Las dos películas que más me han hecho pensar el cine en 2022 han sido Las campanas de Santa María (The Bells of St. Mary’s, 1946), de Leo McCarey, y Elle a passé tant d’heures sous les sunlights (1984), de Philippe Garrel. No era la primera vez que las veía —he visto la primera como siete u ocho veces—, pero siguen siendo portadoras de una “contemporaneidad” que no he encontrado en ninguna de las que hago constar en la lista, quizá con la excepción de la primera y la segunda. No se trata de nostalgia, ni siquiera melancolía, sino de pura materialidad de la imagen: tanto McCarey como Garrel aún tienen que ver con nuestro tiempo, mientras que la mayor parte del cine que se ve en salas y plataformas, incluso en festivales, es pura arqueología, o ruina, o resto, los cuales, entre otras cosas, son conceptos que aquellos dos films ya habían inventado, o sea que todo vuelve a empezar. En ese sentido, debo destacar también el visionado en un festival de O sangue (1986), de Pedro Costa, que enlazó con la exposición Canción de Pedro Costa (2022), en La Virreina de Barcelona: ahí está un posible recorrido del cine de los últimos 40 años del que no estaría mal empezar a hablar…