The Long and Winding Road
Si se trata de un punto ciego, todos vivimos con él.
Drive my Car. Haruki Murakami
La verdad tiene que hallar su lenguaje para poder revelarse, sea este la ficción, el sexo, la forma de conducir o el idioma de signos. O un texto de Chéjov, último y más poderoso catalizador del que se sirve el director Ryūsuke Hamaguchi, a partir de tres cuentos cortos de Haruki Murakami presentes en el libro Hombres sin mujeres, para componer una película prodigiosa sobre la redención y la incomunicación.
Es Drive my Car un drama en tres actos protagonizado por Yūsuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), un actor y director teatral que, tras duras renuncias y pérdidas personales acepta poner en escena Tío Vania de Chéjov en un montaje multilingüe, con actores que en ocasiones no hablan el mismo idioma. Contra su voluntad, el festival teatral le asigna una chófer, Misaki (Toko Mihura), una chica adusta e introvertida que se convierte en testigo de sus estrictas e insanas rutinas.
Primer acto
Kafuku no comprende el secreto de su esposa Oto, no se atreve a mirarlo de frente —solo en los espejos y contraluces con los que Hamaguchi compone la ficción— para no romper el tibio vínculo entre ambos que solo encuentra su equilibrio entre el sexo y los relatos que, como Sherezade, ella le narra después. Y, como Sherezade, Hamaguchi devana con maestría el cuento sobre la pareja en un hilo narrativo de hipnótica delicadeza. Todo el guion de la película, con el que Hamaguchi y su coguionista Tamakasa Oe merecieron premio en Cannes, es de una perfección y sutileza apabullante y trasciende el texto original de Murakami entrelazándolo con el de Chéjov como se integran la melodía y la armonía en un solo de piano. Transcurrida casi una hora, Hamaguchi se permite una pausa para arrancar el siguiente acto con unos sorprendentes títulos de crédito iniciales. Lo anterior sólo era un prólogo y ya estamos deslumbrados.
Segundo acto
Todos los personajes principales de Drive my Car, presentes o ausentes, tienen en común una dificultad o una ausencia que les impide comunicarse. E intentan salvarla de variopintas maneras. Eso hace Kafuku, que emprende el montaje de Tío Vania y repasa el texto en el coche dando la réplica mecánica y obsesiva a las frases que su esposa grabó en un cassette. Misaki, la joven chófer, asiste al ficticio diálogo durante las idas y venidas, tratando de diluirse sobre la carretera y no ser percibida mientras el actor declama. En el reducido espacio de un Saab 900 Turbo rojo de los años 80 con techo corredizo, director y conductora van fraguando una sutil intimidad, mientras el texto de Chéjov cuestiona a Kafuku sobre la fidelidad, el amor y el fracaso, y las frases de Tío Vania resuenan en su interior como un perfecto eco de su vida. “Amor y vida míos. ¿Qué hago con vosotros? ¿Dónde os meto?”.
Es esa capacidad de entrelazar la realidad de sus personajes con el proceso creativo que emprenden lo que hace de Drive my Car una película extraordinaria. Y es la sutileza y fluidez con la que lo consigue lo que la convierte en una obra maestra.
Tercer acto
Hamaguchi mete a sus personajes en el coche para que en su estrecho espacio vayan revelando las historias que les han llevado hasta allí, el pasado que les hace ser como son. Pero después los saca y se aleja de ellos en planos generales que también usa con elegancia en La Ruleta de la fortuna y la fantasía, película que —como él mismo ha explicado— planeó como una especie de ejercicio de preparación para esta. Les da así aire para respirar, espacio para pensar y los contextualiza en un universo que, pese a su drama, no gira en torno a ellos. Es allí, al aire libre y en el espacio abierto, donde se muestran todas las heridas y se produce la catarsis que no consiste en otra cosa que aceptar el dolor como algo genuino y perdonarse el daño. “¿Qué se le va a hacer? Hay que vivir”, dicen Kafuku y Misaki, dicen también Sonia y su Tío Vania. “Debemos seguir viviendo”.