los personajes, esta termina en todo caso subordinada al factor material, económico, que va determinando todas las relaciones interpersonales que nos muestra la película, la lógica respuesta al fracaso paternofilial y el implacable modelo de sociedad que retrata Seidl en presente.

Rimini

Rimini, de Ulrich Seidl

Otro de los triunfadores del festival, en concreto ganadora de la sección Retueyos (específica para cineastas de poca experiencia), también hablaba de la construcción de un siniestro modelo de sociedad, aunque muy diferente del contemporáneo paradigma neoliberal occidental. Alexandru Belc nos traslada en Metronom a la Rumanía de Ceaucescu para ofrecernos una coming-of-age-story enfrascada en un régimen dictatorial. El proceso de maduración propio de este tipo de historias viene acompañado aquí no sólo de la pérdida de la inocencia, sino además de la rendición de la ética y valores propios ante la asfixiante fuerza del sistema. Su protagonista es una estudiante que vive turbulencias emocionales, enamorada de un compañero que está a punto de abandonar el país junto a su familia. Ambos acuden a una fiesta de amigos en la que escuchan un programa de radio clandestino que les acerca la música extranjera y donde se pergreña una carta para enviar al locutor, pero la Securitate irrumpe y se los lleva detenidos. Quizás la parte que concierne a la acción policial sea lo menos interesante del film, ya que no deja mucho margen a la sugerencia. Lo que en Armageddon Time, por ejemplo, es un contexto más indefinido y latente, aunque muy evidente, aquí se materializa en la fuerza mucho más concreta y material del régimen. Pero sirve igualmente, claro está, para ponernos en situación de unos personajes que tienen que librar una batalla interior injusta y desigual, para demostrar la capacidad de un sistema para amedrentar y corromper a la ciudadanía, a toda la sociedad como una gran mancha de aceite. El sexo está muy presente, como en tantos films sobre la transición a la edad adulta, pero en algún momento del camino deja de ser una cuestión amorosa y sentimental y pasa a simbolizar esa pérdida de inocencia, una pérdida de la virginidad que significa la rendición al sistema. Es curioso el último plano de la película, que casi parece un flashback por la despreocupación que parecen exhibir los personajes, pero que entiendo quiere reflejar un estado de generalización y normalización, lo que sirvió para parapetar al régimen todavía un par de décadas más mediante una construcción social que también aisla al ciudadano y deshumaniza su manera de relacionarse, en este caso mediante el miedo, la paranoia y la delación.