Top 2022 – 8. Pacifiction, de Albert Serra

PacifictionLas fascinación de civilizaciones exóticas en mares tan lejanos como bellos, o exentos de peligros, llevó a Stevenson tras los pasos de Melville y a London tras los pasos del segundo. A todos ellos les siguió el creador del Corto Maltés, Hugo Pratt, quien, en Una cita pendiente, viaje por los Mares del Sur (Ed. Confluencias, 2021) comenta la desilusión que provocara a su llegada a Pago la visión de numerosos contenedores de basura y la presencia de hoteles para turistas de lujo en otras islas de la Polinesia. Albert Serra inicia Pacifiction, esta crónica desilusionada de los Mares del Sur, con la imagen de incontables contenedores de mercancías acumulados cerca de un puerto. El bellísimo azul de las aguas del Pacífico, las verdes cumbres que se elevan majestuosas sobre las calas y las olas impresionantes contrastan con las sombras morales que se mueven entre bambalinas. La representación de bailes tradicionales, las camisas floreadas y las bebidas con  sombrillitas se revelan tan kitsch como superfluas frente a una realidad turbia que asoma a cada conversación.

Serra desarrolla en Pacifiction la que ha sido considerada su obra más asequible. Aunque no fueran especialmente difíciles de seguir ninguna de sus tres primeras obras, no deja de ser una idea coherente, viniendo de Libertad (Liberté, 2019). Aun así, hay que dejar claro que Pacifiction viene a tener, si así se le puede llamar, una narrativa lynchiana, es decir, una historia intermitente, rellena de elipsis, sombras, personajes que aparecen y desaparecen dejando una impresión vaga pero amenazadora y, sobre todo, plagada de más sospechas que de certezas. A la vez, una trabajada fotografía, opone la luminosidad de los espacios abiertos con la imagen del Paraíso, la discoteca de nombre cínico que atrae a vividores e integrantes, deformados todos ellos por las luces que bañan las escenas y a sus personajes de un tono tan irreal como pesadillesco.

Pacifiction

En Pacifiction, nadie es quien parece ser, o quien cree ser.  Su protagonista, el Comisionado del Estado francés en los protectorados de la Polinesia, el Sr. De Roller (un impagable Benoit Magimel, en la mejor interpretación obtenida por Serra en toda su filmografía), lleva la grandeur en sus formas, en sus palabras vacuas y en su traje inmaculadamente blanco. El escucha a los nativos, valora sus peticiones y les responde con magnanimidad, luciendo su poder. Se mueve en los espacios comunes con soltura y discreción, hablando con unos, pero escuchando a otros, y desarrolla cierta actividad de espionaje de puertas adentro, tratando de sonsacar con alcohol algunas confesiones. Su colaboración con una empleada del hotel, un transexual presto a cualquier servicio que pueda ser necesario, se desarrolla con la flexibilidad necesaria para adaptarse a una u otra situación y Serra no rehúye mostrar a la par la complicidad que existe entre ambos como la insuficiencia estructural para un auténtico proyecto de espionaje. Estamos mucho más cerca de la humanidad torpe de algunos espías de Graham Greene que de los aventureros de Stevenson.

En un momento dado, De Roller se reúne con antiguos colaboradores, representantes de un movimiento ciudadano, que le avisan de revueltas para evitar el reinicio de ensayos nucleares en la zona. Ellos no piden consejo, sino informan. De Roller se ofende, recordándoles que él está al mando, es conocedor de la geopolítica internacional y no tiene porque aceptar ningún tipo de chantaje. Sin embargo, no tardará en percatarse de que hay numerosos intereses en juego y, si bien parece acertar en algunos aspectos (intrusión de agentes extranjeros y manipulación de la información), él mismo ha sido ninguneado y humillado por su propio Gobierno. El noble De Roller deviene un pelele, como sucediera al Rey Sol en La mort de Louis XIV (Albert Serra, 2016), y ve como su poder y sus conocimientos se devalúan ante una realidad y un Poder en mayúsculas que le arrolla sin miramientos. La narración se quiebra progresivamente y las pesquisas de De Roller tratando de interceptar espías o enemigos devienen fútiles y ridículas. Las imágenes del político, linterna en mano, tratando de encontrar un submarino en alta mar y su desesperación bajo la lluvia son algunas de las más expresivas de una situación de ánimo, de una crisis personal y moral, que Serra ha conseguido presentar nunca.

Pacifiction

Al final, De Roller, desprovisto de su omnipresente traje, aparece inmóvil, sentado en un banco de la discoteca, en la que parecen reunirse todos los personajes del drama, mientras las luces oscurecen, más que iluminan, la situación. Y es allí donde Serra revela como se desarrolla realmente la geopolítica, por encima de la lógica, por encima de la ética profesional y política, de los intereses personales o necesidades ciudadanas, a expensas de todos. En la luz tenebrosa de este Paraíso se revela el monstruo y empieza a abrirse, inevitablemente, el infierno.

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