No parece extraño que este año coincidan entre lo mejor de lo producido en España películas que miran al rural, a formas de vida que agonizan, en un momento en el que desde las ciudades —cada vez más hostiles, cada vez más invivibles—, se las idealiza un tanto infantilmente mientras se plantan tomates en el balcón. Tanto en Alcarràs como en As Bestas, paisajes, formas de subsistencia y personas son arrasados por las energías llamadas limpias, cuyas contradicciones y vergüenzas Carla Simón y Rodrigo Sorogoyen dejan en evidencia enfocando a sus víctimas con miradas que, aunque muy distintas, tienen en común cierta poética de la resistencia.
As Bestas es un western levantado en dos mitades que parecen dos películas distintas (quizá lo sean) construido por Rodrigo Sorogoyen y su coguionista Isabel Peña como un enfrentamiento constante entre formas opuestas (la palabra y la violencia, lo masculino y lo femenino, la huida y la persistencia) que cimenta e impulsa toda la historia. La primera parte, la masculina, despliega un crescendo de tensión y violencia (soberbio hasta la excelencia Luis Zahera y también magníficos Menochet y Anido); terreno en el el director sabe brillar y cuya mejor escena —escrita por Isabel Peña y filmada con cámara fija—, expone la mayor brecha de todas en la conversación entre dos hombres en la barra de un bar: el duelo fundamental que se establece entre quienes pueden permitirse elegir y quienes no.
En la segunda, el punto de vista cambia a lo femenino. El thriller anterior y su resolución quedan en segundo plano porque aquí lo importante es buscar las respuestas a cuestiones más difíciles si cabe, aquellas que plantea la historia real en la que As bestas se basa: qué mecanismos pueden llevar a una persona a quedarse en un ambiente asfixiante, a resistir sola ante el acoso, a pasar por encima de la incomprensión del resto, a no renunciar. Qué fortaleza es esa y de dónde sale queda también apuntado en una discusión entre mujeres —escrita por Sorogoyen—, y que funciona como contrapeso del duelo en el bar con una Marina Foïs de enorme presencia. Las aspas gigantes de los modernos molinos de viento siguen girando y los quijotes han muerto. Ahora, ¿qué hacemos?