As bestas, de Rodrigo Sorogoyen

Dicotomías de un conflicto: claustrofobia a campo abierto 

Así que mátame a mí también, y deja de aburrirme con tus sermones. Eres un fraude y un ladrón, como yo, como todos.

La Comunidad (íd., Álex de la Iglesia, 2000)

As bestasSoberbia que genera rabia. Rabia que genera venganza. Venganza que genera compasión. Y compasión que genera entendimiento.

Pero para llegar al entendimiento… el conflicto ha sido inevitable. Parece que siempre lo es.

Es As bestas un ejercicio verdaderamente magistral de Sorogoyen, al conseguir aunar en una misma historia reflexiones tan profundas y engarzadas como el choque provocado por diferencias generacionales, por diferencias culturales, por diferencias temperamentales… con un único elemento en común: la falta de comunicación.

Hay tres escenas clave en el film que demuestran cómo consigue el guionista y director pasar de la superficialidad a la verdadera razón de ser del conflicto:

La primera es su propia apertura: la cámara sobrevuela una partida de dominó en un bar de una aldea gallega. Para el caso, de cualquier aldea. Hombres de entre cincuenta y setenta años, la mayoría solteros, que se reúnen cada día en el mismo lugar. Que mantienen las mismas conversaciones. Que se han habituado los unos a los otros. Sorogoyen deja clara esta camaradería entre los iguales, y también que nunca se es igual del todo con el otro: pronto destacará el liderazgo de Xan (Luis Zahera) de entre todos ellos. A Xan le respetan… porque le tienen miedo. Levantarle la voz es impensable. Llevarle la contraria, más. El baile de cámara entre ellos se corta de repente cuando Xan se dirige al que abandona el bar sin mediar palabra, ese en el que ni nos hemos fijado. Así es como conocemos a Antoine (Denis Méchonet). En esta primera escena, se conduce sin miramientos al espectador a aceptar la primera dicotomía: el hombre de aldea es rudo, el recién llegado es la víctima. Se muestra la versión de Xan más vehemente, y la de Antonie más retraído. Es curioso: puede parecer una escena sobreinterpretada para aquellos que no han vivido de cerca una situación similar. Pero, sin duda, Sorogoyen capta la realidad de la vida rural en el mejor entorno posible.

As bestas

La segunda escena, hacia la mitad del film: el director decide dejar la cámara inmóvil y encuadrar a los dos protagonistas en un sencillo medio plano. Uno a cada lado de la imagen, mirándose frente a frente, y de lado con respecto al espectador. Es esta una escena de guion y de interpretación, quizá la mejor de toda la película.  La apertura mutua, la igualdad entre ellos, se palpa (en cuanto a necesidades, en cuanto a aspiraciones… pero también en cuanto a manera de ser y hacer). Aquí Sorogoyen rompe completamente el esquema de héroe y villano que quiso “colarnos” con la escena de apertura. Porque, si nos hemos dado cuenta, ya había avanzado que “el francés” no es la representación de ciudadano modélico (por ejemplo, el encontronazo con el hermano de Xan, el anteponer las propias necesidades a la de los demás, incluida su mujer), y nos muestra una faceta de Xan que hábilmente nos había escondido. El contenido de la tensa conversación es también importante: Sorogoyen les hace hablar de la necesidad de cambiar de vida (el de ciudad aspira a una vida de campo, el de campo a la ciudad); de las mentiras de las empresas, y de las mentiras de los que están en el poder; del derecho a decidir, y de las injusticias que lo envuelven…. Es aquí donde se concentra el rompecabezas que explica que el conflicto se da porque somos humanos. Porque la emoción siempre gana a la razón. Y aunque ésta acabe imponiéndose… siempre es demasiado tarde.

Pero esa igualdad en el cara a cara la encontramos sólo durante unos segundos. Antes y después, cada uno ha querido ganar una batalla que en ningún caso les hará ganar la maldita guerra.  Porque no, la guerra no la gana ninguno de ellos. Porque para hacerlo es necesario tomar distancia. Mantener la cabeza fría, y saber cuáles son sus cartas. Y ahí enlazamos con la tercera escena, ya al final del film.

Primer plano de dos rostros: madre de Xan, mujer de Antonie. La cámara ha pasado de conocer y querer interpretar la personalidad de sus protagonistas (uno de mecha fácil, otro un supuesto bonachón), a mostrarnos que son más iguales de lo que nos parecía, y hasta profundizar, al acercarse de lleno a los rostros de sus “parejas de juego”, en la esperanza de un posible desenlace. No feliz, pero, al menos, útil. Son ellas (una desde el inicio del fin, la otra, en el momento de la caída final, en esta misma escena) las que han entendido la guerra global, y no se han centrado en las batallas individuales, las batallas entre gallos. La calma siempre será tensa, pero se mantendrá si siguen hablándose, y entendiéndose. Sin amenazas, sin engaños, sin intereses propios.

As bestas

Y es aquí cuando Sorogoyen nos devuelve la pregunta que ya nos ha respondido: el aldeano quiere una vida mejor, el profesor también. ¿Podría haberse conseguido de mutuo acuerdo? Quizá en un mundo feminista sí. Quizá tampoco. Hay mucho trabajo para conseguirlo, si es que alguna vez se hace. Mientras…

Mientras, el espectador sigue sin respirar. No lo ha hecho desde la primera escena. No lo va a hacer durante mucho tiempo. Porque si algo es As bestas, es un puñetazo inicial, y una gota malaya que taladra durante días, y días, y días.

Corten!, de Michel Hazanavicius