Top 2022 – 4. Drive my Car, de Ryusuke Hamaguchi

Cine tántrico

Drive my CarHabría muchas cosas que explicar a un occidental que no conociera la predilección japonesa por la contención a la hora de expresar los sentimientos, algo que Drive my Car consigue reflejar muy bien. Si algo caracteriza el comportamiento de Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), el protagonista de la película, es precisamente lo que lo mortifica, no mostrar todo lo que anida en su interior, como un veneno que lo consume lentamente pero que tampoco acaba de mandarle al otro barrio. Cuando descubre a su mujer engañándole, calla. Años después, soportando impertérrito el peso de la culpa por no haber estado con ella en su inesperado final (precisamente por hacer gala de esa contención y no buscar el confrontamiento aquel fatídico día), escucha atentamente al que fuese su amante, con el que la sorprendió, un actor famosillo pagado de sí mismo (Masaki Okada), mucho más joven que él, que le pretende dar lecciones de vida, aunque por dentro probablemente le despellejaría vivo. Se pasa prácticamente la película completa con una carga maldita en su conciencia.

No soy un entusiasta ciego del film de Hamaguchi: la escena del casting me parece un remedo a años luz de lo que consiguió David Lynch en la escena de casting definitiva. Repetir algo así es complicado, y no puedo evitar la comparación porque creo que se busca un efecto similar en el espectador. Me producen cierta apatía los interminables paseos del protagonista y la mayoría de sus diálogos dentro del coche, algo a lo que no contribuye la elección del plano y contraplano para representarlos la mayor parte del tiempo, o al menos así es en mi recuerdo, no he medido los porcentajes. Me parece poco sutil y quizá algo forzada la comparación del destino de los protagonistas con el de Sonia y Vania en la obra de teatro que Kafuku dirige y representa. Y aunque dicho todo esto pueda parecer que en realidad no me gusta la película, no es así en absoluto, le encuentro también muchas cosas encomiables e incluso brillantes.

Drive my Car

Por ejemplo, aunque no termine de comprar la comparación citada, me interesa como se puede llegar a justificarla pues, de algún modo, que Oto (Reika Kirishima), la mujer de Kafuku, guionista, cuente una historia al comienzo del film donde también hay un paralelismo (la protagonista fue una lamprea en su vida anterior que se quedó clavada a una roca, y en la actual se queda clavada a la cama del chico que le gusta cuando entra subrepticiamente en su casa), aunque mucho más surrealista, viene a indicar que la búsqueda de reflejos, de uno u otro modo, es algo natural a cualquier guion. Sigo pensando que es transitar el camino fácil, el de la convención, pero me gusta verlo, seguramente porque yo también soy convencional.

Me gusta también, si es que en el fondo soy un público fácil, la sacada de chorra de poner los créditos a los cuarenta minutos de película. Hamaguchi se toma todo con calma, y el prólogo dura lo que tiene que durar. Chapeau.

Me gusta que para Misaki (Tôko Miura), la chófer, un lugar bonito sea un basurero, pues alude a que la belleza se puede encontrar en cualquier parte, algo con lo que estoy de acuerdo, y creo que depende esencialmente de la mirada del observador.

También me gusta que Oto le indique a Kafuku que no sabe cómo terminará la historia. Y es que a veces la narración toma sus propios cauces, uno se pone a escribir y no sabe cómo finalizará lo que empezó. Incluso con un plan establecido pueden surgir ideas o acontecimientos externos a lo que se escribe que hagan que cambie el rumbo que había predeterminado para el texto.

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Me gusta (sí, cada párrafo parece un like a un post) mucho la naturalidad de la escena de la cena con el productor (Jin Dae-yeon) y su mujer (Park Yu-rim), ambos coreanos, ella sordomuda. Pero sobre todo me gusta como al terminar de comer, Misaki se levanta de la mesa ante la mirada de sorpresa del resto y cuando vuelve el plano general, ella desaparece casi completamente de este. Sabemos, sospechamos, que está con el perro, pero nos resulta difícil creer que alguien que domina también (como Kafuku), y tan bien, la contención sentimental, sea capaz de expresar abiertamente algo de simpatía. Finalmente, la cámara desciende para confirmar esa sospecha. Así, no se siguen todas las convenciones, lo que está muy bien pues de lo contrario todo sería muy aburrido, y al final, Kafuku y Misaki, que no deja de ser su confesora, consiguen expresarse el uno al otro lo que sienten, consiguen demostrar que son humanos, y aunque sea con unas tímidas y catárticas lágrimas que desaparecen rápido y un tibio abrazo, que en la nieve vale doble, llegan a la misma conclusión que Sonia y Vania: hay que seguir viviendo —la misma conclusión a la que llegaba Jiro Horikoshi tras la visita del fantasma de su Nahoko en El viento se levanta (Kaze tachinu, Hayao Miyazaki, 2013), ya puestos a buscar paralelismos—. No es sutil, pero es humano. Es forzado, pero, precisamente por ser ellos, contenidos por naturaleza, por herencia social, no es convencional. Decía que no terminaba de comprar la comparación pero al final me la voy a llevar. A veces la narración, y la reflexión, siguen sus propios cauces.

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